El mil y una veces renovado conflicto entre la Venezuela de Hugo Chávez y Colombia trae al plano de las primeras planas (que es dónde le gusta estar) al peor Hugo Chávez.
Nuevamente vemos sus bravuconadas, amenazas, griterío, y todo tipo de chantajes y mentiras para justificar sus razones de defenderse de una acusación por parte de Colombia de amparar a miembros terroristas.
Independientemente de si Colombia tiene razón o no (yo creo que la tiene pero es una convicción que no puedo basar con fundamentos) Hugo Chávez y todo el movimiento socialista venezolano alrededor de él me recuerda algo que viví en carne propia mientras viví en Cuba: ¿por qué muchos de estos revolucionarios, comunistas, socialistas y progresistas latinoamericanos argumentan sus razones gritando siempre malas palabras y ofensas hacia el otro?
Empiezo por decir que una mala palabra es solo una palabra más que le suena mal a un grupo de personas, pero no a todas. Así yo digo pinga en Cuba y me dirían que soy un mal hablado mientras en ciertas zonas de México nadie sabría de qué hablo pero me acusarían de pederasta si dijera que me voy a coger una guagua, que en Cuba es simplemente montar un autobús.
Por ello no me preocupan las malas palabras en sí, sino que siempre alguien tenga que argumentar sus razones con ellas.
No sé, me sorprende que se pierdan las formas y un personaje como Chávez, con un techo de cristal tan visible, se convierta en el juzgador moral de todo, con palabras mal sonantes de todo tipo, ofendiendo a los demás, minimizando las razones de los que se le enfrentan.
No es nuevo, ya dije que en Cuba socialista se ha usado el epíteto mal sonante y la ofensa degradante como forma de despreciar las razones de quien las tiene.
Ratas, vendepatrias, escoria, mafiosos, estas no son malas palabras o tacos, como se les llama de este lado del océano, pero son formas de desequilibrar la balanza de las argumentaciones: yo tengo la razón porque soy un ser humano, ello son una escoria mafiosa que vende su patria a un enemigo que quiere destruirla. De esa forma no hay polémica. ¿Cómo puede haber conversación entre un ser humano y una cucaracha?
Pero en las manifestaciones, allí donde el ser individual se confunde con la masa, donde las razones colectivas oprimen las personales, es donde mejor se aprecia esta forma de minimización del contrario.
De las más interesantes lecciones de buena intelectualidad las ha dado Lina Ron, una de las más inquietas defensoras de Hugo Chávez. Esta chavista es de las que se coloca las manos en los genitales como motivo de ofensa ante las cámaras. Alguna vez se le ha escuchado decir que la derecha se queja “más de un camión de cochinos” y que le va “del carajo” teniendo todo el dinero del país. Termina su razonamiento diciendo: “si quieren el culo, no se lo vamos a dar”.
La misma Lina Ron, cuando el rey Juan Carlos de España, se saltó las normas ante la insoportable locuacidad del cantinfleo del venezolano y lo mandó a callar en la famosa cumbre hispanoamericana, sacó varios cánticos a la calle que repetían todos los defensores de la revolución bolivariana y entre los que destacaban:
“No se calla al pueblo, no se calla a Chávez, que mande a callar al coño de su madre”
Y este otro donde se derrocha originalidad:
“Arriba, abajo, la derecha pal carajo”
Muy parecido a uno cubano donde se sustituyen “la derecha” por “los yanquis”
En fin. Ante eso sólo queda contraponer razones, argumentos porque la calle y el barrio los tienen ganados. Y ni así escuchan más que sus propios alaridos.