El carancho es un ave en parte rapaz en parte carroñera; como una especie de gavilán pequeño que se conforma con las basuras alrededor de las ciudades si no encuentra nada más que comer. Dicho así es como un cazador que termina convertido en carroñero.
No es casual que esta ave sea la que de título a la última película del director Pablo Trapero y protagonizada por Ricardo Darín, convertido por las fuerzas de las circunstancias en una especie de carancho que sobrevive con las sobras de las desgracias ajenas.
Carancho (por cierto, qué magnífico cartel donde se atrapa muy bien el carácter carnicero y voraz del personaje de Darín) es una película dura, con escenas de un realismo brutal y con buenas actuaciones. Tiene ese raro encanto del cine argentino, el mismo que hace de algunas historias aparentemente intrascendentes un producto con cierto atractivo inexplicable que termina por salvar algunas películas que podrían haber sido mediocres.
No es del todo el caso de Carancho, que provoca en el telespectador las ganas de saber más. Nos vamos metiendo en esta historia queriendo descifrar el papel del personaje de Darín en el argumento y cuando lo descubrimos ya es tarde para abandonar la historia.
Además de su hiperrealismo tan bien conseguido, con escenas que nos preguntamos cómo habrán sobrevivido los actores o los dobles para terminarlas, es digno de mención esa parte tan inquietante del argumento que nos hace preguntarnos si es conveniente o no actuar siempre de forma correcta; si sería conveniente o no a veces dejar algunas decisiones al azar para evitarnos conflictos inesperados.
Si algo me molesta del filme es alguna escena de acción física digna del peor cine norteamericano, y el papel tan determinante que juega la casualidad en el final. La casualidad existe y puede ser determinante en la vida, pero en la ficción debe estar muy bien justificada, y me temo que aquí para argumentarla se agarraron a unas estadísticas que apenas están esbozadas en los créditos iniciales de la película, pero que dejan un mal sabor de boca a los espectadores exigentes.
En cualquier caso, es Carancho una película entretenida y que nos deja algún cuestionamiento moral para recapacitar sobre la vida, algo siempre digno de valorar en una obra de ficción.