Tengo un amigo, al cual visitaba mucho mientras estuve en Cuba, cuyo abuelo negaba que la tierra fuera redonda. ¿Cómo va a ser redonda, decía, si yo la veo plana? Parece un argumento bastante razonable pero sólo si no creemos en la ciencia y su capacidad para generar inteligencia.
La inteligencia es, y parece que será, motivo de discusión durante mucho tiempo. Hay todo tipo de definiciones y clasificaciones que determinan o afectan su encasillamiento. Sin embargo, está bastante universalizado que esta categoría está, a grandes rasgos, determinada por la capacidad de solución de la mayor cantidad de problemas posibles en el ser humano que la ejerce.
José Antonio Marina tiene un libro magnífico que habla sobre la inteligencia desde otro punto de vista, es decir, la distorsión entre la alta capacidad intelectual y la estupidez de su ejecución. La inteligencia fracasadaes un libro que todos los que usamos la mente como herramienta de trabajo deberíamos leer. Mejor deberíamos leerlo todos, usemos o no la mente como herramienta principal de trabajo. Y a mí me gustaría usar la tesis de Marina para analizar, un tanto al menos, algunos aspectos de la figura de Ernesto Guevara y su personalidad reflejada sobre todo en la reciente película de Soderbergh.
Finalmente, luego de infinitos reparos por mi aversión al personaje, de prestar atención a las críticas extracinematográficas y de disfrutar otras películas más importantes que tenía pendientes, me he tomado el tiempo necesario para ver las dos partes de la versión de Steven Soderbergh.
Fueron cuatro horas (en algún caso aburridas) no perdidas del todo. Para un actor la interpretación de una figura histórica conocida por todos, aunque sea a medias, es siempre un reto. Benicio del Toro, que es un gran actor, lo hace con una solvencia deslumbrante. Los gestos, las poses, el maquillaje (que ayuda mucho), la entonación de la voz, la mirada, todo apunta a que estuvo horas consumiendo discursos del guerrillero argentino y que el tiempo no fue tirado por la borda. Ha obtenido varios premios por su interpretación y para los que creen que se lo han dado sólo por intereses políticos deberían ver la película. Si algunos jurados han mediatizado su voto por ello, no es menos cierto que la actuación del actor puertorriqueño es soberbia.
Sin embargo, y coincidiendo con muchas de las críticas no artísticas que se hacen a la película, se echa en falta un análisis objetivo de la figura del guerrillero. Hay muchas sombras que afectan a su figura que Soderbergh prefirió ocultar o presentar de manera subrepticia y justificativa que ponen en duda un acercamiento neutral del director a una figura tan polémica y con tantos claroscuros. Quizá el más importante es el tema de los fusilamientos a culpables, pero igual a inocentes, que cualquier historiador serio ya no se atreve a dudar.
Y aún así queda bastante reflejado, para quien quiera verlo sin influencias políticas, la personalidad casi patológica de Ernesto Guevara. En varias entrevistas Soderbergh ha justificado al personaje histórico sobre la base de que una persona con los intereses que perseguía Guevara hubiera tenido las mismas vías para conseguir su sueño en aquella época y que hubiera tomado el camino de Guevara u otro parecido. Esto es verdad con reparos…, Bueno, es mentira directamente. Existen figuras históricas, precedentes o de la misma época, que tenían preocupaciones ineludibles por el ser humano, por la pobreza, por el destino de los más desfavorecidos y no utilizaron la violencia contra el ser humano oponente como método para imponer sus ideas. Ahí están Confucio, Gandhi, Luther King o Henry Kissinger, para demostrarlo.
No creo que a muchas personas le quede alguna duda que Ernesto Guevara fue un hombre inquieto, con una alta –o destacable, cuando menos– capacidad intelectual. Si leemos sus libros podremos reconocer a un escritor que sabía seguir un discurso argumental, ceñirse a él y justificarlo concienzudamente. Tenía inquietudes por el ser humano, por su quehacer en el mundo, por los mecanismos que atan al individuo a la sociedad y además, leyó lo suficiente para intentar comprender y expresar lo que creía sobre todo ello. ¿Pero todo esto lo convierte en un hombre inteligente? Probablemente. Pero aquí falta un aspecto esencial de la inteligencia y es su puesta en práctica, y es precisamente ahí, en la práctica, donde me colman las dudas.
“Una persona muy inteligente puede usar su inteligencia estúpidamente. Ésta es la esencia del fracaso, la gran paradoja de la inteligencia, que, como todas las paradojas, produce una especie de mareo. La discrepancia entre “ser” inteligente y “comportarse” inteligentemente nos revela que entre ambos niveles hay un hiato, donde actúa un campo de fuerzas mal descrito…”
(José Antonio Marina, La inteligencia fracasada. Anagrama, Barcelona, 2008, pag. 18. )
No seamos malvados ni parciales e intentemos mirar lo que Marina nos propone en su libro de forma general y coloquémoslo en perspectiva histórica sobre la figura del guerrillero argentino.
Ernesto Guevara escogió un marco equivocado para ejercer su inteligencia, la puso al servicio de un objetivo imposible (derrotar al capitalismo e instaurar el socialismo en todo el planeta) y con prejuicios que afectan el conocimiento racional del mundo.
Alguien puede tener una capacidad razonable de inteligencia, de solucionar problemas mentales o prácticos de manera más o menos solvente, y sin embargo tener obstáculos que le impiden razonar de manera adecuada sobre otros problemas a los que se enfrentaría de forma diferente de no tener estos impedimentos a su inteligencia.
Ernesto Guevara tenía muchos prejuicios y dogmas: el capitalismo es malo, el socialismo es mejor, el ser humano es antes colectivo que individual, la lucha armada (o guerra de guerrillas) es la mejor vía de solución de la pobreza, la economía se puede y se debe planificar desde el estado, la justicia revolucionaria –aquí deberían leer los fusilamientos sin juicio– es la mejor justicia, y así podríamos mencionar varios más. Me temo que algunos de los que lean este artículo creerán que muchos de estos prejuicios no lo son. Sólo les aclaro que un prejuicio es todo aquello que se cree saber de antemano y que no tiene un contrapeso real o evidencia de facto, y todo lo anterior cumple con este requisito sin la menor de las dudas.
Si alguien toma decisiones con ideas prejuzgadas y sin analizar racionalmente el entorno que le rodea termina por equivocarse. Esta es una realidad de argumento irrebatible. Es el caso de los que se niegan a creer que el hombre es producto de una evolución porque tienen ya prejuzgado el carácter creacionista del mundo, un criterio que no tiene base sólida y que hay que creer por fe, o de los que niegan que el hombre haya llegado a la luna a pesar de las cientos de evidencias a favor, o del abuelo de mi amigo que sigue viendo la tierra plana.
Ernesto Guevara, basándose en sus prejuicios y dogmas y que él creía argumentos sólidos, tomó decisiones equivocadas, la peor de las cuales fue intentar iniciar una guerra contra el gobierno civil de René Barrientos que intentaba zafarse del poder de los militares en Bolivia. Sus prejuicios y dogmas le impidieron comprender aspectos relevantes del país y del momento histórico.
Primero, que la amenaza de su guerra de guerrillas daba argumentos al ejército para contaminar aún más la vida pública boliviana. Segundo, que los Estados Unidos, antes extrañamente impasibles durante la guerra de guerrillas emprendida por Castro en Cuba, ya no se mantendrían imperturbables ante la amenaza de un nuevo gobierno comunista en América, y el peor de los análisis fue creer que los campesinos bolivianos apoyarían su guerra cuando fueron el objetivo fundamental del presidente René Barrientos para afianzarse en el poder. Nunca antes los campesinos bolivianos habían sido dueños de la tierra y la reforma agraria de unos años antes lo había logrado; no iban a enfrentarse a quien afianzaba esas reformas.
La pregunta es, ¿no tenía Guevara esta información cuando empezó su guerra en Bolivia? Sí, indudablemente porque estudió con detalles el país antes de enfrascarse en su estúpida guerra, pero le dio exactamente igual. Creyó, quizás, que con su presencia todo cambiaría, o quién sabe qué argumentos habrá utilizado para llevar a cabo este proyecto completamente fracasado.
La realidad es que ni las ideas ni los proyectos de Guevara han tenido la más mínima repercusión histórica, los planes que ideó y llevó a cabo tampoco han logrado sobrevivir a su figura, acrecentada y convertida en ícono de masas por intereses ajenos a su ideología. Su inteligencia no le sirvió para decidir racionalmente sobre un hecho más que evidente porque sus prejuicios y dogmas constituyeron un obstáculo para el ordenamiento racional de su inteligencia. Es el caso típico del que nos alerta Marina en su libro: la persona inteligente que utiliza su inteligencia estúpidamente. Ya lo había hecho antes Guevara en sus aventuras africanas, todas terminadas en fracaso por la misma evidencia: la sandez de usar mal el conocimiento que, aparentemente, aprendió en sus viajes y estudios.
Quien se empeña en ver, por sus prejuicios, dogmas y supersticiones, aquello que quiere ver y no lo que la realidad le presenta tiene todas las papeletas para llegar al fracaso seguro. La realidad es una, independiente de nuestra voluntad y sigue su curso sin intervención de nuestro esfuerzo ni reparando en nuestro fracaso. Podemos, y debemos, interpretarla pero a la vez debemos ser capaces de verla en su contexto, analizándola racionalmente sin que nos coloquemos delante obstáculos que nos impidan comprenderla tal cual es y no tamizada y coloreada según colores políticos, religiosos o sociales. Si hacemos lo contrario corremos el peligro de llegar a ser como Guevara, cuyas ideas hoy son patrimonio de un grupo de soñadores sin futuro y sin contrapartida real factible, o como el abuelo de mi amigo que sigue creyendo que somos un plato que se mueve en sabrá Dios qué sitio del universo.