A veces la famosa tolerancia de la frase de Churchill –“No creo en lo que dices, pero defiendo que lo digas”, expresado de manera abreviada– no es suficiente para comprender la ventosidad ideológica de algunos personajes valedores del pensamiento único y a los que equivocadamente se les reconoce sólo en la socialdemocracia cuando los hay de todos los credos e ideologías.
Conozco un caso de progresismo, una amiga bastante inteligente, pero emponzoñada con toda la retórica del idealismo marxista que repite como paquetes de consignas cuando la polémica rebasa los límites de su razonamiento. Hago todo el esfuerzo para comprender sus conceptos, su forma de analizar el entorno, los sucesos consuetudinarios, esas grandes menudencias de la vida o las pequeñas magnificencias; juro que lo hago, pero no lo consigo.
Hace muy poco nos enfadamos, o se enfadó ella o terminé haciéndolo yo; no lo recuerdo. Por una razón u otra hemos hecho un pacto sin decirlo explícitamente por el cual no hablamos de ciertos temas o terminamos enfadados. Así de simple. Creo que la primera vez fue porque le dije que su catastrofismo intrínseco con el calentamiento global y la desaparición del hombre, por su propia e innata desidia, tenía poco de científicamente materialista y mucho de patrañero y antisistémico discurso progresista de manual. Se enfadó, claro.
Otro día cuestionó mis reparos y reticencias al aborto con un discurso plagado de mensajes sobre el derecho de la mujer en una sociedad machista. Quise darle la razón ese día, siempre que aceptara que el feto debería tener ciertos derechos también y nunca menos que los huevos de los quelonios de Las Galápagos a los que ella defiende del indiscriminado consumo del hombre, pero se enfadó también.
Recientemente estuvimos discutiendo sobre un artículo de Belén Gopegui en el cuál la neófita decía algo así como que era una mentira que en Cuba existieran presos de conciencia. La defensa de semejante falacia reconozco que es bastante difícil de sustentar y se enredaba en una retórica de la realidad cubana que enajenaba cultura y política.
Le repliqué: ¿Cómo se puede, hablando de Cuba, separar la realidad cultural de la política y la económica cuando el mismo gobierno cubano se empeña en lo contrario? ¿Cómo se pueden defender los derechos humanos desde la prensa libre de un país libre mientras se enaltece una revolución sangrienta –como todas, por cierto– que convierte los derechos humanos en polvo para mantenerse en el poder? ¿Cómo se puede criticar la falta de independencia de los medios de comunicación del mundo occidental mientras se ampara ideológicamente al sistema sociopolítico donde existen ahora mismo, según datos de las organizaciones Reporteros Sin Fronteras y Amnistía Internacional, más presos de conciencia del mundo después de China?
La señorita del bando de las alianzas de civilizaciones me miró con una sonrisa y me dijo que yo utilizaba los argumentos propios de la derecha más reaccionaria y retrógrada, la que usa el Partido Popular español y que entronca con el franquismo decadente y arbitrario. Que ella estaba contra Fidel –no dijo Castro–, pero debía contener su asco para no darle alas al imperialismo norteamericano que terminaría por engullirse la dignidad que quedaba en la isla y que para vivir lo que vive España con el capitalismo salvaje salido de las entrañas neoliberales de la Fundación FAES, era preferible que Cuba mantuviese su soberanía, que al menos eso nadie podría arrancarle.
Aquí, me quedé boquiabierto, incapaz de articular una sola razón para contrarrestar aquella flatosa e inextricable verborrea. ¿Cómo se pueden entender dos personas cuando uno habla en marciano y otro en venusino? Donde ella ve neoliberalismo yo aprecio libertad económica del liberalismo, donde ella ve capitalismo salvaje yo aprecio las leyes libres del mercado, donde ella ve izquierda yo razono socialdemocracia, donde ella ve derecha yo me sumo a la democracia liberal, cuando habla de conservadurismo de la derecha yo respeto valores tradicionales (no inmutables) del ser humano, cuando critica el hambre de poder de los yanquis yo admiro la historia de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Cómo podemos entendernos así?
Pero intento comprender. Se puede aceptar que haya mentes ancladas en los sesenta, que no haya evolucionado el pensamiento político de algunos que defendían un sistema errático y totalitario donde Cuba y la URSS –con sus satélites– son paraísos en la tierra, y el socialismo la antesala del comunismo liberador de las masas explotadas. Ahora bien, intentar aplicarlo al mundo de hoy es, cuando menos, de una ceguera que raya con la ignorancia.
No es que su “izquierda” (la de Gopegui y mi amiga) haya entregado las armas y se haya acomodado en los predios de la democracia liberal, como intentan demostrar todavía algunos, sino que la historia les ha dejado sin argumentos qué defender. La socialdemocracia actual –en especial la europea– más seria y responsable que los comunistas y socialistas del siglo XX, ha reconocido la estupidez de preservar un sistema de valores donde el individuo está degradado frente al Estado mientras otro sistema paralelo le va entregando –despacio y con reticencias, que todo hay que decirlo–voz y voto para decidir. Esa misma socialdemocracia sabe que todas las causas, gobiernos, ideologías o personajes indefendibles del mundo, y que fueron sus mejores argumentos durante el pasado siglo, han colapsado por sus propias leyes internas o, cuando menos, ha quedado en evidencia su verdadera naturaleza opresiva desde la caída del muro de Berlín.
Por supuesto que es mentira que los disidentes cubanos presos lo estén por pensar diferente. Están presos, ADEMÁS, por intentar expresarlo, como sí pueden hacerlo ahora en la prensa de su país las Gopeguis y sus satélites; están presos por intentar crear prensa libre y paralela a la oficial –la única que existe en Cuba; están presos por exponer lo que piensan en los únicos espacios donde pueden, en la prensa libre fuera de Cuba; están presos por intentar, por medios pacíficos, que la democracia que disfrutan los cubabobistas en sus países, sea una realidad en la isla; están presos porque existe una muchedumbre que, disfrazada de intelectual cultural de izquierdas como ellos, intentan exculpar al tirano que gobierna Cuba por medio de malabarismos ideológicos que no ocultan la verdad a las mentes razonables de la socialdemocracia o de la democracia liberal y que ellos siguen mal llamando, con criterios del siglo XIX, izquierda y derecha.
Pero todo esto no sirve de mucho para mejorar las cosas entre mi amiga y yo. El último disgusto fue porque le intenté expresar mis razones y reparos a pagar con fondos públicos a un artista por el simple hecho de poner su índice sobre los ojos imitando las cejas del Bambi convertido en Maquiavelo y me volvió a hablar de derechos humanos reprimidos y de extremos de la extrema derecha más extrema. Le pregunté cómo se podía defender derechos humanos en un régimen como el cubano que utiliza el término maricón como una ofensa a los opositores. Pues se enfadó otra vez.
Nada, que al final terminaré por llamarla y pedirle disculpas aunque no me sienta culpable. Por mucho que nos enfademos siempre termino por hacerlo. A fin de cuentas yo tengo amigos que hablan muchas lenguas, ella sólo en su idioma.