Inteligencia artificial y humana. La paradoja

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Si quieres escuchar en audio:

blankTe hago una pregunta: ¿Cuál fue la película más taquillera de 1988? ¿Habrá sido un éxito de gran presupuesto como ¿Quién engañó a Roger Rabbit? ¿O una franquicia de un clásico de acción física como Duro de matar(La jungla de cristal, en España)? No, fue Rain Man. Hace 35 años, la película más grandiosa fue un drama con clasificación R (Es decir, los menores de 17 debían verla con un adulto) sobre un cretino y su hermano autista que hacían un viaje, una especie de original Road Movie.

Fue un gran éxito de taquilla y, para colmo, arrasó en los Oscars, ganando los premios de mejor director, mejor película, actor y guion. Hoy en día, algo así parece imposible. Si una película como Rain Man obtuviera dinero para su producción, se haría por una fracción del presupuesto que tenía en los años 80 y probablemente iría directamente a una plataforma en línea con una limitada presentación en cines de, digamos, una semana para poder ser seleccionada para premios (que podría obtener por la extraña forma de descartar de los académicos) y tendría casi un cero por ciento de posibilidades de convertirse en un éxito convencional.

La película más taquillera de 2023, es Barbie, y ojo, no es la peor de las más taquilleras. Si bajas en la lista, salvo alguna excepción, el resto son Blockbusterssobre superhéroes, idénticas entre sí, y donde prima el CGI (Computer-Generated Imagery), es decir, las Imágenes Generadas por Ordenador y donde apenas existe, o no se fomenta, la actuación dramática.

Pero si salimos del cine, ¿Cuál era la canción más escuchada de 1988? Los hits de hace 35 años lo fueron cantantes como George Michael, Whitney Houston, Michael Jackson, Phil Collins, Guns N’ Roses, Chicago, Bon Jovi, Def Leppard. Mejor no te cuento el tipo de música que triunfa hoy en día porque tú los escuchas en cada tienda donde entras a comprar.

Hice lo mismo con los libros, y en 1988 el más vendido, en la mayoría de las listas era El cardenal del Kremlin, de Tom Clancy, un libro con más valores que defectos, pero es que el resto de los más vendidos eran autores que, algunos de ellos, como Sidney Sheldon, Roald Dahl o Salman Rushdie, han superado estándares de calidad que hoy en día difícilmente suceda con las memorias del príncipe Harry, las novelas romántico-juveniles de Colleen Hoover o los libros de autoayuda de James Clear.

¿A qué viene esta reflexión de abuelo cascarrabias? Hablando con una amiga sobre la Inteligencia Artificial le trasladé mi escaso temor de que pueda sustituir la carrera del escritor.

Ten paciencia, ya llegamos a la reflexión inicial.

Mi opinión al tema ya la expuse en mi texto ¿Una novela con Inteligencia Artificial? Lo que no te cuentan, y cuyo éxito ha derivado en la escritura de un ensayo sobre el tema, que ya tendrán publicado en algún momento de este o el año que viene.

Resumiendo, expongo allí que los textos redactados por una inteligencia artificial, vienen prefijados con un error de origen: una IA, tiene una base de datos inmensa, donde revisa y de donde escoge, los elementos que necesita para crear algo que le pidamos. Y sí, lo hace, de forma rápida y eficiente, pero el producto final es un desastre.

En la literatura, al menos de ficción, (aunque muchos errores se repiten en los textos de no ficción) los textos que escribe ChatGPT o Bard, por hablar de los más usados y conocidos, están plagados de errores básicos de concepción, escritura y estilo: hablamos de tópicos, adjetivaciones innecesarias, repeticiones monótonas, estructuras verbales y gramaticales vacías, cacofonías, ideas preconcebidas, frases inútiles, errores de punto de vista, exceso de moralismo, y en aquel texto dije algo que hoy en día se mantiene:

Dudo que la Inteligencia artificial pueda “aprender” a escribir novelas con la sutileza de lenguaje, los matices sociales y morales y la intuición o pronóstico de las emociones que un ser humano vislumbra en otro.

Aun lo creo, pero mi amiga, en nuestra conversación, me dijo algo con mucha sustancia: “Estás presumiendo un grado de inteligencia en el ser humano que probablemente no tiene.” Y me dejó pensando.

Algo evidente que quiero que reflexiones: Rain Man no es la mejor película jamás realizada, El cardenal del Kremlin, no es, ni por asomo, el mejor libro escrito de la literatura, ni Faith, de George Michael, es la mejor canción jamás compuesta o cantada, pero había en el arte creativo de las tres obras una búsqueda de cierta complejidad del ser humano que, al parecer, se carece en el siglo XXI.

Con el ascenso de las redes sociales y la polarización emocional de las ideologías, y con esto, la incapacidad de reflexionar fuera de ellas, se ha creado un ser humano menos crítico y más propenso a la porquería. El nivel de objetividad, el espíritu crítico, la capacidad de analizar algo con herramientas estéticas que permitan dilucidar su calidad, ha bajado tanto, que cualquier basura mal hecha, pueda pasar los filtros del mercado.

Y es cierto que siempre ha habido basura mal hecha que triunfe. Hay decenas de ejemplos de cómo nos hemos tragado, a lo largo de la historia, mucha cochambre sin valor, pero había un público más preparado a no dejársela colar, y quien se la dejaba colar, no presumía de su gusto por las pocilgas. Hoy, por desgracia, el estiércol bien empaquetado, la vulgaridad más inmunda, es alabada con frenesí por entusiastas iletrados en las redes.

No estoy expresando una opinión personal. Los neurocientíficos, al menos gran parte de ellos, sin negar los efectos positivos de la tecnología en la humanidad, advierten del peligro de poner toda nuestra capacidad memorística y decisoria en la Inteligencia Artificial.

El mundo actual, basado en el acceso total a las redes, está orientado a la comunicación rápida, urgente, en formatos cortos. Lo que dicen los neurocientíficos es que el formato lingüístico corto es útil para consignas, bromear, insultar, y mostrar todo tipo de mensajes simples, pero es inútil para argumentar.

El público actual, en su mayoría, apenas lee, o lee textos simples y sin reflexión; ve un cine facilista y sin estética, idéntico en sus aspectos formales; y escucha una música circunstancial, mal escrita y sin virtuosismo formal. Me abstengo de hablar de lo que triunfa en pasarelas y salas de exposición, donde a veces, una auxiliar de limpieza, con más criterio estético que los “críticos y patrocinadores” del arte, tira una cáscara de plátano que estos últimos han tasado en millones.

Y así, este criterio banal de la estética del arte, es la que hoy se lleva a las editoriales, las salas de cine o las productoras musicales. Nos provoca pereza que nos den un mensaje mínimamente complejo, que deba ser razonado o que nos obligue a usar, incluso de forma irrisoria, una síntesis racional.

Para evitar al abuelo cascarrabias que muchos aprecian en mi opinión (yo lo llamo detector de mierda), yo mismo he intentado leer algunos de los libros más vendidos en español y me he llevado la sorpresa de que, en la raíz de su éxito no deja de tener importancia que sean capítulos breves, con oraciones muy cortas, sin apenas conectores lógicos entre ideas similares, pero diferentes, y con frases y términos muy poco elaborados. En el momento en que al compulsivo público actual que hace triunfar ese tipo de libros, le ofrezcas un comienzo inteligente en una frase medianamente compleja, lo agotas y te abandona. Y no me quejo, es lo que hay, con eso hay que vivir. Ahora, no esperen de mis libros algo así. Busco que mi prosa sea sencilla, pero nunca simple y facilona.

Hoy en día, salvo excepciones, nos informamos por X (antes Twitter) y argumentamos con frases y tesis difundidas por filósofos de TikTok y similares, hemos abandonado la capacidad de razonar, y lo que es peor, nos enorgullecemos de ello. Porque buscar la simplicidad es más cómodo que llegar a la verdad a través del razonamiento complejo, aunque sea de forma sencilla.

Estamos permitiendo que nuestro cerebro se vuelva perezoso y, por tanto, estúpido e incapaz de discernir correctamente la verdad, de lo verosímil. Como ya dije una vez: “Compramos más fácil el disparate que nos da la razón que la lógica racional que nos la quita.”

Así que sí, amiga mía, estás a punto de convencerme, si ChatGPT o Bard sustituyen a un escritor, un poeta o un ensayista, no es porque lo haga mejor, sino porque la sociedad lo permite, tras haberse vuelto estúpida. Y a ver cómo lo solucionamos.

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