Cuba está de actualidad. Los recientes casos de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, la huelga de hambre de Guillermo Fariñas y las marchas mundiales de apoyo a las Damas de Blanco están dejando en evidencia lo que sabíamos ya muchos cubanos y que se negaban a ver gran parte de los ciudadanos del mundo occidental, que Cuba es una dictadura cruel, homicida y sátrapa.
Sin embargo hay un tema que aún divide a la opinión pública del mundo cuando se habla de Cuba y es la forma de provocar que el régimen de la isla deje de violar los derechos humanos y cumpla las legislaciones mundiales que los amparan.
Hay dos opciones recurrentes, el diálogo o la presión. La presión es la que ha venido ejerciendo Estados Unidos –sin mucha ambición, justo es reconocerlo– a través del embargo y otras medidas de coacción en foros internacionales y que permiten el reconocimiento, por parte de la comunidad internacional, de la violación de los derechos humanos en Cuba.
El diálogo es el que llevan naciones como España, que pretenden, mediante una política de dame y te doy, abrir espacios de encuentro que permitan lograr efectos concretos como la liberación de presos políticos a cambio de que España se convierta en el obstáculo para presionar a Cuba en organismos y votaciones internacionales sobre derechos humanos.
Es interesante, como argumento válido para el debate de los defensores de este último beneficio, advertir que gobierno cubano entra en una contradicción muy sospechosa cuando les niega a los presos políticos cubanos el status legal que los reconocería como tal mientras los pone en libertad ante el diálogo de España. Deberíamos preguntarnos por qué el gobierno cubano pone en libertad a presos comunes con delitos que no están tipificados como políticos.
En cualquier caso, ¿cuál de los opciones es más válida?
No es posible responder con absoluta certeza a esta duda. Pero hay algunos hechos que aportan bastante luz sobre lo sucedido alrededor de Cuba en estos más de 50 años de presiones y diálogos con el gobierno comunista de la isla.
Lo primero que deberíamos preguntarnos es, si aparte de la liberación de algunos prisioneros políticos, –siempre bien recibido, por cierto– algo más se ha logrado del gobierno de la isla que pueda esgrimirse como un logro de la política de diálogos. Particularmente creo que no, aunque algunos incluirían el levantamiento de algunas prohibiciones como que los cubanos no pudieran alquilar habitaciones de hoteles cubanos o que no pudieran tener móviles.
Demos por válido que ambas medidas sean consecuencia de la política de diálogos, hecho que no es demostrable en la realidad, pero aún así son dos medidas superficiales, como pátinas de una pintura transparente sobre una pared agrietada que, además, no tiene cimientos. Más allá de estos tres logros, dos de ellos discutibles, poco más se podría esgrimir para defender la política de diálogos.
Pero, ¿se podría esgrimir algo válido de la política de presiones sobre la isla?
Pues por triste que suela reconocerlo, poco se ha logrado también. Y sin embargo existen dos medidas importantes, tres consecuencias que generalmente se pasa por alto dado el decursar posterior de ellas, que sí se produjeron bajo la política de presión a la isla.
Los peores momentos de la situación cubana –al menos hasta la fecha actual en la que están volviendo escaseces muy parecidas a los tiempos del período especial– fueron los años posteriores a la transición hacia la democracia de los países del Este. Cuba dejó de tener aquella bula mediante la cual recibía todo lo que quisiera desde el punto de vista económico de los países socialistas siempre que afianzara y amplificara su enfrentamiento con Estados Unidos.
Los episodios de enfrentamiento entre los cubanos en plena calle, las manifestaciones contra la escases y el aumento desmedido de la emigración ilegal hacia Estados Unidos y los actos violentos derivados de ésta, pusieron la soga al cuello del gobierno de la isla, que se vio en la obligación de permitir tres de las mayores muestras de libertad que han tenido los cubanos hasta la fecha: la legalización de la posesión de dólares norteamericanos, el derecho de poder tener un negocio propio al margen de los mecanismos del estado y la posibilidad de que los exiliados cubanos en todo el mundo puedan entrar a la isla sin tener que pagar un visado como extranjeros.
Han sido precisamente estas tres medidas lo más cercano a la libertad que ha tenido alguna vez el cubano. Y lo son porque afectaban directamente el modelo socioeconómico. Si estas medidas hubieran seguido su curso natural, habrían provocado inevitablemente la creación de una clase media fuerte, con poder económico suficiente y al margen del estado, tan necesaria para los cambios hacia la democracia.
Finalmente se ha demostrado que el gobierno se ha enrocado sobre sí mismo hasta lograr controlar las consecuencias beneficiosas que podrían tener estas medidas. Por un lado han aumentado hasta límites insoportables los impuestos sobre estos negocios privados hasta que han ido desapareciendo y han quedado unos pocos tercos u otros que tienen cierta excepción del estado por algún mecanismo todavía por descubrir; y por otro lado el gobierno ha penalizado el canje de moneda entre dólares y moneda cubana hasta provocar que en la calle cubana nadie quiera dólares americanos, a menos que decida irse definitivamente de la isla.
En cualquier caso no dejaron de ser las muestras más cercanas a la libertad que alguna vez han tenido los cubanos en estos 50 años. ¿Y se lograron estas medidas con el diálogo con La Habana? No, fue una consecuencia de la presión a la que se vio abocado el gobierno con la caída de las exportaciones de los países del Este. Fue una situación inesperada en la que el embargo norteamericano, si bien afecta más a los propios empresarios norteamericanos, pudo por primera vez demostrar que servía para algo más que un pretexto de la incapacidad del gobierno para levantar la economía cubana.
La situación económica insostenible creó el caldo de cultivo para una salida obligada y no deseada por parte del gobierno. Sin embargo, es triste ver que aún así, la capacidad manipuladora, interventora y represiva del gobierno cubano, permitió aminorar los beneficios de estas medidas hasta el punto de que incluso hoy, muchos cubanos vean con rechazo a los que tienen negocios propios, a los cubanos que vivimos en el exilio y a aquellos que tienen acceso a los dólares americanos u otras monedas que permiten un status superior a la media de los cubanos.
Y lo que es peor. No se ha podido mantener una economía que permita la sobrevivencia del ciudadano y que podrían haberlo logrado, al menos en parte, aquellas medidas que permitieron por obligación y que luego reprimieron con argucias represivas. Muchos cubanos creen que la calle ahora está peor que hace 10 años. Y la gente sigue diciendo la misma frase pesimista desde el año 1959: ¡Aquí hay que irse!