De malas valoraciones a malas decisiones

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Si quieres escuchar en audio:

stumblinghappinesLa humanidad es un desastre, peor que hace siglos, y el mundo que hemos creado los seres humanos es tan perverso a lo largo de estos siglos de existencia, que todo apunta a un desastre. ¿Has escuchado esto muchas veces? La verdad, entiendo esta tendencia por más que ya he intentado explicar en otros momentos por qué creo que no es cierto.

A propósito de esta recurrente idea, recuerdo haber visto en Ted Talks una magnífica charla de Daniel Todd Gilbert, autor de Stumbling on Happiness (Tropezar con la felicidad) y que recomiendo de muy buena gana. En su libro Gilbert argumenta sobre por qué los seres humanos tomamos malas decisiones, describe el proceso mental hacia el cual llegamos a ellas, y deja claro lo que tantas veces he intentado explicar del por qué no es cierto que vivamos en un mundo peor.

Dice Gilbert (intento resumir su eficaz teoría) que nuestras decisiones son malas en general porque tendemos a mirar el entorno sobre la base de comparaciones del pasado que hemos recibido, que nos hace inventarnos realidades alternativas y no tomar en cuenta los hechos reales. En su argumentación los humanos terminamos subestimando las probabilidades de nuestros dolores futuros y sobreestimando el valor de nuestros placeres actuales.

Y dice más:

Nuestro cerebro tiene una estructura única que nos permite trasladarnos mentalmente a las circunstancias futuras y luego preguntarnos qué hemos sentido al estar allí. En lugar de calcular las utilidades con precisión matemática, nos limitamos a calzarnos los zapatos del mañana y ver si son de nuestra horma. Nuestra habilidad para proyectarnos hacia delante en el tiempo y experimentar los acontecimientos antes de que ocurran nos permite aprender de los errores sin tener que cometerlos y a valorar las acciones sin tener que realizarlas. Si la naturaleza nos ha concedido un don más importante, nadie lo ha descubierto todavía.[1]

Miremos uno de los varios ejemplos que usa Gilbert. Si preguntáramos a un grupo de gente si cree que hay más perros o más cerdos con correa en la calle, todos sabrían que la respuesta es perros. Y lo sabemos porque en nuestro cerebro hacemos una comparativa del pasado y recordamos muy fácil haber visto perros, pero no tanto cerdos, con correa. La respuesta simple y “de cajón” es que, si los perros con correa nos vinieron más rápido a la mente, es porque los perros con correa son más probables.

La forma por la cual llegamos a la conclusión que nos permite responder a esta pregunta es, según el psicólogo norteamericano, un error de percepción por comparación con el pasado y la información que hemos recibido en él, dado que no sirve para miles de otras situaciones importantes en las cuales no sirve la respuesta “de cajón”.

Lo aclara con otro ejemplo muy eficaz, que conlleva esta reflexión. Hay cien millones de perdedores por cada ganador en una lotería norteamericana; imagino que la cifra cambiaría según el país, pero igual deja una exorbitante cantidad de gente que no gana. ¿Por qué entonces, se pregunta Gilbert, alguien jugaría alguna vez la lotería?

Según él, además de las varias respuestas que desgrana para sostener su hipótesis, es que vemos muchos ganadores en la televisión y la prensa, pero rara vez a los perdedores:

Si exigiéramos a los canales de televisión que mostraran entrevistas de 30 segundos con cada uno de los perdedores cada vez que entrevistaran a un ganador, los 100 millones de perdedores del último sorteo necesitarían nueve años y medio de su atención continua sólo para verlos decir “¿Yo? Yo perdí”.[2]

Así que al final, de ver sólo a los ganadores, nuestro cerebro toma decisiones en base a esta falsa información recibida, y lo extendemos a muchas otras situaciones del día a día. Según el investigador esto nos sucede por una cuestión evolutiva nada desdeñable:

Nuestros cerebros, evolucionaron para un mundo muy diferente que éste en el que vivimos. Evolucionaron para un mundo en el que la gente viviría en grupos muy pequeños, difícilmente conocerían a alguien muy diferente de ellos, tendrían vidas particularmente cortas en las que habrían muy pocas opciones y la prioridad más importante sería comer y procrear en el día presente.[3]

Más allá de los juicios de valor sobre esta teoría a la hora de decidir, y que en la propia charla, el psicólogo Jay Walker le intenta refutar al no tener en cuenta la llamada “alegría de la anticipación”, es decir, la felicidad que reporta la posibilidad de ganar, parece obvio el hecho de cómo analizamos el entorno es vital porque lleva exactamente al punto de nuestra valoración sobre la maldad o la bondad, la pureza o la impureza, del mundo en que vivimos y cómo nos movemos en él.

Cada vez que argumento que el mundo no es peor que hace 50, 100 o mil años, me recriminan que no veo las noticias, que hay bombas por doquier, muertos, asaltos, accidentes, corruptos, huelgas, y todo tipo de calamidades por todos lados. Vayamos por pasos.

Asegura el psicólogo Steven Pinker, en su libro Los ángeles que llevamos dentro, hecho que se confirma mirando cualquier estadística de medio pelo, que la segunda mitad del siglo XX ha sido la época más tranquila del ser humano de toda su existencia, y enfatiza que los últimos 25 son, incluso, menos violentos aún.

La explicación de Pinker, que sirve como complemento al de Gilbert, apunta a que el consumo continuado de la violencia en el mundo actual, junto a un funcionamiento diferente de las sociedades modernas respecto a las pasadas –donde invadir una aldea para subsistir no era patrimonio de unos pocos países, sino de toda la humanidad– ha provocado una tendencia a la sobresaturación de la violencia, y por tanto el rechazo hacia ella.

La larga exposición de las tragedias y malaventuras del mundo actual está basada en la sobresaturación de la información, mucha, y sobre todo circula más rápido, que nos lleva muchas veces a preocuparnos menos por los muertos por desnutrición que por los asesinados por terrorismo –o incluso, más por un perro sacrificado por un Estado o un león en una cacería– que son, en estadística comprobada, muchos menos que los primeros, y que explica la natural, aunque falsa, réplica de los que creen en la perversidad del ser humano.

¿Y por qué me extiendo tanto en este punto de la falsedad de un mundo peor que hace años?

Este proceso del cerebro hace obvia nuestra propensión a empequeñecer el mundo y el ser humano porque nuestra percepción de la realidad actual está fuertemente condicionada por esa información presente y que recibimos a través de los medios de comunicación, redes sociales, correos electrónicos, clientes de mensajería instantánea, y un sinfín de otras opciones tecnológicas del mundo actual, pero no tanto por los hechos reales del pasado que nos ha traído a este presente.

Basta adentrarse un poco en la historia del mundo y hacer mínimas comparaciones de hechos reales sobre muertos violentos por años y siglos, guerras comenzadas, índices de pobreza (que siempre se analizan de forma bruta, pero no relativa) y bienestar general para darnos cuenta que está bien que nos traigan en segundos noticias del mundo para estar informados del presente, pero no sirve en absoluto para reflexionar sobre la bondad o maldad de nuestra especie a lo largo de la historia.

Los condicionantes de nuestras decisiones y puntos de vista, que bien apunta Daniel Gilbert nos lleva a la tendencia de evaluar lo que vemos según la información que hemos consumido, que, gracias a la red, los teléfonos y los propios medios de comunicación, circula más y sobre todo más rápido, pero nos hace olvidar lo más importante: los hechos reales, que son a la larga, los que de verdad importan.

De su libro extraje esta frase que llevo como norma de vida:

La riqueza se puede medir contando dólares, pero la utilidad debe medirse contando el bienestar que procuran esos billetes. La riqueza no importa, la utilidad sí. No nos preocupa el dinero, ni los ascensos ni las vacaciones en la playa en sí; nos preocupa el placer que esas formas de riqueza pueden proporcionar o no. Las elecciones inteligentes son las que maximizan nuestro placer, no la cantidad de dinero, y, si aspiramos a la mínima esperanza de elegir de forma inteligente, debemos anticipar de forma correcta cuánto placer nos procurarán esos billetes.[4]

¿Qué podríamos extraer como enseñanza? Piensa menos en los billetes que ganas, y más en la felicidad que crees que te producen. Porque de nada vale la pena tener un alto salario o una gran fortuna, si tu vida presente está llena de estrés y alta tensión. Si con lo necesario que tienes eres feliz, no busques la angustia de querer tener más. No merece le pena.

Y también, no pongas en tu vida la ansiedad de intentar conseguir aquello que crees que quieres porque te condiciona el entorno y lo que dicen los demás que necesitas. Intenta mejor busca la felicidad de hacer lo que quieres y lo que te satisface, aunque no sea lo que te exigen los demás, y aunque con ello sólo tengas lo suficiente para el bienestar. Esto sí merece la pena.

[1] Gilbert, Daniel Todd. Stumbling on Happiness. First Vintage books ed. New York: Vintage Books A Division of Random House; 2007. P. 262-263

[2] Gilbert, Daniel Todd. «Dan Gilbert: Why we make bad decisions | TED Talk», s. f. minute, 06:12 https://www.ted.com/talks/dan_gilbert_why_we_make_bad_decisions.

[3] Gilbert, Daniel Todd. «Dan Gilbert: Why we make bad decisions | TED Talk», s. f. minuto, 22:08 https://www.ted.com/talks/dan_gilbert_why_we_make_bad_decisions.

[4] Gilbert, Daniel Todd. Stumbling on Happiness. First Vintage books ed. New York: Vintage Books A Division of Random House; 2007. P. 260.

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