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Hablaba con un amigo de DEVS, porque yo creía haber visto un importante fallo de guion en la serie de FX Productions, y como no me gusta quedarme con dudas desanduve lo recorrido hasta donde creía que estaba el error. Pero el fallo existía en mí, no en la serie. En una línea de diálogo, pensemos bien, ¡una línea de diálogo! del capítulo 4 estaba en toda su plenitud la respuesta a mi desacierto.
Es curioso, esto no lo haría por La casa de papel, serie que disfruté alguna temporada a pesar de sus fallos y ahora se me hace incómoda, ni por un número bastante grande de obras ficcionales que he disfrutado a pesar de sus errores técnicos o argumentales. No sé si por deformación profesional o por la experiencia del arduo camino que implica hacer ficción soy bastante condescendiente con obras de arte dramáticas. Quizás menos con la novela que con el cine, pero igual soy bastante tolerante con obras mediocres si existe al menos algún motivo por el cual defenderla.
Esto claro, tiene un peaje para mí. Cuando una obra artística me parece sublime, tanto técnica como argumentalmente y me obliga a la reflexión en cualquiera de sus aspectos, voy a la caza de detalles que justifiquen esa ganada parte de mis elogios.
Con DEVSme pasó esto último. Decir que es sublime, genial, reflexiva, grandiosa, es enumerar epítetos, y poco sirve para describirla, pero es que la serie es sublime, genial, reflexiva, grandiosa.
Parte de una premisa de la que apenas puedo contar sin desvelar algo de la trama, que es mejor ir descubriendo poco a poco, pero quizás pueda citar lo que de ella cuenta mi amigo:
Decía él que puede parecer “un poco abigarrada desde el punto de vista científico y filosófico. Por los juegos con el multiverso, por las paradojas de la máquina que lo contiene todo, por, en suma, lo que obliga a aceptar. Pero enseguida sigues su hipótesis porque la hacen creíble, visual y dramatúrgicamente. Y ahí está su principal baza: fíjate que sobresale el misterio, o la angustia, o el propio hilo argumental, por sobre la base y justificación de todo, que vendría a ser el super ordenador cuántico.”
Si no lo hubiera citado a él podría decir algo más, pero aquí está contenido todo.
Quizás diría que, en estos tiempos de locura virtual, donde todos hacemos mil cosas o decimos de todo por las redes, merece la pena sentarse un ratito a pensar en algo más allá de nuestra mera existencia. Hay riqueza explícita e implícita en los diálogos de DEVS, porque cada línea cuenta; si pierdes tres segundos de una conversación entre dos personajes, podrías dejar de entender aspectos fundamentales del argumento, y eso es concepción razonada, no casualidad.
Lo mismo sucede con sus aspectos visuales, tanto vale lo que dice o hace un personaje como la posición de la cámara escogida mientras realiza la acción o habla; importan los primeros planos, sus reacciones como locutor o receptor, si un párpado está más cerrado que otro, cada plano o diálogo es una mina de información y reflexión.
Y para que sea aún más asquerosamente buena, como espectador aprendes a pensar de otra manera sobre elementos cotidianos que ni habías pensado. Un ejemplo: ¿Qué elementos físicos, mecánicos o del simple azar se ponen en funcionamiento cuando una pluma para escribir rueda sobre una mesa? Como espectador activo DEVS es una provocación a buscar respuestas de preguntas que nunca te habías hecho, a entender o volver a reflexionar sobre temas que van desde la ciencia hasta la filosofía transitando una cuerda floja entre la fantasía y la realidad sin que sepas en cada momento si se inclinó a un lado u otro, aunque sin jamás perder el equilibrio. Pues eso: soberbia.