Cuenta Viktor E. Frankl que durante su internamiento en un campo de concentración alemán se percató de que a su lado un compañero de infortunio jadeaba y se retorcía en medio de alguna pesadilla y se lanzó a sacarlo de algo que a él siempre le había resultado agobiante, pero se contuvo en el último momento. “Comprendí enseguida de una forma vívida, que ningún sueño, por horrible que fuera, podía ser tan malo como la realidad del campo que nos rodeaba y a la que estaba a punto de devolverle.” (El hombre en busca de sentido,Viktor E. Frankl. Editorial Herder, Barcelona, 1989).
La importancia de las cosas que nos rodean, muchas veces importantes de manera inadecuada, es transitoria. La televisión de plasma que costó seiscientos euros, las ideas por las que alguna vez estábamos dispuestos a dar la vida, la pareja por la que casi moríamos de amor; todo ello quedó envejecido, renovado, superado por las circunstancias de la vida. De lo que nos rodea elegimos aquello que creemos es vital, inevitable y eterno y por alguna razón casi todos equivocamos en la elección.
La dirección hacia que la caminamos en nuestra existencia se desvía a veces con la facilidad con que decidimos cambiar de desodorante y no siempre somos conscientes de ello. Vivimos el azar de manera instintiva y creemos que alguien por encima de nuestros deseos gobierna o decide nuestro final sin contar con nosotros. Queremos certezas aunque sean por medio de la fe. Preferimos creer que ese destino está trazado desde arriba que tomar las decisiones nosotros con total libertad. Tenemos terror a afianzar las riendas de nuestro futuro sin pensar en las consecuencias de dejarse llevar por un azar que cambia apenas por dejar de mirar hacia un punto y mirar a otro. No creemos, o no queremos creer, que el efecto mariposa gobierna nuestras vidas, que el destino es un lugar al que decidimos llegar y no un hueco al que caemos sin remedio. El destino no es algo incierto. Debemos comprender de una vez que salir más temprano o más tarde de nuestra casa puede hacernos cambiar de trabajo o de pareja si conocemos en el bar, el metro o la cola del pan a la persona adecuada.
Pensar en la obra de Viktor Frankl, sus numerosos libros, el aporte que ha dejado a la humanidad con sus estudios de Logoterapia (la base del moderno análisis existencial, una forma de recuperar a un ser humano que ha caído en las redes de la crisis existencial) y lo que ha sido su vida que pudo haber terminado en un campo de concentración puede dejar perplejo a más de uno.
¿Qué habría pasado si la cabeza de Frankl se hubiese encontrado con la culata de un fusil nazi? ¿Qué tal si la existencia miserable del campo lo hubiese llevado a suicidarse, dejarse matar por la rabia de un asesino en uniforme? En su libro reconoce que una forma de sobrevivir, de encontrarle sentido a esa vida miserable era repasar en su cabeza, escribir en su pensamiento la obra profesional que quería escribir –que ya había escrito antes y un alemán sin escrúpulos destruyó– y que le daba aliento para creer que la “existencia provisional cuya duración se desconoce” podría llegar a ser una existencia segura con duración indeterminada.
Se necesita valentía, confianza en uno mismo y certeza del valor que tiene el futuro para escribir un libro, aunque sea mentalmente, –o incluso más para hacerlo mentalmente– intentando sobrevivir contra la adversidad de un momento cruel que parece interminable. Reinaldo Arenas, el poeta y novelista cubano que murió de sida en Estados Unidos, pudo haber muerto muchas veces antes. La infinita sabiduría y voluntad de vivir que destilan las páginas de su autobiografía Antes que anochezca harían reflexionar a más de uno que quedarse en el paro o que te deje tu pareja es una situación dura pero transitoria, perenne y fugaz. Arenas fue torturado, vejado por ser escritor, gay y disidente: tres delitos durísimos en la Cuba progresista de Fidel Castro. Su novela Otra vez el mar la perdió en varias ocasiones, alguna vez porque cayó en manos de la Gestapo castrista cubana, y tuvo la entereza de reescribirla tres veces porque era más importante vivir para ella que vivir sin ella.
Viktor E. Frankl tuvo también la entereza de encontrarle sentido a la vida en medio de la crueldad del campo de concentración. Leyendo las páginas de su libro El hombre en busca de sentido comprendemos lo delgada que es la línea que separa la existencia de la no existencia. Pudo haber muerto en varias ocasiones y su deseo de vivir y el azar de un momento, la inexplicable decisión de unos segundos de no ofrecerse voluntario para algunos trabajos o de quedarse con sus enfermos en otro momento resolvieron que el azar decidiera que su obra llegara a nosotros.
¿Es importante tomar decisiones? La obra revolucionaria de Franz Kafka, que cambió la forma de entender y disfrutar la literatura, hoy podría ser desconocida si un mal amigo pero un excelente previsor no hubiese tomado la dura decisión de no quemar sus manuscritos y legarlos a la posteridad. ¿Se comprende lo que quiero decir? ¿Cómo se puede decirle a un amigo moribundo con su débil mano entre las nuestras que vamos a respetar su última voluntad y luego violentarla rescatando una de las obras más valiosas de la historia de la literatura? ¿En qué momento se toma una decisión así?
La vida es mucho más que dejarse llevar y sufrir por los avatares que nos pone en el camino. Si seguimos los preceptos de la psicología más avanzada las crisis existenciales no son más que momentos de espera que permiten replantearnos el camino tomado y seguir avanzando por él o por otro en nuestro avance hacia la meta. Lo importante aquí es encontrar esa meta. Albert Camus decía en su libro El mito de Sísifo que el problema fundamental de la filosofía era si la vida valía la pena ser vivida o no. Creo que vale la pena vivir. Como Sísifo empujando sin sentido una piedra hacia la cima, como Reinaldo Arenas luchando con su pensamiento contra una dictadura que parece eterna, como Viktor Frankl contra todo un sistema antihumano desde el sitio más inhumano posible. Sólo hay que recordar la máxima oriental que está en el Tao de que el viaje hacia la eternidad comienza con el primer paso. No vivamos sin descubrir esa eternidad, ese momento que nos da fuerzas para sobreponernos a todas las adversidades.