El misterio de los cuentos egipcios

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blankExiste un criterio generalizado que postula la universalidad de ciertos temas en el arte. En cuestiones artísticas –y sobre todo en la literatura– casi todos comparten que sólo hay algunos pocos asuntos, que se repiten una y otra vez, de época en época y de autor en autor. No es posible negar totalmente dicha afirmación.

Los grandes conflictos humanos, inherentes –no faltaba más– al individuo, son de manera muy clara los mismos que afectaban a la humanidad en la antigüedad. Nos siguen quitando el sueño las mismas interrogantes, las mismas dudas, los mismos temores, y los seguimos expresando en las diferentes manifestaciones estéticas por muy altos que sean los niveles de desarrollo de nuestra sociedad.

Dichos temas, bien tratados, garantizan por sí solos una gran masa de público. El amor, la muerte, el arte, la libertad, son sólo algunos de ellos. Pero la afirmación tajante y repetida de esta idea, quizás con demasiada seguridad y con excesiva frecuencia, dejaría en apariencias sin explicación algunos de los grandes textos de la literatura. Si alguien llegara a dudarlo puede remitirse a no pocos cuentos de Julio Cortázar o Antón Chéjov. En algún relato de estos autores parecería que estamos ante una temática insignificante, intrascendente si se quiere, y sin duda a veces lo son, aunque alcanzan cotas de alta literatura por la inspiración imaginativa y el tratamiento formal que fueron capaces de desarrollar a lo largo de su profesión.

Sería mentir, sin embargo, no reconocer que gracias a ese extraño pacto entre el lector y el escritor que es la convención literaria, hay un vasto público totalmente dispuesto a dejarse emocionar con las vicisitudes de amor o muerte de nuestro protagonista sea su apellido Karennina, Bovary o Raskolnikov. Del mismo modo se dejará llevar por los ocultos caminos de una historia de fantasmas o la curiosidad hacia un mundo lejano sea éste el planeta Aurora de Asimov o el Egipto de los faraones. ¿Duda alguien del atractivo de esta antigua civilización?

Prácticamente desde nuestra niñez somos conscientes de la insólita seducción que nos provoca la majestuosidad de las pirámides de Egipto. Luego vamos creciendo y comenzamos a maravillarnos por la riqueza de su mundo y el conocimiento científico de su pueblo; y más que nada, terminamos fascinados porque hayan logrado todo ello antes –muchos años antes– que nuestra civilización occidental, de la cual muchas veces nos sentimos orgullosos sin muchas razones por las cuales envanecernos.

Las respuestas a la mayoría de los enigmas de esta cultura están rodeadas de misterio. Acaso descansen aún bajo tierra en el valle del Nilo o quizás se hayan perdido con seguridad en el infortunado incendio de la biblioteca de Alejandría. No lo podemos aseverar. Pero nuestra avanzada cultura no deja de mirar constantemente hacia ése y otros mundos del pasado. Desde el punto de vista histórico, incluso, existe un largo debate sobre si la base socioeconómica del antiguo Egipto era o no esclavista. El debate está muy lejos de tener una única respuesta y contribuye todavía más a ese deslumbramiento constante sobre la historia y cultura de este ancestral pueblo.

La literatura no ha hecho menos. Se ha escrito hasta la saciedad sobre los faraones y sobre la cultura egipcia en general aunque al final sigamos dejándonos admirar por Las máximas de Ptahotepo el Diálogo de un desesperado con su alma que son parte de los textos literarios –o lo que más se acerca a ello– más antiguos de esta cultura que conoce la humanidad. No es factible mencionar todo lo que se ha escrito sobre Egipto antiguo, pero mencionaré acaso las novelas que estimo pueden ser consideradas los mejores acercamientos a este tema. A mi juicio son textos imprescindibles tanto por el manejo adecuado de su contenido histórico como por su exquisito tratamiento literario: Sinuhé, el egipcio del finlandés Mika Waltari que es todo un grito de libertad recreado en el mundo faraónico y sobre todo Faraón, del escritor polaco Boleslaw Prus que es, desde mi punto de vista, el acercamiento literario más sensato y documentado sobre el mundo de las pirámides.

Ambos libros intentan acercarnos al modo de vida de esta civilización, sus costumbres, sus miedos, sus principales preocupaciones. El primero desde la humilde voz de un médico que se encumbra hasta la corte faraónica. Sinuhé… es un reclamo de libertad interior, una llamada de atención sobre la independencia del individuo frente a una sociedad gobernada desde un poder omnímodo y totalmente cuestionable. Faraónllega un poco más allá en este cometido. Lo que en Sinuhé era un canto de libertad individual, en la novela del polaco es una disección del poder, un ameno estudio de esa fuerza oscura que gobierna al mundo desde la antigüedad –al que aún no podemos trazarle pautas claras– en una sociedad gobernada por un hombre que es considerado Dios desde la cuna.

Es de agradecer, y está dicho con responsabilidad, que se siga escribiendo sobre éste o cualquier tema. Por eso es de mucho agrado recibir títulos como La tumba de Keops y otros cuentos egipcios de Santiago Cano López editado por Librería Séneca Ediciones (ya desaparecida). Sin embargo, siendo honesto, leí el mencionado libro con cierta dosis de reparo teniendo en cuenta la exageración de obras que sobre esta temática circulan por las librerías ibéricas. Mas reconozco que llegar a la página final fue todo un placer.

El citado volumen consta de doce relatos y como indica el título, giran en torno a varios de los enigmas más interesantes de esta civilización. Pero no cabe adentrarse en él para buscar una guía científica de cómo se construyeron las pirámides, dónde está la tumba de Keops o una explicación veraz del origen de la esfinge. Cano López nos propone jugar con su profundo conocimiento de aquel mundo y nuestra imaginación. Estos doce cuentos son una mezcla de realidad y fantasía; digo más, realidad científica –probada por los adelantos de nuestra época– y fantasía desbordada y hasta cruel. El propio autor nos aclara en el prólogo “No son leyendas extraídas del folklore ni de las historias abundantísimas de este pueblo: son creaciones propias, construidas sobre datos históricos reales, pero imaginarias.”

Quizás anda por aquí la originalidad de estos “cuentos egipcios”. Los textos de La tumba de Keops… están abordados desde el misterio. Mientras las novelas del finlandés y del polaco nos acercan históricamente al mundo egipcio, Cano López con sus cuentos lo hace desde el misterio, sin dejar de ser, además, textos de riguroso conocimiento histórico. No es tampoco el primer texto ficcional que lo hace. Antes, en La novela de una momia de Teófilo Gautier se engarzan dos historias, aisladas por más de tres mil años, aunque mezcladas por una bella historia de amor que quiebra los límites de la muerte, tema en el que reincide en La muerta enamorada.

Pero Cano López nos responde –sin que sea este su objetivo esencial– algunos de estos enigmas históricos; siempre desde la ficción y con la poderosa fuerza de la imaginación, de su imaginación. Gracias a ello podemos saber dónde está la tumba de Keops –secreto vedado hasta ahora para los egiptólogos–, qué historia se esconde detrás de la esfinge o por qué adoraban en la sociedad egipcia la figura del cocodrilo. Eso sí, ojo atento se le pide al lector pues a la manera de los textos de Borges o Bioy Casares hay algo de apócrifo en estos relatos. Tendrá el lector que ser suficientemente agudo para deslindar la realidad de la fantasía, la historia del mito, la verdad del enigma.

A pesar de ello, podemos afirmar que La tumba de Keops y otros cuentos egipcios no es un libro erudito o críptico. Algunos de los mejores textos borgianos están vedados a un público medio por el manejo indiscriminado de la información o por el tema que abordan. La influencia del argentino es muy clara en estos “cuentos egipcios”. Pero las historias aquí contadas son de muy fácil lectura, de un lenguaje muy sencillo, asequible incluso para un público muy joven.

Y los conflictos de estos relatos han afectado al ser humano desde que pintó el primer bisonte en las cavernas de Altamira. Finalmente nos volvemos a acercar a los grandes temas literarios: el amor, la muerte, la inmortalidad, y todo ello unido a las cuestiones que aún nos resultan desconocidas –si es que algunas vez puedan llegarse a conocer dado su carácter esotérico, casi supersticioso– a pesar de más de tres milenios de civilización: la transmigración de las almas, los viajes astrales o los desplazamientos a través de la dimensión temporal.

Una división arbitraria de los relatos de La tumba de Keops y otros cuentos egipcios colocaría de un lado aquellos que transcurren totalmente en el pasado. Textos donde la problemática está enteramente vinculada al mundo del que trata el libro; conflicto, clímax y desenlace están por supuesto, en aquella sociedad. El resto está abordado de manera que el conflicto comienza en el antiguo Egipto pero su clímax –en algunos casos– y su resolución –en todos– está en el presente mediato o inmediato. De manera que somos protagonistas de relatos con varios puntos de vista o dos historias en apariencia diferentes que a manera de vasos comunicantes van contaminándose hasta darnos una visión total del conflicto. No debe asombrarnos pues que habitantes de la antigua tierra egipcia coexistan y caminen por las calles de nuestro mundo. Algo que Cano López elabora intencionalmente. El pasado profanando constantemente al presente, modificándolo, asombrándolo, cuestionando su infalibilidad científica.

Desde el punto de vista formal casi todos los relatos están abordados con el mismo procedimiento. No es casual. La técnica conocida como Caja China nos permite un mayor nivel de verosimilitud de las historias. Así muchos de los sucesos extraordinarios están contados de primera mano por sus propios protagonistas que sufrieron dichas historias y lo escribieron sin imaginar que muchos años después serían encontrados por una mano salvadora que nos sirve sólo de testigo. Por supuesto que este procedimiento no es nada nuevo. El doctor Jekill y Míster Hyde de Robert Louis Stevenson es precisamente un buen ejemplo, y Henry James fue todo un experto en su uso. Otra vuelta de tuerca es una obra maestra de cómo se puede usar esta técnica para aumentar el poder de persuasión, y una demostración de que es ésta una de las mejores formas de contar historias extraordinarias.

Agréguese a ello un manejo contenido de la información. Es cierto que algunos textos son innecesariamente explicativos pero Cano López lo resuelve ocultándonos algo importante de la narración, llamándonos la atención sobre algo que enmascara, un dato omitido que nos provoca la indagación de cierta corriente de sentido subyacente necesaria para los buenos cuentos.

Fue Hemingway, con su extraordinaria afición al boxeo, quien dijo que la novela le ganaba la pelea al lector por puntos pero que el cuento debía hacerlo por knockout. Así es interesante que el lector se pregunte qué pasará si algún día por descuido, se colocan de frente a las dos estatuas del relato “La queja de la estatua”, cuál será el destino del religioso en “El sacerdote de Sobek”, cuál es el dato que se nos silencia en “El informe Richetto”. Como los buenos cuentos estos “cuentos egipcios” no sólo nos entretienen sino que nos hacen reflexionar, nos provocan constantemente a cuestionarnos la veracidad de nuestro mundo, la infalibilidad de nuestro conocimiento científico y lo hacen siempre desde la duda, sin darnos respuestas concretas pues –mal que nos duela– no las hay.

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