Conocí de su existencia tarde porque nadie me contó de sus libros, de su labor como disidente ni nada de lo referente a su vida mientras yo estudiaba Historia en la Universidad de La Habana.
Por esos azares de la vida me dediqué a la literatura, y también por azares –por más que algunos me dicen que por méritos propios– terminé siendo editor de la revista deLiras, que venía a ser la parte más literaria de un proyecto independiente mayor dentro de la dictadura comunista de los Castro, y donde se respiraba un ambiente de libertad que no existía (aún no existe) en Cuba.
Alguien me habló de El poder de los sin poder, y yo negué avergonzado de no conocer lo que se suponía que debía ser conocido por un historiador, por un economista, por cualquier intelectual que haya disfrutado un mínimo de libertad mientras estudiaba.
Una fotocopia que pasó de mano en mano me hizo llegar el libro y a partir de entonces conocí a alguien que se convirtió en referente. Perseguí libros, seguí noticias y me dejó en las manos (y ya en el alma) uno de los más extraordinarios luchadores por los derechos humanos que ha existido. Escritor de fuste, con argumentos de potencia, y la cabeza visible de uno de los movimientos más interesantes de transición de una dictadura a la democracia.
Muere dejando un ejemplo de vida, de cómo lograr la libertad sin violencia, con argumentos, con más libertad, haciendo de las debilidades del totalitarismo un argumento de fuerza para nuestra lucha por la libertad.
Por otros azares, y con pocas horas de diferencia, muere el comunista Kim Jong-Il, uno de los más sanguinarios asesinos y conculcador de los derechos humanos que haya existido. Es como si Havel nos haya querido hacer un último regalo. Pues gracias, amigo, a ver si te llevas al caribeño.