Apenas ha pasado un año de la elección de Barack Obama y ya estamos haciendo en todo el mundo balance de su gobierno. Es un tópico, no podemos sustraernos a ello: estamos siempre opinando sobre la política americana pero somos incapaces de analizar los próximos cuatro años de Paraguay o Costa Rica.
De hecho no juzgamos por igual las decisiones de los gobiernos aún cuando tomen las mismas decisiones ante el mismo hecho y quizás es justo porque no todos son iguales. El puesto de presidente de los Estados Unidos es el cargo de mayor trascendencia y poder que existe en el planeta y como tal lo conceptuamos.
Sin embargo la justicia de la opinión pública no es directamente proporcional a la justicia histórica y eso lo podemos constatar echando la vista atrás.
“Este es el momento más difícil de la historia, el momento histórico más importante, el peor presidente de los Estados Unidos (sobre todo con Bush), hay más pobres que nunca, existen más guerras que en cualquier otro momento histórico, el hambre es más acentuada, los ricos son más ricos y los pobres son más pobres”. Este tipo de frases lo escuchamos casi a diario en los medios de comunicación, en las personas con las que hablamos, en los conocidos, en los políticos, cuando la realidad es que la historia nunca demuestra estos catastrofismos exagerados.
Con los presidentes norteamericanos, siempre se dijo en época del gobierno de Ronald Reagan que aquel pésimo actor de segunda era el peor presidente americano. La argumentación iba por los gastos económicos, la inmensa búsqueda de un armamentismo desmesurado y su pose de voz engolada y artificial.
Pues la historia ha redimido a Reagan como el único presidente que logró establecer una espiral de declive y un consenso internacional contra el comunismo hasta su derrumbe.
De la misma forma la historia redime a la salvaje revolución francesa y sus excesos por lo que de valioso ha legado a la humanidad en términos de libertad y respeto de los derechos humanos.
Dicho esto, la forma en que ha caído la popularidad de Obama es lógica. La opinión pública mundial recibió su llegada como el nuevo Che Guevara sin analizar que estábamos ante la presencia de un presidente de la nación que rige los destinos del mundo actual, y como tal lo exigimos.
Obama en el gobierno no ha hecho prácticamente nada, incluso nada de aquello que prometió. La prisión de Guantánamo sigue donde está, la reforma sanitaria (que pretende establecer un sistema más parecido al español o británico), no la quieren los propios americanos, las tropas siguen en Irak, las finanzas no están saneadas y sus alardes de paz mundial no han dado frutos.
Es bastante sabido que si un presidente de la Casa Blanca no encara las reformas que necesita en el primer año, luego podrá hacer bien poco porque el resto de los poderes hacer su labor de contrapeso de forma más efectiva y se lo impiden con más consenso de la opinión pública.
¿Qué ha hecho Obama en este año de gobierno? Cambiar las formas unilaterales de su predecesor George Bush. Hoy en día el presidente norteamericano ha establecido una forma de gobernar hacia afuera que permite hablar de un multilateralismo en las decisiones, de una consulta mundial que permite el máximo apoyo a sus medidas internacionales.
Pero incluso eso es poco si se analiza las circunstancias en las que gobernó Bush. Nunca se debe olvidar que el que ha sido considerado el peor presidente de la historia de Estados Unidos se enfrentó en su gobierno al peor atentado terrorista en suelo norteamericano.
La opinión pública le exigía medidas de fuerza y Bush, y su gobierno, actuaron en consecuencia. El uso de la fuerza antes que el diálogo, la presión frontal contra el terrorismo islamista sin matices, y la mentira y la tortura como método para obtener resultados fueron, a la vista actual, excesos y desmanes que no han dado sus frutos.
Sin embargo, Dios no lo quiera, habría que ver la postura de Obama si mañana un grupo terrorista dejara 3000 víctimas en suelo americano.
Bush actuó en su momento con el beneplácito de todos los poderes del estado y la opinión pública norteamericana, que puso frente al mando de la nación a un comandante en jefe duro que no permitía concesiones. Su actuación fue producto de una circunstancia.
No es cierto que sea un imbécil, ni un ignorante, ni un payaso manejable por grupos de poderes. La opinión pública se giró contra su acción cuando antes la había apoyado sin concesiones. Hasta ese momento nadie había cuestionado su capacidad intelectual, de la cual se podrá decir que no es un premio Nobel pero tampoco es menor que el resto de los políticos que gobiernan otros países democráticos.
Lo que sí ha quedado claro en este año para aquellos que no lo sabían, es que el presidente de los Estados Unidos no tiene un poder ilimitado. Si logra llevar algo adelante es porque el resto de los poderes del estado le dan su beneplácito. Cuando no cuenta con él tiene las manos atadas y debe buscar consensos para efectuar medidas.
Vamos, como en cualquier democracia que funcione.