En un debate reciente sobre la posibilidad de ver al ser humano como un potencial asesino al que reprimen las leyes y la moralidad impuesta desde la niñez, expuse como ejemplos varias obras de ficción que afianzan la tesis del debate: Desde la novela Crimen y castigo, y pasando por los filmes Un día de furia y terminando en Escuela de asesinos en todos hay personajes complejos a los que es difícil encajar como simples asesinos despiadados. Lo interesante es la pregunta que se hace un personaje de la última película que recomiendo: “¿Qué pasa cuando empujas a alguien demasiado lejos?”.
A fuerza de ver tantas películas con el argumento de la educación en escuelas incómodas por un entorno de violencia, el espectador exigente termina por ver el tema como un lugar común que ya cansa. Sin embargo, entre tanta baraúnda aún se pueden rescatar títulos que refuerzan la tesis de intentar no despegarse del todo del tema, casi convertido en género. Ahí incluyo la película del director norteamericano Guy Ferland, Escuela de asesinos (Bang Bang You’re Dead) que con el título que se ha comercializado en español es para boicotear el poster publicitario.
La película hace desde el título (en inglés) un claro homenaje a la obra de teatro, del mismo nombre, de William Mastrosimone, donde un joven se enfrenta al fantasma de varias de sus víctimas a las que mató durante una matanza en una escuela. La obra ha sido todo un éxito en muchas representaciones que se han realizado en el país del Norte, pero la ficción de Ferland va más allá.
Con los ecos del caso Columbine y otros como el de la matanza de Virginia, Ferland se adentra en la historia de Trevor (actuación más que convincente de Ben Foster), un adolescente al que la violencia gratuita de los grupos sociales creados en la escuela, junto a un entorno de desidia de las autoridades escolares, lleva a la desesperación, lo tuercen de ser un estudiante laborioso y disciplinado a un potencial homicida.
Lo que salva a esta película de una quema generalizada de filmes sobre escuelas violentas es esa suerte de vasos comunicantes que establece el guionista entre la historia principal de la película y la obra teatral de Mastrosimone que se representa por parte de los alumnos. El principal conflicto es cuando el papel principal de la obra lo va a interpretar Trevor, que el curso anterior ha sido acusado de fabricar una bomba (sin colocarle el material explosivo) para ganar respeto mediante el terror a los abusadores de la escuela.
La línea que se establece entre el personaje de la obra de teatro y Trevor es magistral y alcanza su punto más interesante cuando el profesor Val (Tom Cavanagh), que está dirigiendo la obra de teatro, somete a Trevor a sus propios conflictos internos en medio del escenario:
“¿Qué es lo que tú tienes, Trevor, que no tiene Josh? ¿Miedo al castigo? ¿Conciencia? ¿Dios, tal vez? ¿Diez mandamientos? ¿Cobardía? Lo que sea que fuere, solo llamémoslo X. Ahora dime, Trevor, ¿qué pasaría si metiera mi mano en tu alma y te quitara X?”
A pesar de la importancia del profesor Val, es su personaje el más desagradecido de la película. Intuyendo que es quien se empeña en el mejoramiento humano, que se enfrenta a la dirección del colegio intentando demostrar que lo evidente no es siempre la verdad, debería ser más atractivo al televidente. Y la verdad es que, ya sea por la linealidad de la actuación de Cavanagh o porque el jovencísimo Ben Foster le roba todo el tiempo el escenario, la realidad es que el profesor queda algo desdibujado durante gran parte del filme.
Inquietante por momentos, el argumento nos obliga a estar clavados en la silla durante los 87 minutos que dura, con una tensión que solo se relaja por momentos. No sé si en la vida real existen menos conflictos de este tipo o si cuando se presentan se solucionan de manera parecida a la que presenta la ficción de Guy Ferland, pero el desenlace de la película nos obliga a creer que el ser humano tienen aún salvación en este mundo de locos.
Como sea es una película que, como ya antes hicieron La clase (Entre les murs), de Laurent Cantet y La Ola (Die Welle), de Dennis Gansel, nos deja con la turbadora duda de cuál es el factor X que impide al hombre pasar de Doctor Jekill a Mr. Hide. Por más que lo intentemos aún, por desgracia, no sabemos la respuesta.