Quien no ha vivido en un régimen dictatorial no comprende del todo la crudeza de ello.
Más de una vez he visto a personas defender las conquistas de alguna dictadura como una forma de justificar su existencia por más repulsa que le causen sus desmanes.
Katyn es una de esas películas extrañas donde las dictaduras, más allá de sus ideologías, quedan al descubierto sin tapujos.
Hemos visto obras cinematográficas de calidad con críticas hacia el fascismo, otras hacia el socialismo, pero rara vez nos encontramos una que se coloque en medio de ambas para hacer trizas a las dos.
La masacre de Katyn, donde fueron asesinados alrededor de 20 mil prisioneros polacos, es un hecho histórico real de la segunda guerra mundial donde fascistas y comunistas se lanzaron piedras acusándose mutuamente de la autoría de aquella salvajada.
El mayor mérito de la película es hacernos partícipes de la misma sinrazón que vivieron los polacos, primero bajo el fascismo y luego bajo el comunismo. Katyn, o mejor, discrepar de lo sucedido en Katyn, llevó a la gente al suicidio o la represión y el asesinato por parte del gobierno.
Andrzej Wajda retrata en esta película las manipulaciones históricas tan eficaces de los gobiernos totalitarios. Intencionadamente centra parte del conflicto en los servicios de propaganda de las dos dictaduras.
Vemos la presión sobre los ciudadanos para desmentir la realidad o falsearla de acuerdo a intereses ideológicos, asistimos a los noticieros de ambos bandos, tan diferentes en la ideología política que representan pero tan iguales en la forma de usar la ideología como arma de guerra, como método de acallar las voces discrepantes y someter al disidente.
Quien quiera comprender por qué es importante tener una sociedad civil fuerte, por qué es importante evitar los políticos mesiánicos que arrastran las masas, y por qué es vital intentar ser más cultos para intentar ser más libres, deberían sentarse los 115 minutos que nos propone Wajda para explicarnos la masacre de Katyn. No será tiempo perdido.