Estamos hechos para la duda, no para la aseveración. Lo digo de otra manera, estamos preparados para estar permanentemente en la duda, a titubear entre dos argumentos igual de fuertes y ante situaciones delicadas o complejas.
Si estamos entre dos amigos enfrentados entre sí seguramente no sabremos qué hacer para decidir a quién dar la razón, si nos obligan a ello. Decidir sobre la base de algo que no conocemos y que debemos imaginar casi siempre crea injusticias y situaciones estresantes.
Esta abstracción me aturde mientras veo la película danesa, La caza (Jagten) del director, Thomas Vinterberg, uno de los valedores de lo que fue el movimiento Dogma y que, más allá de extravagantes alardes de innovación cinematográfica, ha dejado magníficos títulos para la historia del cine.
Jagtenes la historia de una excepción. Me explico: una película inquietante, que desquicia, portadora de un terror implícito que nos lleva a cuestionarnos el trato con los demás. Alguna vez nos preguntamos si ayudar a un tercero no podría traernos consecuencias indeseadas; y aunque de forma general, la psicología dice que la mayoría de los que se reconocen felices tienen una profesión o vocación hacia los demás, no deja de ser interesante fijarse en las excepciones. La caza es una de ellas.
Recuerdo haber vivido en un pequeño barrio de Madrid al lado de una excelente familia de Chile (que me perdonen si soy incapaz de recordar si era otro su país de origen). Por motivos que nunca sabré la niña de esa pareja se encariñó conmigo y mi pareja de forma intensa; venía a casa para que la ayudara con sus tareas de Historia, de Español, a resolver cuestiones de informática, y de cuando en cuando comía con nosotros.
Un día regresé del trabajo temprano. Eran cerca de las 4 o 5 de la tarde. La nena estaba sentada en la escalera porque esperaba que llegaran sus padres y no tenía llave. Mi primer impulso fue decirle que entrara en casa, pero algo me detuvo. En mi apartamento no había nadie más que yo, y la poca desenvoltura cubana que traje de la isla, la había perdido luego de casi 4 años viviendo en Madrid. Había escuchado tantas veces en las noticias situaciones equívocas sobre niños con adultos, que no tuve valor suficiente para decirle que entrara en casa.
Fue una tontería, pensé luego. Pero tiempo antes había tenido una situación perturbadora con una mujer a la que intenté ayudar con unas pesadas bolsas hasta su casa, y en otro momento otra a la que intenté alcanzarle el paraguas que se le había caído bajo el asiento del Metro, y más adelante alguien sintió que invadía su espacio sin intención amenazadora por tocarle el brazo. Sin darme cuenta, con el tiempo, había perdido mucho de la naturalidad latina que había traído de la isla.
Viendo La caza me ha vuelto el terror a verme en una situación equívoca que yo no hubiera previsto. Por algún motivo, mientras avanzaba el argumento, estaba previendo lo que iba a pasar lo que luego cae como una losa. Pero sin querer –o queriendo–, a veces se crean culpables de situaciones equívocas de donde es casi imposible salir después.
El terror a verse implicado en algo oscuro es en mi caso superado por el temor de que además sea inocente de ello. En La caza sobrecoge –aunque no asombra– casi todo, desde la escalofriante inocencia de una niña que no sabe el daño que causa, hasta la increíble capacidad del ser humano para cambiar sus afectos ante cualquier situación.
Con una puesta en escena impecable, diálogos muy bien trabajados y excelentes actores, es La caza una de esas películas que siempre nos obligan a reflexionar, a fijarnos en nosotros mismos, en nuestra capacidad para comprender, dialogar con los demás. Es una reflexión sobre la forma en que hacemos justicia, analizamos nuestro entorno o nos formamos juicios de valor sobre la vida y los demás.
Es tan intensa la participación de nosotros como espectadores en el argumento, que llegamos a dudar de nuestro criterio, formado previamente por haber sido testigos de algo que no es real. En algún momento de la historia me pregunté, ¿y si fuera verdad? Cuando sabía que no lo era porque yo mismo fui testigo de los hechos que dan origen al equívoco.
Si alguna vez has sido acusado de algo que no has hecho o tienes el temor de verte envuelto en algo que sabes que no has hecho, esta es tu película. Aunque claro, si tan solo te interesa el buen cine es suficiente para verla. Que cualquier excusa sirva. A fin de cuentas lo importante es que sepas valorar lo que nos cuenta. Excelente película.