No me canso de recomendar a mis amigos, La inteligencia fracasada, un libro del filósofo y escritor español, José Antonio Marina. Es el libro que resume de forma meritoria, cómo a veces personas con instrucción probada, de ciertas capacidades intelectuales y hábil análisis de la vida, limitan su propia inteligencia por ponerse obstáculos que le impiden avanzar más en su búsqueda de la sabiduría.
Marina apunta varios de estos obstáculos, que resume bajo el epígrafe de los fracasos cognitivos:
Los prejuicios: dar por sentado que sabemos y estamos seguros de algo que no es verdad. Es la típica reacción de que no ponemos en duda algo que siempre nos han dicho y lo repetimos sin comprobarlo por nuestra cuenta o por lo menos intentar escuchar otras opiniones contrarias.
Las supersticiones: cuando seguimos creyendo en algo que ha quedado superado por el desarrollo científico y tecnológico en que vivimos. Como la absurda manía de que los hoteles esconden la habitación número 13 por la mala suerte, y algunos que no creemos en esta reverenda tontería tampoco queremos esa habitación en caso de existir.
El dogmatismo: mantener nuestra creencia en una idea que ha quedado invalidada por la realidad, pero por algún motivo se sigue conceptuando con ella, acomodando el entorno al error para no refutarla porque no nos interesa, siempre confiando en la fiabilidad del portador.
El fanatismo: cuando se defiende una verdad absoluta, un dogma como el anterior, lleno de prejuicios y supersticiones, pero que utilizamos como bandera para desechar cualquier otra afirmación, y aún más peligroso, se toman acciones y se invita a otros a hacerlo, contra cualquier otra afirmación que invalide la nuestra.
Por desgracia estos fracasos cognitivos son más comunes de lo que imaginamos. La mayoría de la gente asume como propios argumentos que muchas veces no lo son o que, cuando menos, están invalidados por la realidad.
Recientemente lo vi a través de dos hechos diferentes. Uno a través de un vídeo del que se hizo eco el diario Público en el que se pretendía demostrar que una de las manifestaciones más violentas ejercidas por miembros de la llamada plataforma de los indignados del 15M, de España había sido iniciada en realidad por policías vestidos de civil. En el vídeo sólo se ve a lo que suponemos (casi lo afirmaría) son policías haciendo un trabajo que ha hecho la policía desde siempre, mezclarse entre los manifestantes para identificar a posibles violentos, pero no evita que el diario dé por sentado algo que la realidad del vídeo no prueba.
La otra fue una noticia del diario El País donde se aseguraba que un miembro de la oposición española, pedía la renuncia del vicepresidente del gobierno español por un motivo que no le correspondía en principio. El párrafo en cuestión era el siguiente:
“La trama de la SGAE ya ha llegado a la arena política. La portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáez de Santamaría, ha aprovechado para pedir la dimisión del vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba. Sáenz de Santamaría ha anunciado además que su formación pedirá el martes explicaciones al Gobierno por el control que, en su opinión, debería haber tenido sobre la SGAE. La portavoz popular argumenta que Pérez Rubalcaba debe irse porque el asunto de la sociedad de autores afecta ya a tres ministerios: Cultura, Industria y Economía.”
Lo que me sorprendió (no tanto tratándose de un político) es que una persona estudiada, alguien con una cierta inteligencia, haya dicho semejante estupidez. Luego de esa primera reacción hice el uso de mi detector de mierda y fui a ver el vídeo original donde la propia portavoz hacía su intervención, y me sorprendí que por ningún lado existían los hechos que la noticia anterior resumía. Sí pedía la dimisión, pero por duplicidad de funciones como vicepresidente del gobierno y candidato a presidente a las próximas elecciones generales, pero nunca por su responsabilidad por una trama de una organización no lucrativa ajena al gobierno, y donde el vicepresidente no tenía (hasta donde se sabe) responsabilidad alguna.
Por desgracia –pensé– la forma en la que se dio la noticia en el diario El País, hará que los que sólo leen ese diario, y no otros, se lleven la impresión contraria de lo que realmente sucedió. Y lo que es peor, que a los que puedas alertar del error, pero están bajo el efecto aletargante del dogmatismo, se justifican defendiendo al diario que manoseó (por usar un verbo menos duro) la información, con la cantidad de lectores que los sigue, es decir, asegurar que, al ser el medio de prensa más leído en español no comete errores o altera el enfoque según su conveniencia ideológica.
Y no es que sea el único medio de comunicación que lo hace. Es conocida la insistencia del diario El Mundo por intentar atribuir los atentados del 11 de marzo de Madrid a una trama etarra con implicaciones dentro de algún ministerio del gobierno. Esto a pesar de que existe una verdad judicial que, al menos hasta la fecha, es la única verdad que existe sobre este hecho.
También referente a los atentados del 11 de marzo, El País y la Cadena Ser (ambas del grupo Prisa) dieron la noticia de unos terroristas suicidas en ese hecho que jamás existieron, y no han reconocido jamás su parcialidad ideológica en el manejo de la noticia.
En esta guerra no declarada y subrepticia entre los medios de comunicación, los que mejor nos aprovechamos de ello somos los que dudamos de todo, los que tenemos determinadas herramientas profesionales que nos permiten no seguir sólo a los medios que afianzan nuestras convicciones o tintes ideológicos sino que los consumimos todos en aras de un mayor acercamiento a la realidad.
Por desgracia es muy común lo contrario, gente que permite que la búsqueda constante e infinita de la inteligencia (que debería ser una de nuestras metas en aras de la felicidad), se vea sometida y determinada por estos fracasos cognitivos.
Para que no me suceda intento aprovechar algunas cosas que la vida me ha puesto en el camino y que he intentado no desperdiciar: las herramientas objetivas del historiador, la mirada anticipatoria del novelista y relacional del filósofo, y un buen detector de mierda que me permite dudar de todo lo que consumo, incluso aquello en lo que creo. Y aun así me equivoco a menudo. ¡No quiero ni pensar en los que se dejan arrastrar por los fracasos cognitivos!