Odio. El juicio moral al escritor

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«Anagrama suspende «indefinidamente» la distribución de ‘El odio’, el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón.»

Estuve dándole vueltas si dedicarle tiempo a este asunto, porque no es sencillo hacerlo y, la verdad, no me apetece demasiado. Entre otras cosas, porque yo tuve también un juicio social por la publicación de un libro, aunque por motivos muy diferentes. Me trae muy mal recuerdo verme en una habitación rodeado de gente que, tras la excusa de la mala calidad de una de mis novelas (y quizás tenían razón, no seré yo quien juzgue la calidad de un libro escrito por mí) trataron de censurar su publicación.

Pero tras varias conversaciones actuales con amigos, comprendí que la paralización o censura de un libro, sea el que sea, es también parte importante de la literatura como lo es su inspiración, escritura, publicación, éxito o fracaso.

Si vives fuera de España o no estás pendiente de la actualidad española, quizás no conozcas los detalles del caso. Te pongo en antecedentes.

2011: José Bretón, un cordobés llamó a urgencias porque decía haber perdido a sus hijos en un parque. Muy pronto, dado a múltiples contradicciones, se le consideró el principal sospechoso de la desaparición de sus hijos que, finalmente, se descubrió a los que había asesinado con el objetivo de torturar a su esposa, que le había dicho que lo iba a abandonar. El caso fue muy mediático por decenas de motivos, pero sobre todo destaca por la frialdad y la ausencia de sentimientos del asesino, que jamás reconoció su crimen durante el juicio.

2025: Se anuncia la publicación del libro El odio de Luisgé Martin y basado en el caso. Entre otras novedades, se entrevistó al asesino, que confiesa por primera vez su crimen. Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados por José Bretón, considera que el libro podría dañarla a ella y a la memoria de sus hijos e inicia un proceso judicial para paralizar la publicación del libro.

Un juzgado, considera que la libertad de expresión es demasiado importante en este caso y que los argumentos expuestos no son suficientes para considerar la paralización del libro. Sin embargo, el ruido mediático, es tan fuerte, las redes sociales y los medios de comunicación han colocado en la actualidad una tan poderosa polémica, que la editorial decide echarse atrás y detiene la publicación del libro.

Es un tema muy, muy, delicado y aún más complejo. ¿Tenemos como ciudadanos libres de una sociedad democrática el derecho encarar la maldad en estado bruto, sin tamices ni antídotos?

Lo primero es lo primero. ¿Quién no puede estar de acuerdo con la madre de unos niños asesinados porque su exmarido culpable tome la palabra públicamente para hablar de ellos? Se dice que aquí hay dos cosas que se desmoronan: la libertad de expresión y el dolor de una madre. ¿A quién le importa la libertad de expresión ante el dolor de una madre? El dolor de la madre de los niños revuelve tanto las tripas que la literatura deja de importarme, dicen algunos.

Pero vamos a reflexionar un segundo sobre esto. Me pregunto: ¿qué se ha logrado desde el punto de vista moral, ético o legal al prohibir el libro?

La literatura, incluyendo en ella al ensayo, puede llegar a ser un campo de batalla donde las palabras crean sentimientos, buenos y malos. Nos obligan al divertimento, sin dudas; pero también a la reflexión inteligente. Y no pocas veces, esa reflexión inteligente llega tras encarar a la maldad sin filtros.

Ante la duda yo siempre abogo por la libertad de expresión, pero el dolor que sienten las víctimas es demasiado alto como para no tenerlo en cuenta. ¿Pero lo será para siempre?

Este tema está en Podcasts, series, programas de televisión, artículos de prensa, seriales true crime de radio, que cuentan con todos los detalles los antecedentes y cronología del caso y las opiniones de muchos implicados. No me interesa el libro. Probablemente, casi seguro, jamás lo lea, pero tengo dudas de que paralizarlo cambie algo toda esa actualidad mediática que lo rodea y las implicaciones que conlleva.

Aporto otro punto de vista. Más allá de la actualidad mediática del caso, tenemos que analizarlo desde una perspectiva histórica.

Históricamente se han prohibido libros o se han encauzado judicialmente a escritores por algunas de sus obras. Si te menciono las obras y los autores ni te lo creerías. Entre los más conocidos Gustave Flaubert, por Madame Bovary; Oscar Wilde, por El retrato de Dorian Gray; George Orwell por Rebelión en la granja o Ray Bradbury por Fahrenheit 451. Pero la lista de libros polémicos, en ensayo o literatura, es tan amplia, que se necesitan varias páginas para repasar sus orígenes y los motivos por los que pasaron por la ¿ciega? báscula de la justicia.

Digo más, aunque ya es un tópico defender la libertad de expresión citando clásicos que no se habrían publicado si hubiera triunfado la censura, también es cierto que una de las tantas formas de la argumentación son los ejemplos, y nadie hoy en día duda que los libros citados son clásicos como también muy pocos se atreverán a dudar la inmensa calidad de A Sangre fría, De Truman Capote o En el vientre de la bestia, de Norman Mailer.

Pero vamos más allá. Supongamos que El odio, el libro de Luisgé Martin es malo, que no merece la pena la tinta que en él se gaste, ¿es motivo suficiente para su prohibición? No estoy muy seguro si un libro, incluso este donde por primera vez el asesino confiesa su crimen, cambia algo en lo que se sabe del caso y las percepciones y consecuencias que tiene para todos. Sobre todo, porque está claro y estipulado, por los implicados en su creación, que no existe beneficio social ni económico para el asesino con la publicación de este libro.

Estoy seguro que el libro saldrá publicado. No ahora, y quizás no por la misma editorial, pero terminará saliendo a la luz y estoy más que seguro que muchos, incitados por la polémica levantada, se lanzarán como lobos a leerlo, y estoy casi seguro que se sentirán decepcionados porque no encontrarán en el libro grandes motivos para colmar su ansia por lo prohibido.

Vuelvo a hacer la pregunta que hice antes: ¿A quién le importa la libertad de expresión ante el dolor de una madre? Ojo, ¿estamos dispuestos a poner el arbitraje de la libertad de expresión en alguien dolido, por más razón que la asista legalmente, que no encontrará paz en ningún libro que se escriba sobre su dolor? La censura es peligrosa, la autocensura, casi peor aún. Pero nada impedirá que el libro salga a la luz, y cuando pasen varios años, todos nos preguntaremos por qué lo censuramos, dado que no contribuye más al dolor de la víctima que decenas de gente hablando a diario sobre el caso en cuantos medios y redes existen, y nadie considera paralizarlos. ¿Por qué será?

John Stuart Mill en Sobre la libertad, nos recuerda constantemente que suprimir una idea errónea, peligrosa, asquerosa, incómoda, lo que sea, nos impide refutarla. Dice Mill: «existe la más grande diferencia entre presumir que una opinión es verdadera, porque oportunamente no ha sido refutada, y suponer que es verdadera a fin de no permitir su refutación»[1]. Se puede conseguir continúa él «que impidamos que hombres malvados perviertan a la sociedad con la propaganda de opiniones que consideramos falsas o perniciosas»[2], pero solamente se logrará que lo logremos si concedemos libertad para poder negar esas ideas falsas, tras poder acceder a ellas. Una idea no refutada se convierte en dogma.

Dicho esto, me alegro de no ser juez, y si lo fuera, aún más no tener que decidir sobre este caso. No es nada fácil.

[1] John Stuart Mill, Sobre la libertad, Akal básica de bolsillo (Tres Cantos, Madrid: Akal, 2014), 42.

[2] Mill, Sobre la libertad.

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