Poder aunque no se pueda. A propósito de Reinventarse

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blankYa conté alguna vez cómo, en el caso extraordinario de Temple Grandin, una incapacidad en un ser humano pudo ser aprovechada para autosuperarse. En su caso no fue consciente, aunque sería una verdadera lástima desaprovechar lo que nos enseña su ejemplo; lo que en ella fue instinto natural de su condición podemos ser capaces de aprenderlo los que tenemos todas nuestras capacidades intactas.

Pues a propósito del texto donde abogo por desaprender como forma de reinventarse, y dado que me dicen que es una utopía dejar de aprender, intento exponer algunas ideas sobre este término ampliamente aceptado en el mundo de la psicología, y más concretamente en el de la Inteligencia emocional.

Desaprender no es en realidad dejar de aprender. Desde el punto de vista humano es imposible hacer esto si no es por una afección como la calumniada cerebral de nombre alemán que nos obliga a ello, pero no de forma voluntaria.

La información de nuestro cerebro, que se sepa hasta el momento, no es posible borrarla de forma voluntaria. Más bien al contrario, existe información grabada en nuestras neuronas que aparentemente no usamos, pero que nos permite orientarnos en nuestra vida diaria sin necesidad de ser consciente de ella, como pueden ser los mínimos cambios en una misma calle en dos días diferentes. Son pequeños cambios que nuestro cerebro guarda como en un disco duro para evitar pisar una mierda de perro o meter el pie en un charco que ayer no estaba. Pero sigue siendo la misma calle. El caso de Orlando Serrel es quizás el mejor ejemplo de que tenemos información en nuestras neuronas que ni siquiera sabemos que guardamos.

Pero eso no impide que podamos reordenar la información cerebral. No impide que podamos decidir a nuestro gusto la información aprendida y que podamos usarla para encarar los hechos presentes y futuros. Y aunque escoger estos datos no es desaprender, sí es lo que más se acerca a reinventarse.

El caso más cercano y que muchos comprenderán es el de la muy vendida biografía de Steve Jobs, de Walter Isaacson. Llama la atención una de las particularidades del genial empresario y su peculiar carácter intratable que es importante saber aprovechar por los que no tenemos su genio para el diseño ni su capacidad para el márquetin, y es aquella de hacer posible lo que todos dicen que es imposible.

Jobs tenía una idea, y quería que alguno de sus subordinados la llevara adelante. Él no era ingeniero ni programador, pero tenía la capacidad espacial y temporal que permite visualizar lo que se quiere y cómo se quiere sin estar diseñado. Cuando alguno de sus empleados decía que era imposible elaborar algo Jobs se las ingeniaba para hacerlos reinventarse.

El caso del sistema de que las ventanas de un sistema operativo puedan superponerse fue un invento de Bill Atkinson, al que Jobs le pidió crearlo cuando no existía. Atkinson le había dicho previamente que eso era imposible desde el punto de vista de la programación, pero Jobs le confesó que había visto ese sistema en una visita a una empresa competidora de Apple. Así que Atkinson lo intentó.

Atkinson reconoció más tarde que Jobs nunca vio ese sistema en ningún sitio, simplemente le había parecido verlo o se lo había inventado para motivar a Atkinson, que dijo luego: “Aquello me hizo darme cuenta del poder de la inocencia. Fui capaz de hacerlo porque no sabía que no podía hacerse”.

Aquí es donde está la verdadera naturaleza de reinventarse. A veces se nos ocurre una idea que puede ser innovadora porque no la hemos visto materializada en ningún sitio o porque creemos que la vimos aunque podemos ponerla patas arriba para hacerla original, pero después no somos capaces de llevarla adelante, ya sea porque nosotros mismos, o los que están a nuestro alrededor, nos convencen de que es bonita, aunque imposible.

Hay más ejemplos en el libro de Isaacson, como cuando Jobs se empeñó en que el sistema de arranque de Macintosh fuera más rápido de lo que le había presentado Larry Kenyon, quien aseguraba que era prácticamente imposible acortar 10 segundos más. Isaacson explica que Steve Jobs preguntó: “Si con ello pudieras salvarle la vida a una persona, ¿encontrarías la forma de acortar en diez segundos el tiempo de arranque?”.

Isaacson cuenta lo que sucedió a continuación de la siguiente manera:

Kenyon concedió que posiblemente podría. Jobs se dirigió a una pizarra y le mostró que si había cinco millones de personas utilizando el Mac y tardaban diez segundos de más en arrancar el ordenador todos los días, aquello sumaba unos 300 millones de horas anuales que la gente podía ahorrarse, lo que equivalía a salvar cien vidas cada año. «Larry quedó impresionado, como era de esperar, y unas semanas más tarde se presentó con un sistema operativo que arrancaba veintiocho segundos más rápido –recordaba Atkinson—. Steve tenía una forma de motivar a la gente haciéndoles ver una perspectiva más amplia».

A veces es tan simple como tener un amigo que nos aliente, no que nos frene, pero no se puede esperar de un amigo que siempre nos aliente, porque si nos quiere nos intentará evitar sufrimientos, y muchas veces nos pondrá peros a proyectos que parecen descabellados para evitarnos la decepción del fracaso. Por eso hay que tener la capacidad para reinventarse por uno mismo, resetear el cerebro, alterar voluntariamente la veleta cerebral para movernos por nuestros medios, incluso contra el viento, si esto fuera necesario.

Tenemos estructuras mentales, y barreras que a veces nos impiden avanzar y para tumbarlas hay que resetear el cerebro, desaprender cosas, dejar argumentos establecidos detrás porque todos los damos por establecidos, aunque pueden no ser verdaderos. Y hay pocas cosas más tristes que ver cómo alguien pudo con algo que nosotros pensamos primero, pero dejamos en nuestra cabeza por miedo, como es igualmente gratificante hacer algo que los demás decían que no se podía. ¿Lo intentas?

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