«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así», dijo Miguel Delibes en El camino y me hace recordar las negaciones, los obstáculos, los “no se puede”.
A menudo alguien repite que llegar es imposible, o difícil, o que el esfuerzo es tan grande que no merece la pena. Y lo mejor es sonreír, tomarse una copa y avanzar, y avanzar, y avanzar…, hasta llegar. ¿Y luego? Seguir avanzando.
No nos equivoquemos, nada hay que tener en contra de que alguien se atreva a poner en duda lo que los irreductibles damos por sentado. Nada contra uno o un grupo, muchas veces contrarios, disconformes, refractarios, intenten dar pruebas de una mentira que creen como verdad absoluta, aunque al final demostremos que lo suyo era una ilusión óptica.
Somos la suma de un conjunto de experiencias personales y aprendizajes que nos cuesta abandonar, y asumimos como modo de vida lo que damos por verdadero, y nos aferramos con uñas y dientes a ello; cuando es verdad demostrada, no vana ilusión.
Seguir unas mínimas pautas es importante para no desvariar sin rumbo en este viaje entre dos nadas. Y si las circunstancias lo requieren, ser capaces de cuestionarnos lo aprendido, aceptar que la verdad es un punto de encuentro entre varias opiniones similares, paralelas o contrarias.
Pero te cuento alguna lección aprendida en este bregar. Más allá de negacionistas, contrarios, obstáculos, imposibles: No rendirse, hay que alimentar el esfuerzo, creer que puedes cuando todo parece perdido, descubrir los obstáculos y saltarlos o vadearlos o tumbarlos. Y hacerlo parecer como una brujería a los que no creen, los que no pueden o los que están en contra.
¿Y desde qué punto de vista lo explicas a los demás? Alcanzar lo imposible, desmentir a los incrédulos, a los antis, remontar las cimas difíciles está marcado en el ADN, y puedes enseñarlo de una generación a otra y, cuando sucede, es motivo de estudio para los demás, no para ti, que sigues creyendo en alcanzar lo imposible.
Se trata del Real Madrid. El mejor equipo del mundo.
Fue en 2002. Enamorado del Brasil de Ronaldo Nazario, Campeón de la Copa del Mundo, llegué, con esperanza y constancia, desde La Habana a Madrid; esperanza por el futuro y constancia para trabajar en la búsqueda de ese mañana.
Aunque la vida apenas daba para distracciones, pude seguir a la estrella en su fichaje por un equipo de galácticos; y yo, un chaval cubano, que apenas conocía la competencia de clubes, y que había nacido en una pequeña ciudad lejos del fútbol, se enamoró del Real Madrid.
Un equipo que no se rinde, que no ceja, que no tira la toalla. Que saca los partidos cuando nadie lo da por favorito, que asusta, que mete goles y que hace lo imposible. Un equipo que destroza contrarios con su ADN imbatible, que tiene la ambición de acumular victorias cuando nadie lo espera, cuando siguen diciendo que no es el favorito: como no lo fue en 2013, ni en 2015, ni en 2016, ni en 2017, ni en 2022, y en los cinco años ganó la Liga de Campeones.
Es hora de empezar a asumir que lo del Real Madrid no es suerte ni casualidad.
Y tú, si eres antimadridista, lo siento por ti y tu sufrimiento. No ser madridista es razonable, disfrutas con los triunfos de tu equipo y te da igual el Real Madrid; pero ser antimadridista es masoquismo. Nosotros, los que somos del Real Madrid compartimos un sentimiento que nace de no bajar los brazos cuando todo parece perdido. ¿Te parece fácil? Pues no todos lo saben, no todos pueden ni lo aprenden.
Y escucho y miro al pasado: cuando decían que era imposible, era difícil o que el esfuerzo era tan grande que no merecía la pena. Y aquí está el Real Madrid, otra vez Campeón de la Liga de Campeones. Y como decía Delibes: «Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así». Lo decían que era imposible, sólo ha tardado un poco más. ¡Hala Madrid!