Sí, confirmo: “Estáis jodidos, Antonio”

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blankEstuve viendo la serie Dark Matter. Me la habían recomendado y quise sentarme a advertir qué tenía de especial. Reconozco que el tema me motiva: la idea de que alguien haya podido dar con la tecla que permite el viaje entre diferentes realidades paralelas no es nueva, pero tiene su encanto si se hace bien.

Sin embargo, me siento raro con la serie, veo detalles que me impiden disfrutarla del todo. Y no es que hayan hecho una mala serie, pero es que cometen errores básicos sobre cómo se debe contar una historia, como marcar correctamente las transiciones entre una escena y otra para evitar que el espectador se pierda o, como es mi caso, advierta tan claramente la falla.

Me hizo preguntarme algo que he hablado y comentado con muchos colegas y amigos sobre el hecho de no poder disfrutar una historia que es muy aclamada por el público o que rompe todos los moldes de visionado en cine o una plataforma en línea.

Me pasó con Titanic, de James Cameron y House of the Dragon, la serie hermana de Games of Thrones. ¿Es mala la película de Cameron? ¿Es mala House of the Dragon? Pues depende de cómo la analices. La primera temporada de Juego de tronos la disfruté como pocas historias de ficción, pero desvelado el truco del capítulo final (descuida, no voy a contarlo, por si no la has visto), que convierte lo que parecía un peculiar y único mundo medieval en una historia de fantasía, todo lo que vino después, lo seguí viendo sin el entusiasmo ni la emoción ni la credibilidad de esa primera temporada.

La culpa es mía, lo reconozco.

En la serie que comenté al principio, hacen una referencia a Mad Max. Recuerdo que he visto todas las películas de esa serie y que la última Fury Road, me resultó horrible, pero a muchos les pareció increíblemente buena. La volví a ver para identificar si el problema de que me haya parecido tan mala es mío y sí, descubro que lo es. ¿Por qué?

Existe un tipo de ficción audiovisual que no tiene defectos técnicos, incluso puede tener una fotografía de lujo, unos efectos especiales de gran factura, los actores no desentonan demasiado o, incluso pueden actuar bien, se exhiben tiros de cámara espectaculares, escenas con una pompa que no puedes dejar de admirar, pero en el fondo es una historia insulsa, confusa y con trucos malos de estructura, guion, o argumento que no me puedo tragar.

Titanic, La casa del dragón, Mad Max. Fury Road, John Wick, todas tienen algo similar a lo que acabo de decir: el tipo de película o serie a la que le encuentras virtudes técnicas, algunas dignas de premios importantes, pero cuyo argumento o historia no me interesa. Ni argumental ni estéticamente.

En Titanic hay pésimos trucos de guion y melodrama, en La casa del dragón son escandalosas las incongruencias de los personajes y su irracional maquillaje, en Mad Max. Fury Road y John Wick la estética de videoclip, la cámara rápida estilo de cine kung-fu coreano, y mucha acción física, cero -o casi tirando a cero- acción emotiva. Al final es el tipo de historia que como le apliques un veinte por ciento de lógica, que es lo que me pasa a mí, no te tragas el argumento. Que sí, me dicen amigos, pero es para divertirse, y no más, pero son el tipo de ficción donde te sumas a ese mundo o no, y yo no entro, porque no me lo creo.

Mi amigo Carlos me recuerda que he visto peores historias de ficción que Fury Road o John Wick, y tiene razón; he aguantado historias de tiburones en el Sena o volando, Lincoln persiguiendo vampiros o zombis, o granjas de la llamada “América profunda” donde se crían dinosaurios. Pero hay un problema, todas esas historias no pretenden ser más de lo que son: productos hechos con un presupuesto mínimo para entretener a un público que no juzga o, como es mi caso, por deformación profesional: aprendizaje o cotejo de trucos, estructuras y formas narrativas.

Pero cuando un filme, una serie, se gastan millones en mostrar una calidad técnica desbordante, actores de primera y un equipo realizador digno de premios de Hollywood, no queda más que pensar que pretenden algo más que sólo divertir, y si no me divierten, el problema debe ser mío. Y es incluso peor si terminan haciendo un producto con fallas de estructura que, reconozco, a muchos les da igual, ni siquiera los advierten, pero a mí me sacan de la historia.

Recuerdo el artículo de Arturo Pérez-Reverte que se titula como encabezo este texto, Estáis jodidos, Antonio[1]. Resumiendo, el argumento de Reverte estriba en que hoy en día el espectador, el lector; el consumidor de ficción, en definitiva, tiene unos parámetros de juicio diferentes a los que nos formamos en la era Pre-Internet y sin la corrección política como regla creativa. Es lo que explica, hoy en día, premios y distinciones a filmes muy políticamente correctos, pero insulsos, vagos, vacíos en su argumento.

Quien tiene como punto de partida el comic, el cine de los 80 o 90 o las novelas de Anthony Burgess, no pueden tener los mismos criterios de juicio que los que nos dimos de frente con el expresionismo alemán, analizamos el realismo ruso o destripamos las novelas de la generación perdida o el Boom. ¿Es una situación mejor? ¿Es peor? Otra vez, depende de cómo lo analices.

Si un producto audiovisual de ficción está realizado con los preceptos de pretender ser un buen producto, pero no saben hacer o descuidan a propósito aspectos narrativos o de caracterización de personajes, etc.… porque el público es poco exigente, me gustaría que, al menos, fueran un poquito más allá del simple entretenimiento. Una historia puede no ser perfecta en su realización. Es más, quizás no exista la perfección en la creatividad ficcional, pero si nos ofrecen un producto que quiere ir más allá de malos efectos especiales de tiburones volando en tornados, al menos deberíamos exigirle que nos ofrezcan un reto intelectual y/o emocional, y para eso, no debería tener errores básicos de estructura o caracterización de personajes.

El ejemplo de Dark Matter, es interesante; puede tener defectos narrativos, pero a medida que avanzas, te mete en un conflicto en el cual te obliga a pensar qué harías si, en una realidad paralela, te vieras a ti mismo o a los seres que amas, haciendo cosas que en tu mundo serían inimaginables. Y lo hace potenciando las actitudes y problemas emotivos de los personajes, el reto de obligarnos a decidir un conflicto emocional a través de colocar a personajes creíbles en una situación compleja.

El problema, según veo yo, es la mierda sin un buen tronco estructural, esa ficción con errores básicos argumentales o narrativos, pero bien hecha técnicamente, y que va dirigida a un público poco exigente porque los realizadores saben que ya asumieron la censura que imponen los lobbies de la corrección política o una formación de hace equis años, ausente de clásicos porque no encajan en la sociedad. Es decir que, los que crean ficción ya saben que, salvo algunos viejos, aquellos que nos criamos con clásicos, hoy en día el gran público está situado, en su mayoría, en lo que ya podemos instaurar, con permiso de Reverte, en la categoría: Estáis jodidos, Antonio.

Como Arturo Pérez-Reverte, en mi caso, engordé intelectualmente sin Internet, dentro de la biblioteca, con préstamos de libros entre amigos y las películas que había en la filmoteca. Los que tuvimos esa suerte de nacer sin la interconexión de hoy en día tenemos parámetros distintos para ver la cultura, y especialmente la ficción, y aún más, la audiovisual. Y como mamamos de algo que sabemos que existió, y que hoy en día muchos ni conocen porque les ocultaron, ya nos da igual. Lo sentimos por los pobres que ya sumieron la categoría: Estáis jodidos, Antonio.

[1] Pérez-Reverte, Arturo. «Estáis jodidos, Antonio – Arturo Pérez-Reverte». Zenda, junio 13, 2024. https://www.zendalibros.com/perez-reverte-estais-jodidos-antonio/.

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