Es curiosa la convergencia de casualidades que se nos da en la vida sin que apenas reparemos en ella. Hace apenas unos pocos días tuve una conversación muy interesante con una amiga sobre el papel del trabajo o la suerte en el éxito de las personas. Repartimos estopa a diestra y siniestra entre Bill Gates, J. K. Rawlings, Dan Brown y hasta los hijos adoptados de la pareja Brangelina.
Sin que supiera que iba a darse esa convergencia apenas en una semana previa o posterior a la conversación, he visto dos películas sobre personas que tienen el síndrome de Asperger que me han dejado con muy buen sabor de boca, y han afianzado mi razonamiento sobre la suerte o el trabajo en el camino al éxito.
El primero de los filmes se titula Adam, del director Max Mayer y el otro es Temple Grandin, una película biográfica –que en español estamos identificando con el anglicismo Biopic (Biografic Picture)–, del director Mick Jackson.
Independientemente del síndrome de Asperger, condición de la que no conozco nada y con la cual no sé si será fácil vivir en un mundo tan fustigador como el nuestro, me quiero centrar en esa capacidad que tienen los portadores de esta enfermedad para ver el mundo de forma diferente, y quiero que nos miremos por dentro, que analicemos nuestras propias reacciones ante el mundo.
En ambos casos son películas emotivas, de buena factura y escaso presupuesto, lo que las hace aún más interesantes para los amantes del cine de acción emotiva. Creo que aquello que podemos imaginar sobre lo que debe ser el trastorno de Asperger está bien abordado y correctamente dramatizado, y que en ambos casos son películas que nos hacen reflexionar sobre nuestra propia vida, aun cuando no seamos afectados por la enfermedad, ya sea personalmente o como testigos de ella.
En el caso de Temple Grandin me obliga a reflexionar una vez más en la manera que tenemos los seres humanos para bloquearnos nuestros propios caminos ante la vida. Siempre tenemos peros, motivos de frenar nuestras ganas, pretextos para justificar que no podemos encarar con valentía algún proyecto importante.
Temple Grandin es un personaje real y llamativo. Grandin, el personaje real, se doctoró en Ciencia Animal y es profesora de la Universidad Estatal de Colorado. Y todo ello lo ha logrado con su severo trastorno de la mente, que afecta su conducta, su capacidad para relacionarse con el mundo, su forma de interpretar las pautas que los demás nos hemos trazado para aceptar nuestra convivencia sin matarnos.
Tuvo buenos maestros, quienes le enseñaron que los obstáculos son puertas por abrir, y así se lo tomó.
Puede que sea injusto con el género humano en general, pero el no tener este trastorno, o más en concreto, el saber interpretar adecuadamente las emociones ajenas, es aquí un obstáculo para nosotros y el no saber hacerlo fue una virtud que ayudó a Grandin. La experiencia demuestra que cuando cuentas tus sueños la mayoría te mira con cara de incredulidad, algunos exponen sus peros, y los menos van más allá y se ríen de ti.
Temple Grandin, quizás al no saber interpretar las emociones ajenas, no se amilanó ante las burlas ni se dejó vencer por los inconvenientes que le ponían en el camino. En el cartel de la película se hace referencia a ello: «Lo que la hacía diferente, la convirtió en excepcional». Es toda una moraleja para los que dejan de soñar por lo que piensan los demás o para los que están en el grupo de «los demás». Una enseñanza para la mayoría de la gente que se deja vencer por los obstáculos, que ve paredes donde otros ven puertas.
Probablemente la vida de un enfermo con este trastorno y la de su familia sea aún peor de lo que se refleja en Adam y Temple Grandin; yo, honestamente no lo sé, pero me fío de las emociones que la ficción de ambas películas me hace creer como verdadera.
Y me fío aún más porque lo he tomado como argumento de mi vida. Un argumento donde es necesario que no vea muros, que esté dispuesto más que nunca a saltar, romper o vadear obstáculos, que esté dispuesto a ver puertas para tener entradas y sobre todo salidas. Temple Grandin es una de esas películas que se deberían ver al menos par de veces en la vida.
Deduzco que considera usted que el Sindrome de Asperguer y el Autismo son una misma cosa. Uno no tiene por qué saber de todo siempre que no quiera aparentar que sabe de todo.
Pues la verdad, eso demuestra lo poco que sé sobre estos dos trastornos y que creo haber dejado claro en el texto. Mi intención es sobre todo intentar transmitir la emoción del arte que estas dos películas me trasladaron. Ya pretender que sepa al dedillo de los dos trastornos es pedir un pelín demasiado. Una simple búsqueda en Google me dio lo necesario para al menos saber los síntomas, pero poco más. Lo importante para mí era esa moraleja que para los seres humanos tienen ambas películas. Ahí ambas son buenas y de eso puedo hablar.