El empleo más feliz del mundo

La revista Forbes la ha vuelto a liar, aunque el autor del estudio es en realidad el Centro Nacional de Investigación de Opinión de la Universidad de Chicago y del que se hace eco la revista norteamericana. Esta vez con un listado de los empleos mundiales que generan más felicidad y los que son más odiados por quienes los practican.

La curiosa lista, luego de montones de entrevistas, quedó así:

 

 

 

 

Los diez trabajos más felices

1. Sacerdote
2. Bombero
3. Fisioterapeuta
4. Escritor
5. Profesor de educación especial
6. Maestro
7. Artista
8. Psicólogo
9. Vendedor de servicios financieros
10. Operario de maquinaria pesada

Los diez trabajos más odiados

1. Director de Tecnología de la Información
2. Director de Ventas y Marketing
3. Product Manager
4. Desarrollador web
5. Técnico especialista
6. Técnico de electrónica
7. Secretario jurídico
8. Analista de soporte técnico
9. Maquinista
10. Gerente de marketing

Imagino que todos los que la lean compartirán más o menos algunos de sus puntos. Para empezar en la mayoría de las profesiones consideradas más gratificantes existen dos rasgos muy llamativos: se gana poco con ellas y su trabajo está orientado hacia los demás.

Y no es que un Product Manager o un Gerente de marketing no dependan de los demás para su éxito profesional, pero su superación personal no es siempre proporcional al éxito del público para el que trabajan, y cuando lo es, apenas lo pueden apreciar directamente. Sin embargo, un sacerdote (como profesión escogida de fe), un bombero (que no existe si no es desfaciendo entuertos) y un fisioterapeuta (que permite solucionar problemas de salud que conjugan mente y cuerpo) ven claramente cuando su trabajo está bien hecho, porque su éxito depende exclusivamente de que haya beneficios concretos y visibles en las personas hacia los que se dirigen.

Donde me quiero centrar, por razones obvias y personales que comprenderán, es en la cuarta profesión más feliz del mundo: la de escritor. Y aquí me pregunto: ¿habrán sido sinceros los escritores que respondieron a esta encuesta? Y que no se entienda mi pregunta como una duda de la veracidad del listado, pero deja en el aire una cuestión insalvable: si es la de escritor una de las profesiones que generan más felicidad, ¿por qué existe esa impresión de que un escritor es un tipo medio ebrio que sufre de amor y de las más bajas pasiones, y muere finalmente solo y entre la miseria más absoluta?

Hablé del tema en ¿Para brillar debemos consumirnos? porque me negaba –me niego– a creer que para poder hacer lo que quiere un escritor –artistas de forma general– tenga a la vez que consumirse como una llama, pero los ejemplos que expuse en ese momento desde Ludwig van Beethoven hasta Amy Winehouse, me dejaron sin aliento, y aparentemente sin razones.

Pero a la vez dije entonces que “sería interesante comparar una lista de escritores malditos con otra de escritores exitosos que han vivido y muerto de manera casi absolutamente feliz”. Y me atreví a aventurar que probablemente hubiera en la historia más escritores felices con su profesión.

Si esta encuesta está bien hecha se aclaran cuestiones de justicia, como la falsa idea de que escribir no es una profesión. Sí que lo es, es una profesión, poco pagada (“the pay is ridiculously low or non-existent”, dice Forbes, que es como decir que apenas reciben dinero o no reciben una mierda) y aunque haya derivado a esta cosa veleidosa, de gustos refinados y coqueteos con el poder de turno, siempre fue una profesión como la del zapatero o la de puta. Sigue siendo eso: una profesión, no una puta, aunque en muchas cosas se le parezca a la meretriz.

Y la otra realidad superada es la del escritor maldito, la infame idea –no del todo alejada de la realidad histórica– del sufrido solitario que cuece en silencio su hígado en alcohol que nos transmitió el romanticismo con Rimbaud a la cabeza. Y aunque es verdad que las mejores obras de la literatura son producto de no pocas dosis de amargura e individualismo sufrido, la realidad es que la gran mayoría de los escritores se sienten, al menos en parte, felices con lo que hacen.

Mi experiencia como escritor –aún no he podido probar exactamente la parte de prostituta que es, al parecer, la más interesante cuando de estabilidad económica se trata– me obliga a reconocer que los bolsillos están siempre vacíos, y cuando se llenan se desocupan sin frugalidad a la velocidad de lo que duraría una PlayStation en la puerta de un colegio (los cubanos comprenderán por qué ya no hablo de merengues). Pero a la vez debo reconocer que esta profesión, si bien no me llena los bolsillos –empiezo a dudar si alguna vez los llenó– tiene una parte satisfactoria que es mucho más grande que aquella donde arrojo el dinero a espuertas, y es la que tiene una parte humana poco comparable a otras profesiones.

Lo que da sentido a esta profesión que apenas da para vivir –y cuando lo logra es haciendo la faena social que no a todos los escritores satisface– es la parte humana de construir algo para el disfrute de otros. Sí, en solitario, a escondidas, detrás de cuatro paredes y sin el concurso de nadie o de muy pocos, pero que se erige para los demás.

Porque escribir es un acto ermitaño que se ejerce para los demás, aquel que te reconoce por la calle y te cuenta que tu libro le ha cambiado la vida, el otro que no leía nada hasta que encontró tu libro, aquella pareja que se reconcilió gracias a una frase que pusiste en un texto que era para ti mismo, el grupo de gente que se reúne para leerse sus textos y te recibe con un aplauso porque tu experiencia en el libro les hizo escoger esta profesión de maniáticos y ebrios. Es en la satisfacción de que lo creado tiene sentido para otros que esperan ver el edificio levantado donde reside la satisfacción de esta profesión, por más que los bolsillos sigan desocupados.

Ahora lo que intento averiguar es por qué la mayoría de las profesiones más odiadas por quiénes las practican tienen que ver con nuevas tecnologías o el desarrollo económico de la sociedad actual, que son las mejor pagadas.

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