Aferrado a los clásicos: «Madame Bovary» (Flaubert)

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Si quieres escuchar el podcast:

blankEn septiembre de 1849, Flaubert invita a su casa a dos amigos para leerles un manuscrito con la primera versión de Tentation de Saint Antoine(La tentación de San Antonio). Eran el escritor y fotógrafo Maxime Du Camp y el poeta Louis Bouilhet. El primero dejó escrito en sus Memorias sobre aquel encuentro que tras las primeras líneas de los varios días lectura, ya se habían percatado de que no era un buen texto y confiesa que, unas horas antes de que Flaubert terminara la lectura, él y Bouilhet habían decidido, por amistad, no guardarse la opinión negativa sobre ese primer borrador de La tentación de San Antonio. Y así lo hicieron. “Creemos que deberías arrojar esto al fuego y no volver a hablar de ello nunca más.”, dijeron.

Según Du Camp, Flaubert se levantó de un salto y lanzó un grito horrorizado y defendió a capa y espada su texto. Por toda la noche todo concurrió igual: mientras ellos mostraban todos los aspectos negativos de aquel borrador, Flaubert hacía lo contrario. En sus Memorias Du Camp dejó escrito todo lo que le dijeron:

Tu tema es vago, y lo hiciste aún más vago por la forma en que lo trataste; formaste un ángulo cuyas líneas divergentes se separan tanto que las pierdes de vista; sin embargo, en literatura, so pena de perderte, tienes que caminar entre líneas paralelas. Procedes por expansión; un tema te lleva a otro, y acabas olvidando tu punto de partida. Una gota de agua lleva a un torrente, el torrente al río, el río al lago, el lago al océano, el océano a la inundación; te ahogas a ti mismo, ahogas a tus personajes, ahogas el acontecimiento, ahogas al lector, y tu obra se ahoga. [1]

Y, si esto no hubiera sido suficiente para desanimar a alguien de seguir escribiendo una historia, para ser más claros y aún menos condescendientes, le recomendaron algo que deberían aprender muchos de los que comienzan a escribir:

Debes renunciar a esos temas, tan difusos y vagos que no consigues centrar mientras sigas teniendo esa inevitable tendencia hacia el lirismo. Busca un tema en el que el lirismo resultaría tan ridículo que te verías obligado a controlarte y a eliminarlo. Elige algún asunto realista, uno de esos incidentes que abundan en la vida burguesa, algo como La prima Bette o El primo Pons, de Balzac, y esfuérzate por tratarlo de manera natural, casi familiar, desechando esas digresiones, esas divagaciones, bellas en sí mismas, pero que son sólo entremeses, inútiles al desarrollo de lo que tú mismo concibes y que son tediosas para el lector.[2]

Al día siguiente a “aquella noche de insomnio”, se sentaron en el jardín, silenciosos y tristes; Flaubert se sentía desilusionado con su historia y ellos, incómodos de haberles creado aquella decepción, pero satisfechos de haberle evitado un ridículo a su amigo. Entonces, en un momento de pausa, Bouilhet dijo:

—¿Por qué no escribes la historia de Delaunay?

Flaubert levantó la cabeza y exclamó con alegría:

—¡Qué buena idea!

Mario Vargas Llosa, que tiene el que probablemente sea el estudio más completo sobre Madame Bovary (La orgía perpetua, Flaubert yMadame Bovary), y que recomiendo que leas porque aprenderás también muchos trucos de escritura, dice que Du Camp se equivocó y escribió Delaunay cuando quería decir Delamare. Pero ¿a qué se refería Du Camp con la historia de Delamare? El propio Du Camp lo dejó escrito hablando de un médico al que Flaubert y él habían conocido y quien había tenido un casamiento frustrado con una mujer que no lo quería y constantemente lo engañaba acostándose con varios amantes. En el pasaje Du Camp hace una descripción que, de tan importante por su tono y cómo quedó luego escrita la novela Madame Bovary, cito de forma textual:

Era una mujer pequeña y poco atractiva, con el pelo amarillo apagado enmarcando un rostro pecoso. Pretenciosa, desdeñosa de su marido, al que consideraba un tonto, era además, regordeta y blanca, con huesos finos que no se notaban, sus andares, y el hábito general de su cuerpo, tenían las flexiones y ondulaciones de una serpiente. Su voz, deshonrada por el acento de la Baja Normandía, era empalagosa, y en sus ojos de color indeciso, que, según el ángulo de la luz, parecían verdes, grises o azules, había una especie de súplica perpetua.

Delaunay adoraba a esta mujer, que se preocupaba poco por él, que tenía una aventura detrás de otra, y a la que nada satisfacía. Había caído presa de una de las formas de la gran neurosis que asola a los anémicos. Afectada por la ninfomanía y la prodigalidad maníaca, apenas era responsable, y como sólo se la trataba con buenos consejos, nunca se recuperó. Agobiada por las deudas, perseguida por sus acreedores, golpeada por sus amantes, para los que robaba a su marido, le sobrevino un ataque de desesperación y se envenenó. Dejó una niña, a la que Delaunay resolvió criar lo mejor que pudo; pero el pobre hombre, arruinado, agotando sus recursos sin poder pagar las deudas de su mujer, señalado con el dedo, asqueado a su vez de la vida, hizo un poco de cianuro de potasio y fue a reunirse con la mujer cuya pérdida lo había dejado inconsolable.[3]

La historia de que fue Bouilhet quien transmitió esta idea, es la más aceptada hoy en día, por más que haya quien la ponga en duda, dado que sólo tenemos ese testimonio de Du Camp. Pero vamos a lo sustancial. ¿Por qué es importante Madame Bovary? ¿Por qué la recomiendo?

Si has leído Madame Bovary, te darás cuenta que esta historia bruta, el recuento frío de lo que cuenta Du Camp sobre Delamare no es exactamente lo que se lee en Madame Bovary. Si preguntas a alguien de qué trata Madame Bovary podría hacerte esta sinopsis: Una novela romántica, donde la mujer de un médico, medio turbada de leer novelas rosas, es incapaz de sentirse plena y satisfecha como las protagonistas de las novelas que consume, y lo resuelve buscando en otros amantes lo que su buen marido no es capaz de darle. Pero esta sinopsis es simplista y poco ajustada a la realidad, porque no sería cierta, como quien lee la sinopsis de Moby Dicky ve una versión en el cine y cree que ya ha leído la novela de Melville.

Flaubert, para contar la historia que ya conocía de Delamare, utilizó un recurso técnico que cambió la literatura.

En el fragmento que dejó escrito Du Camp recordemos que hace una descripción poco favorable de la mujer que es infiel a su marido donde es una ninfomaníaca sin control y más bien fea y poco cultivada. Sin embargo, como seguramente ya sabes, en enero de 1857 a Flaubert lo llevaron a juicio por el éxito de Madame Bovary, acusado de que su novela era “una afrenta a la conducta decente y la moralidad religiosa” porque se consideró que en su novela defendía el adulterio. ¿Entonces qué pasó aquí?

El género de la novela, hasta Madame Bovary, se solía contar con un narrador omnisciente, capaz de meterse en las cabezas de todos los personajes, dirigirse al lector, juzgar las actitudes de los personajes, hacer comentarios filosóficos o morales sobre la narración, de forma que el lector no dudara, se quedara con el mensaje que el escritor quería transmitir.

Cuando Flaubert decidió escribir Madame Bovary buscó, entre otras cosas, romper con este esquema de narración subjetiva. Su interés era no tomar partido por un personaje, y tampoco quería enjuiciar las actitudes de los demás en la novela. Por ello, intentó buscar un narrador que pudiera saber tanto de los personajes como ellos mismos, pero que apenas pudiera opinar sobre las actitudes o pensamientos de los demás personajes. En Cómo se escribe una novela, digo que “su aportación fue toda una revolución narrativa porque impulsó en la literatura la necesidad de perseguir la objetividad.”

Por razones de tiempo no contamos aquí, como sosegadamente está en el ensayo, la increíble técnica literaria de Flaubert de comenzar la novela en primera persona del plural y, sin que te des cuenta como lector, cambiar al punto de vista más objetivo tres páginas más tarde.

Al final lo que logró Flaubert con este y otros ardides, fue mezclar su propio punto de vista con el de los demás personajes; lo que es igual, que el autor esté presente en toda la novela, pero pase inadvertido para el lector. Lo que concibió fue esconder sus propias opiniones sobre los personajes, y todo lo que se analiza, se describe, se narra y se enjuicia en Madame Bovary es lo que ven los ojos y las mentes de cada uno de ellos.

Vamos a explicarlo como se ve en el cine. Imagina que vas a contar una historia y tienes diez personajes, imagina que colocas una cámara al hombro de cada uno de esos personajes y lo que ve el espectador, mientras suceden los hechos, es lo que ve cada uno de esos personajes cuando graba la cámara que tiene en su hombro. El personaje que está en su casa, no sabe lo que piensa o hace el que está en el bar, y este a su vez no sabe lo que piensa o hace el que está en su casa o un tercero que está en el parque, que a su vez no sabe lo que piensan o hacen los otros dos. El narrador posee una omnisciencia limitada a la mente de cada uno de los personajes; sabe y ve lo que ellos experimentan y ven.

Lo que logró al final con Madame Bovary, es que aquella simple historia que conocían él y Bouilhet sobre Delamare, en la que podríamos despreciar a una mujer adúltera, cambiara hasta el punto de dejar en evidencia un defecto de la sociedad. Incluso, si como lector estás en contra del adulterio, te costará criticar a Emma Bovary porque sabes que no es feliz en su matrimonio. Sus ilusiones van mucho más allá de mantener una familia unida, un esposo bien situado y unos hijos que criar. Emma desea pasión, necesita sentir el apetito que viven las heroínas de las novelas que lee. Vive ella en una sociedad obcecada, retrógrada si se quiere, donde la mujer no tiene más derechos que los permitidos por su marido y la comidilla de la sociedad, donde el divorcio es casi un crimen; y nada que intente anulará su matrimonio, así que ha optado por buscar el amor que no tiene en los brazos de su amante; y cuando este falla, busca otro amante.

Como lectores tenemos una sensación interesante, mientras leemos el punto de vista de alguno de los personajes, entendemos sus argumentos, pero al cambiar hacia otro, dejamos de creer que el anterior tenía la razón porque nos convencen los argumentos de este nuevo. Flaubert, con su recurso técnico maneja nuestra simpatía hacia uno y otro, nos hace aprobar o criticar las decisiones de ambos sin tomar partido en ningún momento por ninguno, o incluso entenderlos a todos, y llegamos al final con la sensación de haber sido testigos de una vida real y no de una insípida y mentirosa historia de amor con culpables e inocentes.

Desde mi punto de vista, la principal moraleja de Madame Bovary, desde el punto de vista del escritor o el cineasta, de quien crea ficciones, es que no hay temas buenos y malos en la ficción, que todos los temas pueden ser lo uno o lo otro en función del método que el contador de historias sea capaz de forjar con las herramientas técnicas que cuenta. Y esto lo cuenta él mismo en su correspondencia.

Y puede parecer obvio, pero hasta Madame Bovary, ningún escritor lo había visto, y si lo había visto, no lo había hecho.

[1] Maxime Du Camp, Souvenirs litteraires. 1822-1894 (Paris: Hachette, 1962), 109-111.

[2] Ibid., 110 y 111.

[3] Ibid., 112 y113.

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