Hollywood. La magia o el oficio

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Tuve un colega que hacía magia. Él no era escritor ni yo soy mago, pero ambos formábamos parte de un grupo de artistas que hacía espectáculo; cumplíamos una función de entretenimiento: él, obviamente como mago, y yo, como especialista de teatro.

Detrás de la escena lo veía practicando una y otra vez su arte, barajando cartas, manipulando su sombrero, mimando a sus animales, haciendo movimientos imposibles con las manos. Un día le dije que para mí era imposible e inaudito lo que él creaba, que exigía demasiado trabajo y que yo sería incapaz de hacerlo. Su respuesta me desconcertó: “Yo no haría el tuyo. No podría escribir una novela.”

Este recuerdo volvió con fuerza luego de ver la serie Hollywood, de Ian Brennan y Ryan Murphy. Tengo sentimientos encontrados con esta; me gusta la idea, el juego de utópica fantasía que proponen, la velada mentira de una historia inexistente y la superficialidad inteligente que intenta aportar, pero me preocupa el hartazgo de este tipo de producto, que entretiene porque no te lo esperas, aunque quizás no la recuerde en par de años. En todo caso, eso es tema para otros analistas.

Es muy reseñable en esta serie el Behind the Scene, es decir, todo lo que nos aporta en términos de diferenciar el glamour del mundo del espectáculo que vemos en cada ceremonia y la realidad del mundo creativo que subyace para hacer un filme. Sólo con apreciar los obstáculos, trabas y soluciones que encuentran estos artistas de la ficción para lograr que sea filmada y estrenada su película, ya aprendemos más que varios años de revistas sobre cine.

Respecto a esto me detengo en los aportes que hace en el tema de la creación artística y literaria.

En uno de los capítulos un joven guionista se enfrenta a un productor veterano porque este productor quiere cambiar aspectos de su texto que para él son fundamentales. La escena es exquisita en términos de diálogo y caracterización de personajes. El productor le da un repaso de técnicas literarias y de cine al proponer unos cambios muy específicos que el joven, muy entusiasta y cargado de ilusiones, pero igual de distraído, no había tenido en cuenta cuando escribió el guion.

Lo llamativo es que aquellos cambios que proponía el productor veterano eran muy concretos: un personaje que no detectaba que otro estaba medio ebrio, o una decisión importante del protagonista del guion que no tenía sentido en el curso de la historia que había escrito el joven. Todos los cambios propuestos eran fundamentales, pero no los había visto el escritor imaginativo y arrastrado por la belleza de su arte porque le faltaba algo fundamental: oficio.

Porque toda creación literaria es oficio, trabajo práctico que se aprende con horas/nalgas, esfuerzo, escritura, revisión, desecho y reescritura. Es bella y cautivadora la idea de una magia creativa aportada por un genio que escribe alejado de influencias y estilos. Es seductora la imagen de una literatura que sale sola sin necesidad de saber técnicas ni trucos para ejercerla, pero no es verdad.

En una de aquellas conversaciones con mi amigo, me advirtió que la magia de gran espectáculo como la de David Coperfield era mucho más fácil que la ilusión de hacer aparecer una carta en el bolsillo de alguien o sacar un animal de un pañuelo. ¿Por qué? Porque la primera exige recursos, capital, pero que, superada esa barrera, todo era hacer encajar elementos que se manipulan sin gran esfuerzo a un gran público, que por lo general está lejos. Pero la magia sencilla, esa que crea la ilusión de adivinar una carta o sacar una moneda de tu oreja, te enfrenta a un público a pocos metros y exige que los trucos que realizas, los movimientos de las manos, deben ser repetidos hasta la saciedad para que finalmente se produzca una magia que no existe y que el público no se dé cuenta.

La literatura tiene esa magia de crear ilusión, pero como el mago ejerce su arte, el escritor debe aprender, practicar, revisar, repetir, porque de nada sirve que durante la creación asumas un papel de gran mago que todo lo sabe y no tiene influencias ni marcas hereditarias si luego yo, como público, soy capaz de detectar todos o la mayoría de los trucos de tu espectáculo. Negarse a aprender las técnicas literarias, como cualquier otra técnica para ejercer otras artes, es una opción personal y puede que, de forma intuitiva, un artista aprenda a usarlos. Pero que no se te olvide: que no quieras aprender técnicas literarias de forma consciente no significa que no las usas cuando escribes.

Los mismos trucos que utiliza un autor de forma consciente y estudiada para acelerar o ralentizar la narración, para transmitir terror o calma, para crear drama o comedia lo usa de forma inconsciente otro que no quiso o no pudo aprender estas técnicas. El gran reto consiste en aprender estas habilidades y luego usarlas de manera intuitiva. Yo prefiero ser consciente de ellas porque para mí no existe enfrentamiento sino asimilación de ambos métodos.

Y ojo, tampoco de nada sirve que los textos que un escritor produce sean magistrales desde el punto de vista técnico si son vacíos existencialmente, como tampoco que estén llenos de un gran mensaje humano si a cada paso sientes incomodidad por su estructura plana y poco trabajada.

En la serie Hollywood esta moraleja está bien explicada y merece la pena que nos la recuerden, aunque sea en esta historia que podremos olvidar en unos años. Sólo por esa reflexión, merece la pena adentrarse en ella.

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