La belleza de Mujô

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mujôUn amigo me dijo una vez algo que, más o menos, intento teorizar: a veces debes cerrar tu mundo y comprender otros, dejar de mirarte por un buen tiempo y apuntar a otro destino, porque muchas veces es más importante ese destino al que comienzas a no perder de vista que tu mirada sobre ti mismo.

Hasta hace muy poco no le di tanta importancia a esta sentencia lapidaria de filosofía. El detonante fue un discurso en 2009 de Haruki Murakami con motivo de obtener el premio internacional de Cataluña y que yo vi recientemente. En su impresionante análisis de Japón y su capacidad para la resurrección dijo:

En japonés tenemos una palabra, “mujô” (無常), que sirve para designar el hecho de que no hay nada que sea permanente, de que no hay ningún estado que dure para siempre. Todas las cosas que existen en el mundo se acaban extinguiendo, todo cambia constantemente. No hay ningún equilibrio eterno, no hay nada lo suficientemente inmutable como para que se pueda confiar para siempre. Esta forma de ver el mundo proviene del budismo, si bien en un contexto algo diferente al religioso. La idea de “mujô” está fuertemente arraigada en la psicología de los japoneses. La hemos heredado casi intacta desde la antigüedad como una parte de nuestra mentalidad como pueblo.

Por algún motivo recordé otro comentario previo de una amiga sobre la belleza de unas flores mientras se marchitan, lo cual me sorprendió profundamente porque siempre asumí la belleza de una rosa en su lozanía, su juventud, nunca en su muerte.

Debe ser algo occidental. Estamos acostumbrados a una forma de pensar muy concreta donde el mundo gira inevitablemente a nuestro alrededor. Por cuestiones históricas hemos asumido que la vida son sólo cosas lindas, felices y adorables donde lo negativo se esconde, desde nuestra muerte hasta nuestros olores. Incluso ese señor de barba que cada 24 de diciembre es ascendido y luego desciende una cruz. Tuvo que renacer: la muerte no vende.

Pero en Japón han aprendido a ver normal lo que lo es en realidad. Tanta belleza puede haber en la juventud de una rosa como en su vejez, en su nacimiento como en su muerte. Si lo analizamos detalladamente, la muerte, la tragedia, las debacles, los desastres, las crisis, son preludios de nuevos inicios. Ellos han aprendido a verlo; nosotros aún empezamos. Yo voy aprendiendo.

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