Salvar lo cotidiano en medio del apocalipsis

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blankMe desconciertan y fascinan las historias donde lo aparentemente intrascendente se vuelve esencial. En un capítulo de The Walking Dead, un grupo de sobrevivientes decide entrar a un cine lleno de zombis para rescatar una bombilla que sirve para hacer funcionar un proyector de cine. Si lo pensamos bien parece absurdo. ¿Qué de importante puede tener proyectar películas cuando buscar comida y no ser mordido por un muerto viviente es lo más importante?

Ante la pregunta de otro, dice en la serie el personaje que tuvo esta idea:

Los más pequeños no saben qué es una película. ¿Resucitar el cine? Mostrarle a los niños su primera película. Eso haría que nuestra reunión comunal fuera algo inolvidable. Y si les gusta, si este momento de compañía con sus vecinos se graba en sus corazones y sus mentes, entonces pelearán para preservar el vínculo. Les damos el don de la alegría y la amistad duradera. Si eso no vale la pena, entonces no sé qué lo vale.

Puede ser discutible según el punto de vista de cada uno de nosotros. ¿A quién le importa ver la mejor película de la historia del cine cuando todo alrededor es caos y barbarie?

Alrededor de esta idea, de otra manera, he reflexionado varias veces. Si estamos abocados a un cataclismo; si, como dicen algunos científicos nos estamos cargando de forma inevitable el planeta; si, aunque lo preservemos, este globo achatado por arriba y por abajo va a desaparecer debido a la lógica orbital que determina a todo el universo o algún meteoro cabrón nos hará desaparecer como especie, ¿para qué sirve que yo escriba, que tú pintes, aquel haga cine o nuestro amigo componga música? ¿Quedará algo de todo este trabajo cuando no haya nadie para alabarlo o criticarlo? ¿Incluso podría ser rescatada la cultura que generamos luego de haber encontrado nuestra especie alguna solución para estos apocalípticos inconvenientes?

Yo, sin embargo, bajo la amenaza de la posibilidad aún remota de que estas catástrofes puedan suceder, sigo manchando folios con ideas que me incomodan o fascinan y tú sigues pintando y aquel hace cine y nuestro amigo compone música. ¿Por qué? La respuesta a esta pregunta me gustaría saberla.

Esta idea de que lo banal o cotidiano pase a convertirse en lo más importante se repite en muchas historias de ficción.

Las historias inventadas de Horty en La camarera del Titanic son la mentira que ayuda al ser humano a buscar algo más allá del mundo caótico e incómodo en que vive. Todos los obreros y sus mujeres receptores del mundo imaginado por Horty saben que todo es farsa, pero no pueden dejar de escucharla ni de vivir ajenas a ella, porque la ficción les da una esperanza, les mejora la vida.

Y recuerdo la famosa escena final de la novela Sin destino, de Imre Kertész, donde György, el protagonista, es rescatado por las tropas aliadas de un campo de concentración alemán. Todos estaban felices porque eran libres, pero nuestro György, acaba de darse cuenta que es la hora de la comida, y se va a quedar sin sopa.

Otro caso que puso mis neuronas a trabajar por su cuenta es el capítulo “Metalhead”, de la serie Black Mirror, donde un grupo de sobrevivientes, en medio de un futuro apocalíptico gobernado por turbadores robots en forma de perro, organiza una misión casi suicida para rescatar un osito de peluche para una niña.

Y no es para menos la idea de la pérdida de derechos que tiene el ser humano, y muy en especial la mujer, en el aún más inquietante futuro que describe, El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale) que, de tan cercano a ciertos aspectos de la realidad, parece escalofriantemente verosímil.

¿Por qué me gusta esta forma de trabajar la ficción donde lo insustancial se convierte en lo fundamental? Creo que me inquieta la idea de que aquello que damos por sentado pueda dejar de serlo; de que la libertad, la sopa de las 2 de la tarde, un osito de peluche, el amor de nuestros cercanos, un libro de poemas de Kavafis o las ganas de ver por última vez The Kid o Cinema Paradiso puedan ser también la únicas formas de no perder nuestra humanidad, nuestra bondad, el amor que nos une, esa necesidad del otro que muchos científicos consideran que nos hizo resistir como especie frente a otras mejor preparadas para sobrevivir.

En realidad, no lo sé con seguridad. Pero sí creo que la ficción es también una forma de alimento que nos puede salvar de una catástrofe, es también la respuesta que encuentro para no cejar, para no dejarme vencer por los miedos; para pensar que, a pesar de los argumentos divergentes que tenemos para considerar la misma obra de arte como una obra maestra o una bosta de vaca, seamos capaces de rescatarla del olvido y volvernos a levantar como especie; en caso de que alguna vez, por desgracia y ojalá no pase, tengamos que priorizar la sobrevivencia en medio del caos.

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