Sin destino. De lo trascendente y lo urgente

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kerteszUno de los momentos más trascendentales de la literatura (y ya muchos voy teniendo), tanto por la fuerza de la descripción, como por el manejo de los recursos narrativos, ocurre en la novela Sin destino, de Imre Kertész.[1]

Pongámonos en situación. György, un adolescente húngaro prisionero de un campo de concentración, acaba de escuchar un ruido inusual en el campo. Al principio, entre disparos, gritos y un altavoz que dice cosas en varios idiomas, no identifica qué es, pero enseguida comprende que los soviéticos han tomado las riendas del poder y ha empezado lo que puede ser el fin de su cautiverio. Y dice György:

Por mucho que escuchara, siempre hablaban de lo mismo, la libertad, pero no decían ni una palabra de la sopa. Yo estaba, por supuesto, muy contento de que fuéramos libres, pero no podía evitar pensar que el día anterior no había ocurrido nada por el estilo pero teníamos sopa. (Kertész. 2011: 236)

Hay aquí una contradicción fundamental entre lo trascendente y lo urgente que un escritor de ficción que comienza a pulir sus primeros textos rara vez tendrá en cuenta. Es indudable que, desde la visión de un lector en el salón de casa, o incluso desde el punto de vista del novelista que, desde cierta tranquilidad exterior logra recluirse a perpetrar un texto, es más importante la libertad: lo trascendente, lo filosófica y socialmente primero, para poder tener y pensar en otras cosas.

Pero un escritor de fuste, alguien que logre de verdad meterse en la piel de sus personajes, que permita que estos lo invadan con sus argumentos, sus puntos de vista y sus actos para la ficción, no hay nada más importante que un plato de comida para alguien cuya libertad ha sido un espejismo imposible durante varios años.

Kertész tuvo una experiencia que nosotros no tuvimos. Él mismo vivió en Auschwitz y Buchenwald, conoció desde dentro, en su propia piel y cerebro, lo que para nosotros está reconocido como algo cruel y objetivo, pero lejano en tanto experiencia de vida, o incluso histórica.

Por suerte, nunca tuvo la tentación de dejarse arrastrar por lo políticamente correcto y narrar lo que todos esperamos que se narre de un campo de exterminio nazi. Al contrario, se desprendió de toda subjetividad autoral para meterse en la subjetividad de György, que es a su vez, una objetividad literaria con mayúsculas.

Sin destino tiene un tono sereno, desapegado de la magnitud del espacio narrado, tan distanciado de grandes discursos moralistas o axiomas éticos, que le valió más de una crítica y el desprecio casi generalizado de sus compatriotas. Pero ahí está, eterno para la historia de la literatura.

Una pena que Kertész diga adiós a este mundo, aquel que muy mal lo trató, pero le resarció, al menos en parte, lo que le correspondía como un testigo de lo que somos capaces como humanidad cuando nos dejan al libre albedrío de la sinrazón y la injusticia. Y lo hizo como mejor lo sabía hacer, con la maestría de la pluma, las herramientas de la ficción, y la eficacia de un punto de vista que supo transmitir como los grandes maestros de la literatura:

Por el aparato se volvió a oír la voz del Lagerältester. Esta vez llamaba a los miembros del Kartoffelschälerkommando para que ocuparan sus sitios en la cocina, y pedía a los habitantes del campo que no se durmieran puesto que se estaba preparando una sopa «gulasch» para todos. Entonces me recosté, aliviado, sobre mi almohada, y algo se relajó poco a poco en mi interior. Al fin yo también pude pensar -por primera vez en serio- en la libertad. (Kertész. 2011: 236)

[1] Kertész, Imre. 2011. Sin destino. Barcelona: Acantilado.

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