Un mundo mejor. Conocer las barreras que nos impiden el Nirvana

Hace poco tuve el acierto de ver (online, por supuesto) la conferencia que ofreció en las conocidas TED Talks (Technology, Entertainment, Design) la neurobióloga Jill Bolte Taylor. Especialista del cerebro, ella misma sufrió un infarto cerebral que cambió su forma de apreciar el mundo.

A grandes rasgos, y con una maestría que es extensible a casi todos los conferencistas de este proyecto que se publicita como Ideas Worth Spreading (Ideas que vale la pena difundir) Taylor describe su propia experiencia del Shock cerebral. Hace una descripción detallada y quizás, medio dulcificada, de cómo las dos partes de su cerebrodejaron de comunicarse entre sí, y cómo tuvo que tomar decisiones casi por instinto, sin que las conexiones entre sus dos lóbulos funcionaran de forma correcta.

Lo que más llama mi atención, además de su capacidad comunicativa, es la defensa tan cerrada que hace de las consecuencias de la experiencia a la que se vio sometida mientras las acciones que iba tomando para salvarse eran tomadas por el lóbulo derecho, el que gobierna el aquí y el ahora; porque el izquierdo, el que permite diferenciarnos como personas del resto del mundo y del entorno, dejó de funcionar temporalmente.

Las pocas decisiones que le permitieron salvar la vida entonces –salir de la ducha, marcar el teléfono, ocultar los números marcados con una mano paralizada para no equivocarse y marcarlos de nuevo- fueron casi instintivas, como flashes en medio de un Nirvana. Todo lo demás que vivió, orientado desde su lóbulo derecho, fue de una extremada placidez. En sus propias palabras:

“Pero la energía de la magnificencia que me rodeaba me cautivó. Y como ya no podía identificar los límites de mi cuerpo, me sentía enorme y expansiva. Me sentía en comunión con toda esa energía. Y era hermoso (…) Imagínense lo que sería estar totalmente desconectado de la voz del cerebro que nos conecta con el mundo externo. Estaba en este espacio, y mi trabajo y el estrés relacionado con él, había desaparecido. Y me sentía ligera. Todos los vínculos con el mundo externo, y las preocupaciones relacionadas con él, se habían ido. Y tuve esa sensación de paz. (…) Como no podía identificar la posición espacial de mi cuerpo, me sentía enorme y expansiva. Como un genio recién liberado de su botella. Mi espíritu flotaba libre como una gran ballena navegando por un mar de euforia silenciosa. El nirvana. Encontré el Nirvana”.

El ser humano es increíble. Jill Bolte Taylor aboga por que ese estado de paz interior no sea una consecuencia inesperada y circunstancial de un infarto cerebral, lo que inmediatamente me recordó la película Hævnen (titulada en español como Un mundo mejor) que se alzó con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en la edición de 2011 de este premio.

Si hubiese que escoger una palabra para describir la película sería PAZ, pero nos quedaríamos en las ramas. Si nos dieran dos palabras sería NO VIOLENCIA, y ya esto es algo más cercano.

Decir que las actuaciones son convincentes, que los diálogos están perfectamente esbozados, que el guión es de los más interesantes, es elogiar lo que ya es un lugar común en casi cualquier película cuyo director tenga algo de talento para retratar un pedazo de nuestra realidad.

Un mundo mejor (de la directora Susanne Bier) es, además de todo lo anterior, el elogio discreto de la no violencia. Es la defensa de los principios más humanos de respeto al otro. A través de un médico que purga parte de sus demonios como voluntario en África y los de un amigo del hijo de este médico en Dinamarca, asistimos a la conversión de ambos personajes hasta casi confluir en un punto medio entre la venganza y poner la otra mejilla.

Nadie es completamente inmune a las emociones negativas. Hævnen intenta hacernos conscientes de ellas, nunca sabré del todo si siempre en contra de ellas. En todos los seres humanos tenemos algo de diablo y de ángel. Vivimos tratando de remarcar las acciones que nos puedan ayudar a relacionarnos con nuestro entorno, pero no siempre lo logramos. A veces la parte izquierda de nuestro cerebro, el ser humano individual que existe en cada uno de nosotros se dispara y no siempre de la forma más adecuada.

Esconder las emociones no es la mejor solución. Controlarlas, sólo en ciertos momentos y de ciertas maneras, podría ser natural. En esta película es vital el contraste entre dos escenas de un mismo hombre que se deja pegar por un impulsivo para demostrar a su hijo que la violencia no es sana, y otra del mismo hombre entregando a un asesino africano sádico a una multitud enfurecida.

La segunda acción es contraria a su espíritu de médico, a su juramento hipocrático, pero fue la respuesta a tanta rabia contenida entre sus fracasos emocionales y los aspectos más negativos que los rodean. No se entiende esta acción sin comprender las otras emociones que lo embargan.

No soy un defensor a ultranza de la paz. Sí me gustaría (¿quién no?), poder arreglar los conflictos del mundo, poder convencer a los terroristas de su error al matar personas, parar a los Estados que bombardean para matar a terroristas, pero todo esto a veces necesita que se tome partido, hacer cosas nuevas, mover el dedo para hacer justicia, y no siempre hacer la justicia es hacer el bien, y no siempre pedir la paz es quedarse inmóvil esperando que el azar solucione las cosas.

Hay que salir, moverse, hacer cosas, promover la paz, si es lo que buscas, pero todo en la justa medida, lo suficiente para no ser pasivos en la meta, pero con suficiente freno para no llegar a poner bombas contra los violentos. Es difícil, pero está en nosotros. Lo dice Taylor en su conferencia que se titula El poderoso derrame de iluminación.

“Pero luego me di cuenta: ¡Estoy viva, aún estoy viva y he encontrado el nirvana! Y si he encontrado el nirvana y aún estoy viva, entonces todos los que están vivos pueden encontrar el nirvana”.

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