Cuando dejé Cuba en 2002 nunca supe si regresaría en unas semanas o si jamás lo haría. Mirar las opacas luces de La Habana mientras el avión de Air Europa levantaba el vuelo hizo que fuera consciente de la locura a la que me lanzaba dejando atrás a las únicas personas que me recogerían si un día no podía valerme por mí mismo, las que perdonarían mis exabruptos, las que me extenderían una mano si fuera necesario.
Nunca he sido un patriota, al menos no en el sentido que se pide a los cubanos bajo la bota del socialismo. La vida del exilio, lejos de acercarme a la patria, a mis ancestros, a mi cultura, me ha dejado una sensación extraña de desapego al terruño, de ensanchamiento de mi libertad individual.
He sentido en España, y más concretamente en esta ciudad cosmopolita y tolerante que es Madrid, una comodidad que en mi país tenía vedada. Era de esperarse, me entusiasma más Plácido Domingo que Van Van, Luis Buñuel que Gutiérrez Alea, Cervantes que José Martí.
Hoy que tengo en mis manos un documento de identidad y un pasaporte que me reconocen como español nacido en Pinar del Río, es decir europeo de origen guajiro, puedo decir que soy español, tanto como cubano, que conozco la realidad de Villaverde o Lavapiés tanto o más que la de Centro Habana o el Reparto Carlos Manuel y que mis raíces ya no puedo decir que están en San Juan y Martínez.
He vivido 7 años en España contra 30 en Cuba y sin embargo siento Madrid como una ciudad mía, como ese sitio donde llegué como un turista, me convertí en ilegal y terminó acogiéndome como español. Donde he caminado El Prado tirando fotos, he sorteado las calles de Lavapiés buscando trabajo y he trabajado ayudando a madrileños en sus problemas cotidianos desde el otro lado de un teléfono.
El cantautor cubano (o quizás mexicano, o quizás cubano-mexicano) David Torrens dice en una de sus canciones:
“Yo no soy de aquí, yo no soy de allá, no aprendo a vivir, en el “va y viene y va”.
“…no tengo dueño ni soy dueño de nadie, tampoco tengo un amor donde anclar, yo no tengo a quién pagar soy capitán en mi barco errante”
No se equivoca Torrens en esa sensación de no pertenencia a ningún sitio cuando tienes dos cocinas para hacer tus platos, de darse cuenta que en ambos sitios eres el llegado de fuera, el extraño que nunca será reconocido como propio. Porque es curioso que los de aquí ni los de allá te ven como propio. Ya nunca más.
Yo, sin embargo, prefiero decir que tengo raíces en los dos lados. Tengo en mis venas sangre cubana, que no es más que una mezcla de española y africana aderezada con el sabor del trópico, el recuerdo de algún pasado canario, gallego, congo o carabalí y muchos años de varias dictaduras que han conformado un carácter en mis ancestros.
Mis pies se mueven cuando escucho a la Charanga Habanera o Willy Chirino, pero mi alma vuela con Manuel de Falla o Joan Manuel Serrat, me entristece cuando pienso en las penurias de los cubanos, pero me alegro cuando España supera un obstáculo.
Si esta ciudad me acoge como hasta ahora es difícil no sentirse español, no sentirse madrileño, no criticar lo mal hecho para mejorar este país europeo que ya es también mi país. Claro: soy de aquí y de allá.