127 horas. Encontrar soluciones donde parece que no existen

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blankEscucho con demasiada frecuencia que la vida es una mierda, que el mundo es injusto y que debería existir otro sistema que haga que le gente sea más feliz. Podría estar de acuerdo en muchas de esas cosas, pero de nada sirve la queja por un mundo mejor si sabemos que su objetivo es inalcanzable, al menos al corto plazo.

Lo realmente preocupante es cuando ese deseo paraliza tus sueños, cuando te ha vencido la idea de que el medio en que vives determina tu felicidad, cuando te has convencido de que nada que hagas servirá para nada porque todo está condenado al fracaso. Si eso llega a suceder deberías leerte una vez más el poema La ciudad de Konstantinos Kavafis.

Dos circunstancias ajenas entre sí confluyen en estas reflexiones y me llegan casi a la vez por vías diferentes.

Recibo un correo de una amiga con un vídeo de Ma Li y Zhai Xiaowei (todavía no sabía quiénes eran ni que existían). El adjunto me deja sin palabras: dos bailarines clásicos chinos, ella sin un brazo, él sin una pierna, pero hacen un dúo maravilloso mientras bailan al ritmo de un instrumental desconocido. Da igual la música, no importa la coreografía, sólo nos dejamos llevar por la sorpresa de ver cómo dos personas con un lastre físico se han sobrepuesto a él y nos dejan ensimismados con la lección de fuerza que nos transmiten.

La otra circunstancia es una película que me recomiendan 127 horas, del director Danny Boyle.

La película no era ninguna sorpresa para mí. Sabía de qué trataba, sabía que era una historia real y cómo terminaba. Además conocía el trabajo anterior de Boyle, y conocía de su gusto por la música, que su cine está invadido de un tono ágil y casi sin respiros, con pausas controladas y cortas, más propio del videoclip que del cine.

Esta mezcla era interesante porque no se puede hacer una película de un hombre atrapado en una roca durante 127 horas en el tono de videoclip de las películas de Danny Boyle. Pues sí se puede, y ha dejado una película muy interesante que le reportó la nominación a James Franco como mejor actor.

Con 127 horas me pasó algo curioso, y es que siendo ambas producidas el mismo año era inevitable compararla con Buried, del español  Rodrigo Cortés. Son dos seres humanos atrapados en circunstancias extremas, uno en una roca, otro en un ataúd víctima del terrorismo, pero desde el punto de vista cinematográfico, los que pretendemos conocer algo de cine nos preguntábamos la forma por la que ambos directores se atreverían a abordar una hora y media de película con un solo actor.

Aquí se lleva el gato al agua el director español que nos tiene atrapados por los huevos desde que empieza hasta que termina la película sin usar flashbacks, que sí usa Boyle en 127 horas.

Pero más allá de la película, que es buena sin asteriscos, lo importante es el mensaje que nos deja. Es admirable cómo el ser humano, si es consciente de su fuerza, si es capaz de ejercer su habilidad para sobreponerse a circunstancias imprevistas, puede hacer del obstáculo un aprendizaje.

127 horas me hace recordar aquella máxima de pedir, no una carga ligera, sino unas espaldas fuertes. Las cargas ligeras son fáciles de llevar, el problema llega cuando, de tanto arrastrar cargas ligeras, nos volvemos inútiles ante las cargas pesadas, que suelen llegar de cuando en cuando, y sin que se les llamen.

En realidades menos difíciles hay gente que se deja vencer, en momentos severos (como la crisis actual) pero soportables hay quien olvida que la vida no es para ser vivida en una urna de cristal blindado, sino en campo árido para ser arado. Mucha gente –la mayoría probablemente– pretende arrinconar lo único válido para llegar a lo que queremos y que es la ley del esfuerzo.

Y no será diferente, por más que pretendamos esconderlo: la vida es esfuerzo, resolver problemas, saltar vallas, romper tapias, quitar malezas, jodernos la vista, doblarnos las espaldas, endurecer las manos, sudar la frente, quitarnos horas de sueño…

Hay quien sueña, sentado en un sofá todo el día mientras mira redes sociales, con poseer una casa más grande, quien quiere recoger fresas sin buscar un campo para sembrarlas, quien habla de las injusticias del mundo bajo una frazada mientras mira Gran Hermano o chatea desde el messenger, o como dice esa frase que casi todos atribuyen a Einstein: “Es una locura seguir haciendo siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”.

Estos dos hechos por separado (los bailarines chinos y la película 127 horas) me reconcilian con lo mejor del ser humano; aquello que permite sacar lo mejor de uno mismo, que nos hace fijarnos en las posibles grietas de un muro inexpugnable que no nos deja avanzar, en la luz cegadora del sol antes que las manchas que lo profanan, las virtudes de una sociedad antes que sus defectos, las soluciones para salir de un momento difícil antes que machacarnos el hígado desde un sofá con nuestra mala suerte en la vida.

Pero esto sucede, sólo cuando no te dejas vencer por las circunstancias. Si no, estás muerto antes de morir.

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