Alguna vez leí que el pasado nos deja cicatrices, nos marca un camino, pero siempre podemos decidir si avanzar por ese destino previsto que algunos creen inevitable o intentar romper piedras para labrar nuestro propio camino.
Recién he visto Luciérnagas en el jardín, la película del director Dennis Lee, y he podido ser testigo de cómo alguien se sienta a escribir para purgar los pecados y espantar los miedos, como el pasado nos marca de una manera casi inobjetable, con sus zarpazos, sus punzadas, pero también con recuerdos que ayudan a espantar los zarpazos.
Luciérnagas en el jardín es quizás algo lenta, con desiguales momentos desde el punto de vista estético, pero impecable desde una arista humana. Con silencios explicativos, cargados de significado, movimientos de cámara imprevistos, necesarios para la argumentación del filme.
Henry Miller dijo alguna vez: “Todos los días matamos nuestros más hermosos impulsos.” En Luciérnagas… hay impulsos que se reprimen, impulsos que no deberían ser matados, pero a la vez existe una manera de purgar esos fantasmas que quizás pueda ser discutible.
Lo interesante, quizás lo más interesante, de esta película, es que nos da alguna vía, una forma (o varias) de decidir si nuestro futuro estará marcado por fantasmas del pasado, por estampas oscuras que dejaron nuestro presente marcado, triste o angustiado. O si por el contrario somos capaces de seguir aquellos momentos luminosos, si logramos escoger aquello que nos hace mejor como humanos y que nos llevaría a un futuro más limpio y libre de fantasmas. Donde haya luciérnagas, no manchas.