Los seres humanos tenemos una tendencia general a la pereza. Si nos sentimos a gusto en una zona de confort (según el ámbito creado por los gurús del Coaching) nos escudamos tras esas mínimas condiciones de existencia y no intentamos avanzar por miedo a que el cambio sea peor a lo que conocemos.
Aquellos que no se hacen estas preguntas bobas, o se las hacen y luego se las pasan por los pliegues del excretor y dan el primer paso hacia su aspiración son los que ganan el Nobel, llegan a la luna o crean una gran fortuna; y ahora se puede decir, llegar a ser presidente de los Estados Unidos.
Sí, porque Barack Obama, es finalmente presidente de los Estados Unidos. Aquel niño de siete años que en un trabajo de clase dijo que quería ser presidente ha cumplido su sueño. Sus conocidos muchas veces se burlaban de él, como lo hicieron de mí cuando dije -pasando hambre y sueño, y sin blanca en los bolsillos- que algún día cambiaría La Habana por Madrid y que publicaría mis libros en España, o de Louise Veronica Ciccone y Norma Jeane Baker antes de ser Madonna y Marylin Monroe.
Los agoreros están en cualquier esquina de nuestras vidas, a veces son nuestros amigos o nuestra propia familia que, sin quererlo, actúan como barreras de nuestros mayores deseos. No es maldad, es la forma que tenemos los seres humanos de resguardarnos de los imprevistos y que no queremos para nosotros ni para los que apreciamos. Pero la vida termina por premiar a quien sigue sus sueños, a quien escucha consejos moderadamente pero no ceja en sus anhelos, ya sea con el sueño de la eternidad o, cuando menos, con la mitad del camino hacia ella, que es siempre más que el punto de partida que se inició tras el primer paso.
La trascendencia de Barack Obama como presidente va más allá del color de su piel. Estados Unidos de Norteamérica da, una vez más, un ejemplo de democracia, como la dio antes al reelegir al más duro Bush en un momento de guerra declarada a Estados Unidos, y rompe todas las barreras para colocar en la silla presidencial a un negro, joven, intelectual, con un origen humilde y una fortuna personal creada por sus propios medios, con un segundo nombre de origen musulmán, nacido fuera del territorio continental del país del Norte, sin un pasado patriótico al estilo veterano de Vietnam o Corea.
Ahora son otros tiempos y convienen otras soluciones y le han confiado a Obama el momento más duro de su carrera, centrarse en todo aquello que ha prometido para acceder a la presidencia olvidando los primeros cien días y centrándose en los graves problemas que le deja el segundo mandato de Bush.
Creo, con toda seguridad, que su labor no sería muy diferente de la que podría haber realizado John McCain o cualquier otro candidato posible con cierto sentido común. Los problemas son los mismos y los caminos para llegar a las soluciones no son muy diferentes para quien pretenda sanear la economía y restaurar -al menos intentarlo, ya que siempre hay quien nunca lo valorará- el prestigio internacional de la más sólida y notoria democracia del planeta. Pero Barack Obama, el niño que a los siete años dijo que sería presidente, no era un candidato, era un movimiento contra el que luchar era tarea de gigantes y por eso es presidente.
Lo que lamento es que aquellos que nunca han respetado ni valorado a ese gran país, que esperan a un candidato revolucionario, el Gorbachov del capitalismo, lo atacarán cuando se percaten que no es el socialista que esperaban. Quizás entonces añorarán que contra Bush se vivía mejor.