En un capítulo de El ala oeste de la casa blanca, un afamado pianista chino solicita asilo político al mismísimo presidente norteamericano en medio de unas negociaciones delicadas con la nación asiática que involucra también a terceros países.
Si el ejecutivo occidental accede a la petición de asilo, las resbaladizas negociaciones con China, donde se incluían, acuerdos de energía nuclear, se irían al traste.
El capítulo nos pone en una encrucijada moral de difícil solución: ¿es más importante la libertad de uno o varios individuos o la solución de un acuerdo nuclear de paz que involucra a toda una nación? Aún más crucial, ¿se debe llevar a efecto un proyecto vital que involucra a muchas personas si con ello se impide la libertad de un solo hombre?
La reflexión me trae a la memoria la polémica causada por Kevin Rudd, Primer Ministro australiano, que expresó públicamente un secreto políticamente incorrecto que está en la mente de casi todos los políticos occidentales pero casi nadie se atreve a expresar: la integración de los inmigrantes a las sociedades donde llegan.
La frase de Rudd es directa:
“Son los inmigrantes, no los australianos, los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas o a otros individuos”.
Y más adelante:
“Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que pedimos es que Usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros.”
“Éste es nuestro país, nuestra patria y estas son nuestras costumbres y estilo de vida y permitiremos que disfruten de lo nuestro pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra bandera, nuestra lengua, nuestro compromiso nacionalista, nuestras creencias cristianas o nuestro modo de vida, le animamos a que aproveche otra de nuestras grandes libertades australianas: el derecho de irse”.
Kevin Rudd no es de la extrema derecha, es del partido laborista australiano, es lo más cercano al socialismo que hay en ese país. De hecho en su campaña electoral habló de un mensaje conciliador entre los australianos y los inmigrantes.
Este es un tema delicado porque nos hemos impuesto en Occidente lo políticamente correcto como forma de censurarnos cada día más. Pero a pesar de la crudeza de las declaraciones de Rudd, tienen razón en lo fundamental: si vienes a un país que acepta tus normas y creencias, lo menos que debes hacer es respetar las que permanecen en el país a dónde llegas.
Es simple, respeto mutuo, tolerancia de los dos lados. Si un musulmán se molesta porque hay una cruz latina en un aula mayoritariamente cristiana, que se aguante. Es una realidad implacable pero real.
A mí me desagrada la imagen del guerrillero Che Guevara, y me tropiezo con ella cada vez que salgo de casa en esta bella y acogedora ciudad que es Madrid, sinónimo de libertad, de tolerancia y acogimiento al otro. Sin embargo no se me ocurre hacer una plataforma de eliminación de la figura de semejante asesino porque sé que hay personas que idolatran a ese personaje, la mayoría sin conocer nada sobre su historia de muerte y proyectos desastrozos abocados siempre al fracaso. Es una incomodidad que estoy dispuesto a soportar para que a su vez respeten que yo pueda ponerme una camiseta con Vaclav Havel o Mario Vargas Llosa.
La tolerancia es un valor universal, pero no puedo pretender cambiar las normas del país al que llego, aun menos cuando acepta las normas tolerables que traigo de mi tierra.
La integración no es desechar las ideas que traigo de mi país, no es dejar de ser sincrético, budista, musulmán, hindú o judío. Es simplemente seguir siendo lo que soy, aceptando y respetando las normas que se han pactado durante siglos en el país al que llego. En especial porque es la mayoría de la sociedad.
Es la norma básica de la democracia: la toma de decisiones sobre la base del consenso, es decir de la mayoría de la sociedad, que decide unas normas por las que debe regirse toda la sociedad, incluso la minoría que no estaba de acuerdo con el consenso mayoritario.
Quien no entiende esto debería escuchar el consejo de Kevin Rudd y hacer las maletas.