La naturaleza de los crímenes escandaliza a la sociedad de maneras diferentes. Miramos con cierta parsimonia si dos hombres se pegan en un bar y se matan entre sí o cuando un mendigo muere de una paliza de una pandilla de salvajes; sin embargo ponemos el grito en el cielo cuando un hombre mata y viola a una niña o arrastra a un perro tras su coche hasta matarlo. Somos así, no podemos evitarlo. Tenemos ciertas contradicciones que hacen que comparemos una niña violada con un perro maltratado: es el ser humano que no es más humano por ser misericordioso; tan humano es amar como odiar, cuidar como maltratar: está en nuestros genes.
Ahora estamos escandalizados de nuevo. Sí, estamos de acuerdo, un joven de 18 años ha sido asesinado en Madrid por tres bárbaros que se escudaban tras la coartada de porteros de discoteca. Tres canallas que ni siquiera hacían su labor cuando saltaron sobre su pecho y le partieron el corazón como una pera. Y las voces que se alzan escandalizadas piden derribos de discotecas, que el Alcalde de Madrid se autoexculpe a la japonesa -Bonzo o Harakiri, da igual- y que los porteros de los locales de la noche sean Teresitas de Calcuta.
Lo siento, ya está bien ser políticamente correctos. Por desgracia vivimos en una sociedad en la que sus miembros adoptamos formas de proyección pública que nos haga ser los más justos, serenos y progresistas de la clase. No podemos exigirle a las autoridades -sean del tinte que aparenten- que carguen con nuestra culpa por haber educado a nuestros hijos en la cultura del Gran Hermano y la telebasura.
Sí, pidamos responsabilidades porque el local estaba abierto con una orden de cierre, pero no seamos hipócritas de escandalizarnos ahora cuando pudimos hacerlo antes del crimen, porque unos bárbaros que podían haber sido fontaneros o periodistas se toman la justicia por su mano en una cuestión puramente personal. Si mi pareja me pone los cuernos en el sofá de la casa tiro el sofá.
Pero es que queremos que la sociedad entera clame en un solo grito por nuestros errores del pasado sin detenernos a pensar que la forma más idónea que hemos escogido para desestresarnos del trabajo diario es el alcohol y el chunda-chunda de la discoteca. No podemos por ello culpar a la sociedad ni a las discotecas aunque sí quizás por la forma de escoger a las personas que velan por nuestros hijos dentro de ella.
Pero seamos serios. Si queremos una sociedad diferente no hagamos caer toda la responsabilidad sobre los hombros de los que elegimos para organizarnos. Eduquemos a nuestros hijos en el amor al prójimo, no en la competencia contra él. Saquemos la cabeza de nuestro mundo de mentira y velemos por las necesidades de nuestros hijos. Dejemos la ley del menor esfuerzo en su educación y utilicemos la fórmula menos Telemierdura y más literatura. Saquémoslos de la PSP y orientemos su interés hacia los valores del arte y el amor al pensamiento. Después tendremos tiempo para cortarles las cabezas a los políticos si se lo merecen.