Amor, ¿de qué masa está hecho? ¿Qué materia se usó para confeccionarlo? ¿En qué mina de alguna montaña inhabitable extrajeron la esencia que forma su vientre? ¿Qué manos se atrevieron a moldearlo? ¿Cómo vio el artista (o fabricante de virus) qué tenía entre sus dedos la obra más universal?
Alguna vez lo sometí, lo seduje con buenas y malas artes, y lo obligué a subirse a la mesa de operaciones; lo separé en canal, le abrí las piernas creyendo dar con su secreto y sólo encontré una duda que me hizo más esclavo en esta pesquisa. Le partí la cabeza, usando la razón como evidencia y la pasión me dejó sin argumentos. Hurgué el fondo de su vientre, allí donde menos opciones había de encontrar una pizca de su esencia, y estuve muy cerca de atraparlo.
Fui más lejos.
He buscado el paraíso en sus manos y sin querer he encontrado un infierno entre sus brazos; he presumido ser rey en su palacio y me ha obligado a vivir como mendigo en sus entrañas, como un maestro he paseado por su escuela, y cada día me obliga a ser alumno en sus aulas.
¿Y merece la pena?
Intenté refugiarme en su abrazo y me ha dejado desnudo y agitado ante la gente que no entiende mi insistencia; buscaba una sonrisa para mi desánimo y todavía lleno una botella con mi llanto; demandaba un alivio a mi dolor de espaldas y encontré otra zozobra para el alma; quería acabar mi sed tragando de su boca y me han quedado los labios resecos y aún más ansia.
Me ha dejado con hambre, inerme, incapaz, desatinado e ignorante; soy débil, insatisfecho, soñador y vacilante, quiero dejar de ser voluble, disparatado e inconstante. Saber la respuesta exacta donde dejo mis defectos y mis dudas, la medicina que me alivie la espalda.
O quizás no.
¿Y si lo logro? ¿Y si atravieso siete mares en botas de siete leguas, navego sobre nubes de ensueño hasta el más recóndito lugar inexplorado y encuentro en esta ávida insensatez una llave que me abre la puerta del acertijo? Allí, en una cueva, donde no esperaba, sobre una piedra, aguarda el secreto esperando que lo saque a la luz. ¿Y entonces?
No me satisface imaginar cuando no queden piernas que abrir para satisfacer una duda, ni cabezas que hurgar para dejarnos un sentimiento, ni vientres donde encontrar un pedazo de su esencia, ni lugares donde seguir la irracional idea de aprender en el infierno como un mendigo mientras seguimos mirando en el espejo a un rey ilustrando un paraíso.
Y no dejo de pensar en lo andado, en los sueños que han quedado abandonados en la acequia del camino, el suelo de casa cubierto de vidrio de platos destrozados, los pies sangrantes de andar sobre el peligro, el estupor morboso que ha quedado de jugar con lo prohibido; y la sed y el dolor de espalda, y el hambre y la inconstancia y las ganas de seguir buscando.
¿Buscar?
No dejo de pensar en este viaje, que tanto tiempo hemos pasado imaginando príncipes y princesas, no nos hemos dado cuenta que dejamos escapar a nuestros Romeos y Julietas.