Como una ciudad de noche

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Carina Ruggiero entrevista a Hector García Quintana

Carina Ruggiero: ¿Quién es Hector García Quintana?
Hector García Quintana: Un lector insaciable que lo mira casi todo con curiosidad, con un filtro que Hemingway llamaba Detector de Mierda Incorporado, la curiosidad del chismoso que lo intenta convertir todo en preguntas y luego las quiere responder y enseñar esas respuestas a los que le rodean. Como no sé contar lo que aprendo con discursos, lo escribo.

C.R.: ¿Quién quisieras ser?

HGQ: Un anónimo que pasea por las calles sin que la gente repare en mí, eso sí, que al menos compren mis libros.

C.R.: El adjetivo que mejor te defina.

HGQ: Tenaz. No recuerdo nada que me frene. Quizás me detengo a pensar un momento para encontrar una vía y evitar que me frene la siguiente vez que tenga que enfrentarme al mismo problema o uno parecido. Ya he demostrado varias veces haber hecho cosas que me dijeron que eran imposibles. Lo que no entiendo es por qué insisten en retarme a ponerme delante cosas imposibles que luego voy a demostrar que no lo eran.

C.R.: Si pudieras mutar de cuerpo o de condición ¿En qué te convertirías?

HGQ: Estoy inmensamente satisfecho de ser un sapiens, el hecho de tener conciencia de mi ser, de poder reír, de usar cubiertos en la mesa, de preguntarme de dónde vengo, de qué estoy hecho, por qué soy como soy y no de otra manera. Me cuesta imaginarme de otra manera.

C.R.: Algo que te desquicie.

HGQ: La ignorancia casi a la par que la necedad. También el dogmatismo, todo aquello que José Antonio Marina describe en su libro La inteligencia fracasada. Me saca de quicio que alguien defienda como verdad irrebatible algo de lo que realmente sólo conoce lo que le han dicho conocidos o los medios de comunicación que sigue, y no ha investigado por su cuenta. Por desgracia hay mucha gente así.

C.R.: ¿Pasión o razón?

HGQ: Un poquito de las dos, aunque últimamente me dicen en libros de divulgación científica que la mayoría de las decisiones racionales que he tomado en mi vida han estado precedidas por un razonamiento emocional en mi cerebro. Así que me guío mucho por mis intuiciones; me han dado buen resultado. Incluso encuentro soluciones y respuestas a problemas diarios en los sueños. Como si tuviera un inconsciente despierto mientras duermo. Seguro es eso.

C.R.: Existe en el hombre de hoy, rastros de HGQ niño? ¿Cuáles?

HGQ: Por supuesto. La mirada curiosa, esa manía de mirarlo todo y querer tener respuestas racionales para interrogantes de todo tipo, y si no existen inventarlas con la imaginación. También la obsesión por la búsqueda inmortal de los anhelos de mi madre. Creo que esta obsesión por la inmortalidad se la debo a mi madre. Habrá algo más pero no lo recuerdo.

C.R.: ¿Cómo es un día de tu vida?

HGQ: ¡Algunos dirían que muy aburrido! No para mí, desde luego. Despierto desde las 6 o 7 de la mañana (a veces antes sin que pueda evitarlo), una carrera de 5 a 7 kilómetros, o una sesión de pesas y abdominales, una ducha, desayuno, y a leer y escribir hasta bien pasadas las 12 o las 2 de la tarde. Las tardes, depende del trabajo, si tengo que salir a trabajar en cosas ajenas para subsistir o si descanso. Puedo estar revisando textos, viendo películas (soy un enamorado del cine) o series de todo tipo. Vamos, no soy precisamente la alegría de la huerta.

C.R.: ¿Qué significa para vos un día perdido?

HGQ: No puedo decirlo. No recuerdo hace tiempo tener días perdidos.

C.R.: Un sueño por cumplir.

HGQ: Me temo que siempre se quedará sin cumplir: Viajar al espacio exterior. Digo en una nave real, con un traje como el de Neil Armstrong o Yuri Gagarin, no como ya lo hice con De la tierra a la luna o las novelas de Bradbury.

C.R.: Un miedo.

HGQ: Tiene que ver con mis hijos, pero prefiero ni pensarlo ni contarlo.

C.R.: Tenés un día para hacer “lo que quieras” ¿Qué haces?

HGQ: Es una pregunta difícil porque si tuviera que escoger sólo una cosa seguramente sería ver cine o leer, pero eso lo hago casi siempre, muy a menudo. Ante la posibilidad de hacer varias cosas, incluiría par de ellas más: hacer el amor (un eufemismo para no decir tener sexo a espuertas), tomarme unas cervezas con amigos. Pero nada me da más placer que recibir un abrazo y un “te quiero” de mis hijos, creo que un día de paseo con ellos: eso lo supera todo.

C.R.: ¿Autonomía o dinero?

HGQ: Autonomía, sin dudarlo. No reniego del dinero; si me dices donde hay bastante y se puede recoger haciendo lo que me gusta o lo que no me disguste tanto, no lo dudaría un segundo. El dinero me interesa siempre que permita mi autonomía. El día que deba hacer malabares o acrobacias financieras porque tenga que cuidar el dinero que poseo, empezaré a preocuparme.

C.R.: ¿Qué cosas te motivan?

HGQ: Para escribir me motiva casi todo lo que existe. Desde el vuelo de una mosca entre papeles, hasta un comentario dicho al azar en una mesa entre conocidos. Un libro bueno me hace escribir, pero uno malo puede que también, una frase que veo en una película, que leo en Facebook, en un blog, en una pancarta o un grafiti; cualquier cosa me revoluciona el cerebro y me obliga a la creatividad.

C.R.: ¿Por qué escribes?

HGQ: Puedo inventarme una frase trascendente, pero ¿la verdad? Es que no sé expresar de otra forma las cosas que siento. No soy orador, no pinto, no hago música, ni cine, ni siquiera poesía. Tampoco me gusta contar mis problemas a la gente, ni atormentarlos con mis quejas, mis obsesiones, así que cuando algo me preocupa lo escribo porque no sé hacerlo de otra manera. El que quiera leerlo que lo lea, el que no, que deje el libro en la mesa de la librería o cierre la ventana de mi blog en su navegador de internet, y listo. Al menos doy la posibilidad de escoger otras vías a los que no quieran escucharme. Callarme, no pueden.

C.R.: Si no fueses escritor ¿A qué te dedicarías?

HGQ: Director de cine. Definitivamente. Por suerte conozco las fundamentales herramientas para enfrentarme al cine como creador y las uso para escribir sobre él. Así que conjugo mis dos pasiones. Escribo mucho sobre cine y tengo un libro (Cómo escribir ficción: Aprendiendo con el cine) donde intento una forma creativa de enseñar los trucos de algunas novelas y obras escritas que se llevaron al cine.

C.R.: La inspiración ¿viene sola o hay que llamarla?

HGQ: Existe y puede venir sin que la llames, pero tiene que haber un trabajo previo. Por más que venga una musa a ofrecerme la idea más genial para escribir la mejor canción de la historia, construir el edificio más bello de la galaxia o pintar el mejor cuadro del universo, pierde su tiempo conmigo. Mis ideas, mis obsesiones y mi trabajo previo tienen que ver con los libros y la escritura. Si viene una buena idea es porque he estado trabajando un día, una semana, o media vida (incluso cuando no lo hacía de forma profesional) física o mentalmente para ella. De la nada sale nada.

C.R.: ¿Qué debe tener un libro para que te atrape?

HGQ: Es la pregunta más difícil de responder, de verdad. Unos libros me atrapan por la historia, otros por el lenguaje, otros por una simple moraleja. Hay libros que no me han gustado nada (como Rayuela de Julio Cortázar) y que he terminado de leer por disciplina hacia esta profesión de manchar hojas en blanco, y hay otros libros que ni siquiera quería leer porque intuía que no me iban a gustar y luego no he podido soltarlos como El médico, de Noah Gordon o La palabra, de Irving Wallace. Probablemente el libro que más me llama la atención es aquel que me siento incapaz de escribir. Soy historiador de profesión, y me gusta cuando un autor es capaz de inventarse una fantasía histórica respetando el entorno, los hechos históricos y la realidad conocida. Como Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari o Quo Vadis, de Henrik Sienkiewicz, las dos son novelas monumentales que han sobrevivido, y sobrevivirán a montones de generaciones.

C.R.: ¿El mejor libro que escribió HGQ?

HGQ: Me sale un tópico: “no está escrito”, pero es verdad. Cuando estás todo el tiempo indagando, buscando, investigando, preguntando y sorprendiéndote por las cosas más sutiles y pequeñas del mundo, y conoces un poco las herramientas para contarlas en forma de ficción, tienes el potencial para que salga en algún momento la mejor creación. De lo ya escrito me siento muy a gusto con Una gota de agua sobre la roca. Es el primer libro donde me liberé de mis viejas obsesiones particulares para dedicarme a las universales que realmente importan.

C.R.: Si escribieras tu autobiografía ¿Cómo se titularía?

HGQ: Sería un título horrible y largo. De rebelde comunista a demócrata liberal o una cosa así de espantosa. Seguro mi Detector de Mierda o mi editor lo trabajarán si llega ese momento. A lo mejor jamás se escribe. Mi vida no es interesante y no me alcanza el tiempo.

C.R.: ¿Cuál es el libro que te costó más escribir – en trabajo, en tiempo, en dolor – y por qué?

HGQ: Creo que la primera novela El diablo bajo mi piel, que escribí cuando sólo había hecho cuentos cortos y tenía demasiada información no asimilada sobre cómo se escribía una novela. Creo que tenía la cabeza demasiado abarrotada de ideas inconexas. Eso quizá se nota cuando se lee, pero fue un buen entrenamiento para las posteriores. Ahora, el libro que más trabajo de horas/nalgas me llevó, el que tuve que hacer un trabajo investigativo (trabajo ingrato para casi nada) fue Hijo de Shiva. El último secreto de Hermann Hesse, (inédita) que tuve que meterme en la cabeza del gran escritor alemán para intentar pensar como él. Fue horrible porque era un tipo de una cultura vastísima, y yo no tengo opulencias intelectuales. Y lo peor es que muchas de las cosas que investigué, mucho de lo que aprendí, luego no aparece en el libro, porque no sirvió para la novela. En Cómo se escribe una novela, también investigué mucho, y fue un libro por encargo, así que imaginé que iba a sufrir mucho, pero al final me divertí más.

C.R.: ¿Qué novela te habría gustado escribir?

HGQ: Bueno, si las hubiese escrito no estaríamos haciendo este juego intelectual, al menos dos de ellas porque los autores ya murieron. Tengo tres y no puedo decantarme por una. Ya te hablé de Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari. Es el tipo de novela histórica que me gustaría escribir pero no me atrevo por respeto a la Historia. Mezcla de forma convincente un hecho histórico de dudosa veracidad con un humanismo que a veces cuesta encontrar en otras novelas. La otra es Drácula. Está escrita en forma de cartas, diarios y trozos de noticias de periódico. Cuando la releí de adulto comprendí que Bram Stoker es el novelista más persuasivo de la historia de la literatura porque cuenta una mentira inmensa que ha logrado cautivar a generaciones. ¿A qué más puede aspirar un escritor? Y por último La guerra del fin del mundo. Mario Vargas Llosa escribe una novela de las llamadas totales. Se crea un mundo paralelo a la realidad con una maestría técnica que nunca he visto en otros escritores que también tienen muy buenas novelas actuales.

C.R.: ¿Qué es lo más importante en la lista de cosas que quieres decir?

HGQ: Mira, siempre ha sido la libertad. La libertad para muchas cosas, desde pensar hasta votar por el partido que me dé la gana. Desde que recuerdo, empecé a escribir como una rebelión por no poder decir públicamente las cosas que quería. Hoy tengo libertad, lo que más se parece a ella en nuestro mundo, pero sigo obsesionado con ella. Así que no puedo parar de escribir.

C.R.: ¿Qué cosas facilitan el desarrollo de un artista y cuales lo limitan?

HGQ: Creo que vivir tempestuosamente ayuda, con pasión, entregando mucho de uno a la vida, me han ayudado como escritor; pero para escribir necesito lo contrario: la completa tranquilidad emocional.

C.R.: Al momento de crear, de expresarte, ¿qué pesa más, lo que tenés para decir o lo que luego creés que reciba la aprobación del público?

HGQ: Mira, mentiría si digo que escribo sólo para mí. Si fuera así no perdería el tiempo sacando tantas cosas que me pasan por la cabeza; las pensaría y listo, las dejaría allí. Pero cuando escribo me limito a decir lo que creo, lo que me nace. Por algún motivo he llegado a creer que si tienes cosas que decir, siempre hay alguien que te escucha. Así que, no, no busco ni pretendo aplausos cuando escribo. Sólo sacar de dentro algunas inmundicias que me oprimen o algunas bellezas que se asoman, pero sabiendo que alguien las va a leer. Negarlo es engañarme intelectualmente.

C.R.: ¿Qué encontrás en el universo de la ficción que no exista en el mundo real?

HGQ: No sé en otros, pero a mí la ficción me sirve para regodearme en cosas a las que no encuentro explicación en la vida real. Con los libros he estado en sitios lejanos y en otros tiempos, he estado en Egipto ayudando a Sinuhé, en Mompracen cazando tigres, en Kumaón persiguiendo leones cebados, en el espacio exterior descifrando crímenes en el planeta Aurora, en 1Q84 con Tengo y Aoame. Imagina. La ficción es la forma más atractiva que busco para decirme que hay algo más, porque en Dios no pienso: no me interesa.

C.R.: Artista ¿Se nace o se hace?

HGQ: No tengo idea, Carina. Me niego a creer que se nace con aptitudes para un talento o una profesión, pero luego de leer sobre los estudios recientes del ADN y de analizar mi propia vida, tal parece que algo viene del vientre. En mi familia no hay ni ha habido escritores ni nadie que usara al intelecto para ganarse el pan. Tengo sí, la increíble imaginación para la fantasía de mi madre y su amor por la lectura. De mi padre, la capacidad para el esfuerzo y el estar siempre atado a la tierra para no perder la cabeza en un vuelo demasiado alto. Philippe Brenot dice en El genio y la locura, que hay como estados alterados de conciencia que permiten a un artista sacar sus invenciones hasta en sueños. Si tuviera algo de talento, si de alguna manera se descubre en mí algo de capacidad para esto de las letras, te puedo asegurar que no ha sido por genialidad, sino por trabajo sacrificado. Soy una hormiga, un alma orientada hacia el trabajo creativo las 24 horas del día, los 365 días del año. Soy de los que se levanta en la mañana a llenar hojas cuando otros se sientan frente a la tele a despejar la cabeza. No es mérito, es algo que hago así por naturaleza, porque no puedo hacerlo de otra manera.

C.R.: ¿En que se parecen cocinar y escribir?

HGQ: Los alardes de creatividad, desde luego. Cuando llevo varias horas pariendo ideas en un papel, la cocina se me hace un bálsamo. Cocinando expreso otras ideas y anhelos, invento cosas, creo platos con sabores que no tienen nada que ver entre sí. Uso ingredientes en platos que no los llevan o cambio otros, mezclo sabores. Todo un mundo de creatividad. Seguramente esto le va a sonar raro a muchos pero con la cocina me relajo de la tensión de escribir.

C.R.: ¿Qué ventajas y desventajas tuviste para ser escritor dado tu origen cubano, latinoamericano? ¿Qué barreras debiste derribar para ello?

HGQ: Creo que me perdonarás si me extiendo en esta respuesta. En mis primeros textos hay más de Cuba y sus problemas. Pero te cuento algo, tuve que purgar Cuba para dejar de ser o pensar como un escritor cubano y ser escritor a secas, sólo escritor. No es que haya dejado de ser cubano ni que Cuba no esté en mis textos, en mi estilo, algunos giros lingüísticos, pero ya no escribo sobre Cuba. O quizás los que me lean dirán que sí, pero al menos no lo hago de forma consciente, ni lo busco. Cuando logré dejar de pensar en cubano mi horizonte literario se expandió. Encontré una voz personal ajena a los conflictos que nos aquejan a todos los cubanos, me interesé por la libertad de manera universal, no solo por la ausencia de ella; me llama la atención el ser humano como habitante de este universo, no como el ser isleño que cree ser el centro del mundo. Me interesan los conflictos humanos generales: el amor o su ausencia, la libertad del hombre, nuestro origen, nuestro cerebro, el por qué somos únicos si es que lo somos, nuestras miserias humanas universales, los excesos del hombre, su lucha contra la moral propia o ajena, la traición, el dolor, la mentira, el sexo. Todo eso se podría hacer desde Cuba o en cubano, pero la mayoría de lo que leo hecho en Cuba o por cubanos, es tan, pero tan parecido en ideas, temáticas y estilos, que por desgracia se diluye todo en un universo demasiado particular. Se vuelve demasiado insular. Y la verdad le estoy huyendo a la insularidad como a la peste.

No haré amigos con lo que digo, pero creo que la cubanía a modo de insularidad se usa como un pretexto, y enmascara muchos elementos aliterarios que pasan como literatura. No sé si es por desinterés, incapacidad, no querer abordar otras temáticas que no se conocen o que las mentes se han anclado. El día que presente mi siguiente libro, no quiero que sea para once amigos y tres amigos de amigos, todos cubanos en una salita de Madrid. Quiero escribir para todo el que le interese, sea cubano o sea de la Siberia, pero quiero que se vean reflejados en los textos. Cuba me duele, pero sus conflictos, triunfos y miserias ya no pueblan mis sueños. Mis fantasmas están más allá de las fronteras de la patria.

C.R.: ¿Es Hector García Quintana un hombre feliz?

HGQ: Soy muy feliz.

C.R.: ¿Por qué?

HGQ: Porque no tengo miedo, porque me satisface plenamente las cosas que hago, y porque mi estado natural es la satisfacción con lo realizado. Hay un estudio por ahí donde se ha visto iluminado el cerebro de varias personas en momentos de felicidad plena. Unos cuando compraban ropa o un coche, otros cuando tenían sexo, unos terceros haciendo una labor intelectual o de ocio como ir a clases de yoga o al club de lectura con amigas. Pues resulta que el mayor subidón, los disparadores que más tiempo hacían durar esta iluminación cerebral era cuando se hacía una labor de ocio o intelectual. Yo debo tener el cerebro como una ciudad de noche. Tengo momentos malos y desagradables, situaciones insalvables o duras, pero cada vez que hago repaso con la almohada a la hora de dormir, me siento satisfecho y más feliz que el día anterior.

Un día, mientras me ganaba la vida como concertador telefónico de citas médicas para la comunidad de Madrid, en un descanso mis compañeros de trabajo hablaban con pesimismo del trabajo que hacíamos y del futuro. Como yo no decía nada me preguntaron si no tenía quejas y les respondí: Estaría preocupado si echo la vista atrás y viera que ahora estoy peor, pero cuando miro hacia atrás cinco o diez años, estoy mucho mejor en estos momentos que entonces, lo que me dice que dentro de otros cinco o diez estaré mejor que ahora. Esa es mi idea de la felicidad y no tiene mucho que ver con las cosas que poseo sino con las que están por llegar.

Un comentario sobre “Como una ciudad de noche

  1. Tu optimismo y tenacidad me deslumbran y me inspiran. Sigue adelante para que tu cerebro alumbre como la luz del dia

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