Todos estamos hartos, todos sentimos que nos estafan, que nos roban, que los tipos que hemos puesto (algunos más culpables porque les votamos), son tan miserables como el que se quedó sin gobernar, y que esta sociedad en la que vivimos está saturada de podredumbre, descompuesta por un sistema caduco, individualista e inhumano, que lastra nuestros esfuerzos y nuestras ganas de hacer cosas.
Hasta aquí una mayoría pondría un visible Me gusta si cuelgo este párrafo en Facebook, Google Plus o Twitter, (caso de que dejara poner más de 140 caracteres). Pero a partir de ahora empiezo a matizar y ya no todos estarán de acuerdo conmigo, y no les puedo quitar la razón.
Primero: porque todos tienen su propia visión del mundo, mucha veces condicionada, pero suya.
Segundo: porque la situación actual impide la serenidad. Cada vez que sufrimos un recorte, una bajada de salario, una merma de nuestro poder adquisitivo, mientras los que nos lo hacen viven sin apuros, y encima sin sumarse del todo al sacrificio, es imposible no sacar las emociones más bajas que tenemos en nuestra nevera.
Sin embargo, repito, quiero matizar. No voy a defender a los políticos, que se defiendan ellos si pueden, ni voy a justificar el sistema capitalista, que se arregle o se joda él mismo si es que es posible, pero sí voy a defender y/o reprochar lo más importante de todo esto, aquello sin lo que ni el sistema ni los políticos podrían existir: nosotros mismos, la gente.
¿Porque, quiénes si no, nosotros mismos, somos la rueda vital que quita y pone, que permite o impide, que hace o deshace? ¿Quiénes, si no nosotros mismos, somos los que tenemos la llave para girar la cerradura que abre o cierra las puertas que cambian o conserva el estatus quo?
Absurdo, no se pueden cambiar las cosas, me dice la mayoría. ¿De verdad? ¿En verdad crees que no es posible cambiar el mundo? Si has llegado a creer que no tienes esa fuerza, si has llegado al momento que crees que las cosas giran independiente de tu voluntad, ya estás perdido, y no podrás hacer nada por cambiarlas.
Es quizá uno de los mitos más extendidos. Recuerdo que una amiga se quejaba de que era difícil dar pasos para hacer cambios. Me consta que ella (y si esto lee, me dará la razón) no es cobarde, tiene en sí misma la fuerza de un elefante, y no duda ni un segundo cuando tiene que mover un dedo porque sabe que su movimiento puede desencadenar una tormenta, si se lo propone.
Yo sin embargo le dije, «es difícil que puedas cambiar todo el mundo, querida mía. Confórmate con intentar cambiar el pedacito que tienes a tu lado, que es ya una obra inmensa. Lo demás es excesivamente frustrante», porque, al final, es un hecho que si cambias el pedacito que tienes a tu lado, ya empezaste a cambiar el mundo.
Lo que es inaceptable es cruzarse de brazos, o moverlos demasiado. Están dentro del sistema, aunque nos parezca imposible, los propios mecanismos para cambiarlo, están dentro de esta maquinaria (que sí, que es individualista y materialista, porque así lo hemos creado) las palancas, las poleas y las ruedas que pueden cambiar el paso y variar el ritmo si no nos parecen adecuados, lo importante es aprender a moverlas sin destrozar la maquinaria a bombazos o poniendo piezas peores por relojeros de medio pelo que sólo saben gritar en las calles, pero muy poco de relojería.
Hay que quejarse, hay que ser incómodos, debemos ser impertinentes con los que nos gobiernan, velarlos, escoger a los mejores para estar allí y luego vigilarlos como a ladrones, ser ambiciosos en nuestras metas, pero ojo conque sólo sepamos quejarnos.
En la serie Boss un periodista se devana los sesos contra una maquinaria política infernal creada por un alcalde corrupto. Ante su incapacidad para vencerla se hunde en el alcohol y va gritando por las esquinas su mala suerte ante cada puerta que se le cierra. Un colega le suelta:
–No puedes vencer al sistema, Sam, si malgastas tus energías odiándolo.
Creo que es la mejor de las moralejas. Si en lugar de malgastar las energías en la queja, las usamos en hacer cosas que valgan la pena, habremos dado un paso importante para cambiar las cosas, casi tan importante como el de Lao Tsé para hacer el viaje a la eternidad. Aunque claro, esto funciona para situaciones más o menos normales, no para cuando no existen fuerzas de equilibrio en un sistema.
¿Es posible cambiar el mundo? Sí, es posible. ¿Es posible vencer al sistema? Sí, es posible. Sólo hay que utilizar inteligentemente las fuerzas que movemos contra él, canalizar el odio, el rechazo, o el cabreo, en energías útiles. Lo demás es puro despilfarro.