En esta edición de los premios Oscars podemos contar con algún título de este tipo, hecho con bajo presupuesto, pero henchida de buenas actuaciones y con un mensaje interesante a la vez que aterrador. The Visitor es una de las pocas.
Realizada por Thomas McCarthy, y galardonada con el Gran Premio del festival de cine estadounidense de Deauville en su trigésimo cuarta edición, ha dejado apenas la nominación de mejor actor para Richard Jenkins pero me temo que pasará desapercibida para la mayoría de los cinéfilos.
The visitor es una película sincera, con cierto gusto por la vida sencilla, apegada a las calles. El profesor universitario que encarna Jenkins es un retrato de la gran mayoría de la sociedad, harta de su vida diaria, abocada hacia un destino que no previeron y del que quisieran escapar, pero sin mover un dedo para lograrlo. Pero este profesor sí hace algo. Su afán por aprender a tocar el piano es una muestra de su hastío. Encuentra en la música aquello que siempre quiso aunque nunca inició y añora lo que amaba pero ya no tiene.
Hay varios mensajes latentes en este excelente filme, desde la necesidad de intentar hacer lo que queremos en la vida, hasta elogiar el valor de la multiplicidad de culturas, y en el transcurso de convencernos de su argumento hay, además, dos críticas demoledoras hacia la ignorancia de quien reprocha otras nacionalidades que no conoce por tópicos absurdos y algo de lo que creíamos estaba todo estaba dicho, la pérdida de libertades que hemos vivido en Occidente –especialmente en Estados Unidos– por la guerra internacional contra el terrorismo.
Es, en resumidas cuentas, una excelente película, centrada en su sencilla y dramática historia y a la vez un buen alarde de activismo social sin caer en los tópicos politicismos partidistas que casi siempre terminan por plagar el cine social.