Las últimas noticias sobre los golpes recibidos por las FARC y ETA nos dejan la clara evidencia de que el fin de los grupos terroristas de corte comunista está llegando a su fin. Cuando el gobierno de la isla de Cuba, en medio de la guerra fría, decidió sumarse al bloque comunista y enfrentarse a su socio comercial y económico tradicional, instauró una nueva forma de terrorismo que hoy está por desaparecer pero todavía encarnan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, ETA y, en menor medida, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Cuba recibía dinero y recursos del eje comunista con la única misión de apoyar a los movimientos armados que surgieran en América para luchar, a través de la guerra de guerrillas, a los gobiernos democráticamente constituidos de América que no quisieran sumarse a la nueva tendencia de izquierdas revolucionarias del continente. La idea era extender el comunismo, como ya lo había hecho Rusia en la primera mitad del siglo XX en Europa del Este, a toda América Latina.
Aunque soy contrario al uso de toda violencia, reconozco que en las décadas del 60 y 70 había mucho por lo que luchar para mejorar las cosas en el mundo. Los grupos armados que surgieron eran un síntoma más el claro agotamiento de la política tradicional, salpicada de corrupción y desigualdades para los más desfavorecidos. Para una más amplia información sobre estas causas sería interesante remitirse al libro, Fabricantes de miseria, de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa.
La mayoría de los que se integraban a estos grupos armados se inspiraban en el ejemplo (extraño y atípico) de la revolución cubana y que luego que no se repitió en ningún caso de América, salvo el caso nicaragüense. Los que formaron estas guerrillas tenían un adoctrinamiento intenso de partidos y organizaciones de izquierdas socialistas y comunistas, y usaban como manual bíblico el libro La guerra de guerrillas, del fracasado revolucionario Ernesto Guevara.
Al menos desde el punto de vista histórico, ya que no lo defiendo desde el moral y ético, se justifica este gran movimiento armado que contó con el apoyo descarado del gobierno cubano, reconocido oficialmente por el propio Fidel Castro en el libro La paz en Colombia.
Sin embargo el mundo ha cambiado. La amplia aceptación que tuvo la revolución cubana en la década del 60 con su retórica anticapitalista ya no tiene fuelle. La idea de una clase obrera amplia como base de la lucha anticapitalista se ha diluido en una clase media de diferentes poderes adquisitivos que no comulga con el marxismo. La opinión pública mundial, en su gran mayoría, ha evolucionado en su forma de entender el mundo y no acepta la violencia como forma de cambiar las cosas. La violencia ha quedado reducida a los grupos terroristas de corte islámico y a los grupos remanentes de la guerra de guerrillas. Los sistemas sociopolíticos que se implantaron sobre la base de esta forma de revolución dejaron clara una forma autoritaria de gobierno que terminó por desprestigiarlos ante muchos de sus seguidores. Hoy sólo unos pocos defienden la violencia como método de llegar al poder o no la critican con suficiente claridad; quizás aquellos que deben su formación a este mundo o que mantienen su forma de vida en la defensa de los ideales izquierdistas, junto a los pocos inconformes que no saben realmente lo que desean para su país.
A ello debemos agregar que muchos de los gobernantes de América Latina, han llegado al poder desde las instituciones y están instaurando un nuevo tipo de autoritarismo de izquierdas desde dentro, como Chávez, Correa o Morales. Esto ha hecho que muchos de los movimientos armados que aún quedan en activo vean como una posibilidad real la presentación de un partido político a las elecciones de sus respectivos países para acceder al poder.
En el caso de las FARC, no es tan sencillo su desmantelamiento porque este grupo armado, culpable de la mayor parte de los secuestros y víctimas que se le reconocen a estos grupos terroristas, junto a Sendero Luminoso –ya desaparecido–, sobrevive con un entramado burocrático y clientelar del que no son capaces de zafarse por su cuenta y al que el gobierno colombiano se está encargando de desordenar con la única política posible contra un grupo armado terrorista: la fuerza del ejército, el imperio de las leyes, y la validez de la democracia.
Desde la muerte de varios y consecutivos jefes al mando, en enfrentamientos con el ejército, las FARC no han sido capaces de sobreponerse. Hoy muchos han olvidado por completo el ideal –por llamarle de alguna forma– por el que se levantaron en armas contra el capitalismo; y lo han olvidado porque saben que nunca ganarán esta guerra estúpida y fratricida. Hoy son un grupo narcotraficante, que sobrevive de las ventas de cocaína y del secuestro a civiles. Sin embargo han quedado desorientadas, sin comunicación efectiva entre sus diferentes frentes armados y han ido cayendo, sin prisa, pero sin pausa, los principales jefes que sustituían a los caídos. Sin contar por supuesto, las deserciones, cada día más crecientes, y de mayor calidad porque los guerrilleros se han percatado que existe un futuro del lado de la ley para los que entreguen información valiosa, armas y, sobre todo rehenes.
De la misma forma le sucede a ETA, casi sin margen de maniobras en territorio español y cada día más cercada en Francia donde van quedando reductos completamente infiltrados por las fuerzas de seguridad españolas. Hoy ETA tiene refugiados sin poder en la banda en algunos países de América como Cuba y Venezuela.
Queda más que evidenciado que los que se pasan del lado de la ley tienen un futuro, los que se mantienen en armas sólo tienen un futuro, tanto de un lado como del otro lado del Atlántico: caer en combate o en prisión. Sólo es cuestión de tiempo. El tiempo se les ha acabado y la Historia los ha juzgado. Y los sigue juzgando.