Existe un clisé cuando se habla sobre los temas abordados en la obra de cualquier creador. Se suele decir que, más allá de lo que escriba, filme, esculpa pinte a componga; haga lo que haga terminará abordando siempre el mismo tema.
Muchas veces, más de las que creemos, se cumple este lugar común. Con las hermanas Wachowski damos con un ejemplo perfecto en la serie Sense8, curiosa mezcla de ciencia ficción y reflexión sobre el ser humano y sus miedos que no debería dejar indiferente como ya no lo hizo Matrixy su idea de un futuro gobernado por las máquinas.
La serie (y aquí te pido que dejes de leer si no las has visto porque vienen spoilers que no puedo evitar) aborda la posibilidad de que junto a los grandes homínidos contemporáneos como el Homo Sapiens (es decir, nosotros o algo que se parecía mucho a nosotros) hubo un Homo Sensorium que no corrió la misma (mala) suerte que el Neardental u otros homínidos de quedarse en el camino de la evolución y que aún sobreviven entre nosotros como si fueran de nuestra especie. Lo trascendental, lo sublime, lo llamativo y único de esta especie, es que pueden comunicarse con la mente, han aprendido a trascender la palabra y tienen que ocultarse por la manía del hombre y la mujer sapiens, de eliminar todo lo que les resulta extraño.
La serie es interesante desde el mismo comienzo. Es muy atractiva la manera en que los directores nos llevan desde un principio con un enigma por descifrar, hasta el centro del argumento de esta historia, donde lo más importante es cómo deben actuar estos 8 sensoriums (sensates) para sobrevivir al abrumador paso de la especie humana por la tierra.
El problema con ella es precisamente su principal argumento, o mejor, llevarlo hasta el extremo. La idea de crear unos seres casi superdotados, una especie de superhéroes que superan en todo a la miserable raza humana, llevan a los directores a meterse en una temática de defensa de los derechos la comunidad de homosexuales y otros colectivos que se agrupan en las siglas LGTB, que termina por ser casi el argumento fundamental de la serie en detrimento de la tesis inicial.
Laurence Wachowski y Andrew Paul Wachowski (gracias a la amplísima libertad de la que gozamos en el mundo de hoy -digan lo que digan los agoreros de la nueva política- y a la cirugía estética y reconstructiva de cambio de sexo) ya no son conocidos como Larry y Andy, sino como Lana y Lily y llevan sus propias obsesiones sexuales a la historia de Sense8 haciendo que la temática de defensa de los derechos de los homosexuales opaque un planteamiento inicial sugestivo avasallado entre escenas orgiásticas y consignas a favor de la comunidad gay y lesbiana.
Por desgracia, Sense8, termina por abordar el espinoso tema de los derechos de los homosexuales y/o bisexuales desde una visión de superioridad moral y evolutiva respecto al resto de los que son sexualmente diferentes, que termina por producir el efecto contrario al que pretende. No llega a alcanzar la profunda reflexión de Transparent sobre la identidad sexual ni la atrevida sexualidad (sensualidad) de Orange is the New Black, sino más bien una especie de exclusión conservadora, de cualquier otra opción sexual que no sea la bisexualidad.
Es tan torpe la obsesión de las Wachowski al abordar el tema que el espectador heterosexual llega en algún momento a preguntarse si, por serlo, es menos evolucionado o normal. Si una especie superior que se comunica con la mente practica la bisexualidad como signo de libertad, ¿nos condena a los heteros a la esclavitud? ¿Es que no besar a uno de nuestro sexo o no haber practicado nunca un trío nos hace más retrógrados y atrasados como especie?
Quizá el título de este texto sea tramposo, porque en realidad en este caso la obsesión de las hermanas no invalida la ficción sino al argumento que la sostiene. La serie sigue siendo excitante (lo digo sin segundas), se puede ver más allá de los coqueteos con esta obcecación por la libertad sexual, entendida como hacer de todo con todos.
Buena fotografía, estética videoclip muy lograda, una música atrevida y bien versionada y unos cambios de tramas y subtramas que deja en pañales los mejores saltos de puntos de vista que alguien haya imaginado. Y por si fuera poco, con una historia altamente emotiva, casi salvaje, donde lo principal es la supervivencia.
Más allá de las maniqueas intenciones de presentar la evolución como un holocausto del Hombre sobre las otras especies (que hoy en día es una teoría que va perdiendo solidez), la serie merece la pena ser vista para hacernos pensar sobre nuestro camino como especie, para reflexionar sobre la sutil línea que separa la moralidad entre diferentes tiempos y espacios, y sobre la capacidad (o imposibilidad) de ser mejores con los otros. A fin de cuentas es una mirada a nosotros mismos para que aprendamos a practicar eso que todos decimos tener, pero a ratos no practicamos: la tolerancia.