El conflicto de la soledad creativa

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blankUna de las barreras más inadvertidas que arrastra quien ejerce la escritura de ficción es la percepción de la soledad por parte de los demás. Puede suceder que para el resto del mundo eres un misántropo que odia incluso toda relación social, y tú estás con la mente plagada de personajes que requieren atención. No se entienda como queja, de hecho, es una necesidad que puede ser evitada, pero no siempre con efectos deseados.

Escribir, por más que se tenga una existencia social que desborde los conciertos del cantante pop de turno, es un acto donde se necesita alguna concentración solitaria, cierta capacidad de abstracción forzosa para poder crear. Incluso aquellos raros ejemplos de escritores como Hemingway, que dicen que lograba escribir en un bar lleno de gente ruidosa y bebiendo, necesitan ser capaces de abstraerse del entorno para encontrar la palabra justa que lleve la flecha directo al blanco.

Un escritor, cuando está en el proceso de escritura de la novela más reciente (incluso un libro de cuentos con temática unificada), tiene problemas qué resolver que la mayoría de la gente no entiende: ¿cómo hacer para que este personaje actúe de esta manera y sea convincente? ¿Debería crear una trama nueva para explicar esta inconsistencia? ¿Cómo hacer para que ninguno de los dos bandos del conflicto aplaste al otro? ¿Este comienzo está bien o debería empezar con el segundo capítulo? ¿Por qué no dejo esta escena para el clímax?

Todas estas interrogantes, y otra decena, obligan al retraimiento de un autor, que incluso en público haga que este parezca más perdido que de costumbre y que muchos no sepan que esté pendiente de estas confusas incertidumbres, aun cuando hace deporte o se toma una cerveza en un bar con amigos.

¿Y cuál es la novedad? No, no existe.

Planteo la evidencia de que, por esta necesidad que se crea un autor de responder a dudas que el resto de la gente no tiene, los demás terminan por no comprender en absoluto al que escribe; a veces, aclaro. La necesidad de soledad para la creación suele ser vista, no pocas veces, como individualismo.

Insisto, no es queja, es el planteamiento de una evidencia. Si tienes amigos, conocidos, colegas a los que les dices por cuarto día que prefieres dejar la cerveza para otro momento, terminarán por no comprender que para ti resolver el destino de un personaje de ficción es un asunto que no puedes posponer. Y es lógico que no lo entiendan.

En la cultura anglosajona el individualismo es, de manera casi natural, entendido como una doctrina filosófica, o cuando menos, una posición frente a la vida que permite algún aislamiento colectivo para defender el desarrollo de las capacidades del individuo; en la cultura hispana, es entendido como simple egoísmo o incapacidad social.

A este mundo nos enfrentamos.

La corrección social no entiende estas distinciones, especialmente en este mundo moderno donde las normas las imponen las redes sociales llenas de influencers que no saben quién es Sócrates, pero pueden deletrear completa una letra de Tokischa o el lepórido molesto. Para ser aceptado, a veces de forma natural, tienes que cumplir ciertas obligaciones sociales, que no siempre son del gusto del que prefiere la abstracción creativa. Si quieres ser escritor, periodista, artista en general, tienes que ser creador en ese momento creativo, y los demás quieren que seas un modelo social el resto del tiempo.

Muchos se crean un espacio físico, no siempre adecuado, donde desfogar ese individualismo o momento de inspiración, donde ser uno mismo, donde dar rienda suelta a los problemas creativos, y después volver a la realidad donde ir al supermercado a poner algo en la nevera o pasear a los hijos por el parque.

Nos creamos ese espacio físico donde nos dé la impresión (o se la dé a los demás) de alejarnos de estas cuestiones creativas que a nadie importan. En ese espacio físico, buhardilla, habitación, torre de marfil, hay que ser insoportable, no en la vida social con familia y amigos.

La ironía de este conflicto, lo que no nadie nos dijo, es que los escritores, muchas veces, terminamos disfrutando esa soledad.

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