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En la serie The Affair, Noah Solloway, el escritor protagonista se enfrenta a Anton, un estudiante aventajado al que está ayudando a entrar a la universidad de Princeton. La polémica entre ambos es por cuestiones extraliterarias; o eso parece.
En un ejercicio de escritura creativa, Anton, el estudiante, utiliza aspectos de la vida real de su maestro Noah y éste se lo toma a mal. La conversación sigue fuera del taller cuando el escritor ya consagrado le recrimina su actitud al aprendiz:
-No puedes robar las vidas de la gente, Anton. No puedes usar a la gente para conseguir lo que quieres. Es un jodido comportamiento sociópata.
-Pensé que eso era ser escritor.
-Bueno, está claro que no tienes idea de lo que significa ser escritor.
-¿De verdad? Quieres decir que, Descenso, Alana, ¿no tratan sobre tu esposa muerta?[1]
Anton, el aprendiz, hace referencia a la novela Descenso y al personaje principal Alana donde el escritor Noah Solloway ha utilizado su propia vida como punto de partida para crear una historia que está siendo aclamada por público y gran parte de la crítica.
Aquí hay dos aspectos que se contraponen o al menos se deben ver en una balanza a la hora de hacer ficción: la legalidad y la ética. Y no hablo de ética en el sentido moral, sino de cierta razón filosófica sobre lo que se debe y lo que se puede.
No es recomendable para nadie llegar al extremo de Nancy Crampton-Brophy, autora de la novela How to Murder Your Husband (Cómo matar a tu marido) quien cumple prisión por haber descrito la realidad de su vida conyugal en este título tan poco sutil, pero sin dudas, es este uno de los debates más recurrentes de la creación literaria. Y tiene que ver con la materia prima de la que se nutren las novelas y relatos; en especial a lo referente a los personajes ficcionales y sus contrapartes reales.
Hay autores implacables, como Michel Houellebecq, que se buscan enemistades por doquier porque utilizan la realidad y los personajes de su entorno sin siquiera cambiar los nombres o cambiándolos muy poco, y existen otros más sutiles que hasta pueden negar sin rebotes haberse fijado en un molde real, por más que muchos juren apreciar en la ficción la copia en la realidad.
Quizás habría que aclarar aquellos que, sin tomar nada, ni a nadie concreto de la realidad, (al menos que se sepa) retratan un escenario tan verdadero que nadie cree que están contando una historia de ficción. Alguna vez he contado el estupor de Antonio Skármeta cuando le preguntaron acerca del personaje real sobre el que basó a su Ardiente Paciencia(hoy El cartero de Neruda), y muchos saben del proceso penal (sí, un juicio por publicar) al que fue sometido Gustave Flaubert por su Madame Bovary.
Suelo decir que, dentro del círculo que permite la ley, nada debería frenar a un escritor a contar lo que le venga en gana. Pero, de la misma forma, la actualidad nos obliga a veces a preguntarnos si lo que es legal también está permitido para hacer ficción.
The Affair, la serie, apenas plantea el problema; no se atreve a meterse en honduras legales ni éticas, pero coloca a Noah en el conflicto de negar para sí mismo lo que él aplica a otros como defensa de su profesión.
En la segunda temporada, Harry, el agente literario de Noah, le pregunta cuánto de su novela está basado en su propia vida y la respuesta del escritor no deja dudas: Es ficción, Harry. ¿Pero lo es siempre en realidad? Noah es un escritor ficticio, pero muchos escritores a los que hemos preguntado o leído, repiten algo que no debe ser olvidado: la realidad verdadera está ahí, es absurdo no emplearla para crear la realidad que existe en la ficción. Por más que a veces esta última sea más cruel y verdadera que aquella de la que viene.
Parece obvio que nadie puede escribir sin un basamento real. Hemingway en una entrevista ya célebre dijo: “Escribe sobre lo que conoces” y, si lo analizas, no parece existir otra forma de escribir. Aunque tu novela ocurra en Alfa Centauri en el siglo XXXIV no puedes despegarte de tu nacimiento, tu país, tu educación, tu entorno social o político para crear. Esta idea la expone el escritor Juan Gabriel Vázquez cuando comenta:
No creo que ningún novelista escriba si no tiene una relación difícil con su país, su momento, su familia o su visión del mundo, o con todo al mismo tiempo. Escribimos porque la realidad nos parece imperfecta, dolorosa, problemática o incomprensible. La escritura de ficción es un intento de remediarlo o de explorar por qué no sabemos lo que no sabemos, aunque no lleguemos a ninguna conclusión.[2]
Pero ya he hablado alguna vez de la paradoja que produce esta idea de escribir sobre lo que conoces. Muchas veces escribimos sobre un tema porque lo queremos percibir mejor, o porque nos conmueve y nos obliga a deslizarnos sobre él para intentar comprender los motivos del hecho o de sus personajes.
Quizás debemos asumir que en el arte concurren dos realidades, la verdadera, que existe más allá de nuestra voluntad, y la que creamos, en aras de comprender lo que se nos escapa de la primera. La duda entre lo que debería hacerse y lo que no para tomar la realidad como fuente de la ficción es un debate que no tiene límites claros, pero parece imposible evitar usar la realidad verdadera para explicar lo que creemos de ella desde la imaginación.
Es un debate nada sencillo porque escribir no es lo mismo para todos y porque no basta con tomar la realidad y montarla sobre un trozo de papel, tal y como la percibimos, para que ya exista la literatura de ficción. La agente literaria Kate McKean expresó que, para ella, con todo lo que es capaz de apreciar la buena literatura, escribir ficción es una tarea improbable.
Dijo McKean:
Escribir un libro es una maratón. Hay que entrenarse, practicar, comprender cuáles son los propios puntos fuertes y débiles, y trabajar mucho para superarlos. Se necesita ayuda, comentarios y apoyo, y hacerlo muchas veces antes de que se llegue a correr la mejor carrera. Escribir un libro que alguien quiera leer es correr la mejor maratón posible. Nadie lo hace de buenas a primeras, y pocos escritores tienen el aguante necesario sin un entrenamiento riguroso.[3]
Y sí, tiene ella razón, la ficción narrativa, esa que se escribe para entretener y explicar la realidad desde otros puntos de vista, parece existir para mucho tiempo, porque a veces, desde esa realidad imaginada, nos vemos reflejados, emocionados, conmovidos o escandalizados, porque al final, “los seres humanos somos narraciones», como también dice Rosa Montero.
[1] David Simon et al., The wire. Season 4 Season 4 (New York, New York]; Burbank, California: HBO Video; Distributed by Warner Home Video, 2010), Min 16:6 Chapter 10.
[2] Juan Gabriel Vásquez, Rita De Maeseneer, y Jasper Vervaeke, «“Escribimos porque la realidad nos parece imperfecta”», En: Revista Ciberletras: revista de crítica literaria y de cultura, ISSN-e 1523-1720, Nº. 23, 2010. https://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v23/demaeseneer.html
[3] Kate McKean, «No, you probably don’t have a book in you», The Outline, s. f., https://theoutline.com/post/5541/unconventional-wisdom-you-should-not-write-a-book