Sobre la irracionalidad de las opiniones

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«La mente humana es un procesador de historias, no un procesador lógico.»

Jonathan Haidt

 

¿Cómo concebimos y ordenamos nuestras opiniones? En una entrevista escuché a un periodista que explicaba la imposibilidad de defenderse con algo de coherencia contra ataques irracionales. Puse todos los sentidos ante su argumento.

Muchas veces, decía, no puedes contrargumentar con sensatez y racionalidad si la respuesta que recibes viene precedida por una tergiversación a tu argumento primero. Demasiada gente opina sobre lo que quiso entender y no sobre lo que realmente se expresa y, por consecuencia, responde sobre algo que nunca se dijo o adjudicando al otro segundas intenciones que nunca tuvo.

Me acordé de varias disensiones políticas que me expresaron cuando argumenté la calidad estética de la película Roma, de Alfonso Cuarón, cuando en mi argumentación jamás usé ningún argumento político para defenderla. ¿Por qué pasa esto?

La respuesta viene en La mente de los justos, un libro exquisito de la mano de Jonathan Haidt; texto de neurociencia que pretende responder de forma científica a la división de la sociedad, sobre la base de ausencia de juicio crítico, por sus ideas políticas y/o religiosas.

El ser humano, reconoce, Haidt, desde un punto de vista evolutivo, necesita la clasificación de las cosas; es decir, tener estamentos, gavetas, y explicaciones sencillas para todo lo que existe y lo nuevo que conoce. Los lugares comunes, la división arbitraria de las cosas, las reglas y las convenciones, ayudan al cerebro y al ser humano a poder dedicarse a las cosas que importan, sobrevivir; todo aquello que se sale de la norma, que no podemos explicar de primeras, que tiene algo que nos impide clasificarlo, provoca un aumento del consumo de energías que el cerebro tiende a evitar.

Esta primera lógica evolutiva nos condiciona a un resultado, que es a la vez, otra causa del porqué de la irracionalidad de las opiniones. Nuestra interpretación sobre lo que analizamos surge, no de una mente racional, sino de un impulso emocional. Si algo nos incomoda no lo analizamos de forma racional sino por esa primera impresión emocional derivada de clasificarlo, y luego nos inventamos razones para justificar nuestra opinión.

Somos criaturas profundamente intuitivas cuyos instintos impulsan nuestro razonamiento estratégico. Esto hace que sea difícil conectarse con aquellos que viven en otras matrices que a menudo se construyen en un subconjunto diferente de bases morales disponibles.

O dicho de otra manera:

…la moralidad une y ciega. Nos une a equipos ideológicos que luchan entre sí como si el destino del mundo dependiera de que nuestro lado ganara cada batalla. Nos ciega al hecho de que cada equipo está compuesto por buenas personas que tienen algo importante que decir.

Es realmente un desconsuelo. Demasiadas veces constato este hecho. Hay gente muy virtuosa que, a causa de colocar tabiques morales e ideológicos en su mente, o que analiza de forma prejuiciada hechos, personas y situaciones que no deberían verse con prejuicios, desaprovecha elementos importantes que podrían ayudarlos: escritoras que sólo leen a otras mujeres, hombres que solo leen a otros hombres o ambos que se cierran a consumir otros géneros literarios que no les sean afines, consumidores de cine que solo ven filmes que no afecten su estimable pero poco útil sentido moral, opinadores políticos que se niegan a escuchar ideas contrarias, profesores de idiomas que se recluyen en el coto cerrado de un acento y una cultura falsamente original, y así y así.

¿Significa esto que estamos obligados a ello? No, y es difícil hacer lo contrario porque cuesta salir de la zona de confort para confrontar lo que creemos y nos hace sentir bien con lo que nos obliga a la reflexión contraria o nos incomoda. Deberíamos, como seres racionales, tratar de entender, o cuando menos analizar, de forma desprejuiciada, aquello que nos enfada o se resiste a ser clasificado en las gavetas mentales y/o emocionales que tenemos.

Deberíamos −y tenemos la capacidad de hacerlo− ser capaces de dejar de lado nuestras ideas políticas, religiosas o morales, para tratar de ver el mundo como es en realidad y no como queremos que sea.

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