Lo cursi, ¿entre mariposas y corazones?

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blankA veces una simple frase dicha al azar te obliga a ejercitar las neuronas.

Escuchaba a Juan Manuel de Prada, mientras presentaba su novela Lucía en la noche. Dijo algo que guardo con cierto embeleso:

Al principio el escritor quiere epatar, quiere noquear al lector con una exhibición de su brillantez. Luego cambia, das importancia a otras cosas. Al final la literatura trata de conocer el alma humana, que haya personajes que nos conmuevan, con los que nos podamos identificar que remuevan cosas dentro de nosotros y que mientras estemos leyendo ese libro se hagan de nuestra familia. Que sobrellevemos su sufrimiento y nos alborocemos con su alegría.

Recordé el comentario de algún conocido sobre lo cursi de mi novela Una gota de agua sobre la roca. Era algo en lo que yo mismo no había caído, pero luego de pensarlo con detalle le tuve que dar la razón.

Soy un poco −o muy− cursi, para algunos probablemente demasiado, pero no es algo de lo que me sienta abochornado, porque en realidad lo que llamamos cursi viene de un registro de expresión de los sentimientos que no es igual para todos. Mi forma de expresión de las emociones no tiene por qué ser la de alguien con una historia vital diferente; y por tanto, la forma de consumir los sentimientos es también diferente.

Hoy en día podemos repasar cientos de clásicos de la literatura o el cine que serían cursis según la visión de un joven cuya formación venga de escritores contemporáneos, las sagas de superhéroes y fantasías de los 90’ y las series de Netflix y Hulu.

Desde el punto de vista de Aristóteles, Shakespeare, Cervantes, Flaubert o cualquier escritor contemporáneo los sentimientos revestirían cierta unidad sociohistórica. Nos enamoramos en el siglo XXI con la misma irracionalidad o sensatez que en la Atenas de Pericles, hacemos las mismas tonterías o decimos idénticas frases con iguales afectaciones emocionales, pero si la forma de transmitirlas en la vida real no nos condiciona del todo; en el arte no es siempre así.

Los sentimientos no han cambiado, pero el registro de expresión y consumo de estos sentimientos sí. El receptor de cine, literatura o teatro contemporáneo rara vez se toma el trabajo de ponerse en situaciones que no corresponden a su tiempo, o su situación emocional, lo que lleva a que lo tierno o sentimental sea aprecie como cursi.

Decir una frase sentimental o tierna puede ser cursi o la expresión de todo lo contrario −que puede ir desde la contradicción o el terror− según el contexto en que se dice y la agudeza conque el receptor la entienda. “Me gustas tanto” podría ser cursi si un amante se la dice a otro con un beso luego de regalar una rosa, pero si la frase se dice mientras están bocabajo en un accidente de coche o luego de que uno de los dos haya asesinado al otro, la expresión puede adquirir otro tono.

La frase de Juan Manuel de Prada me hizo viajar en tiempo y espacio. Mi formación como escritor se dio en un medio dividido entre dos formas de escribir: una técnica y otra visceral. En mi ciudad los escritores estaban divididos en estos dos grandes grupos que lo copaban todo. O eras un escritor experto en técnicas literarias o eras un escritor menos cerebral y más emocional.

Yo era muy técnico, aprendí a fuerza de lecturas y repetición que había que escribir la novela epatante que compitiera con Joyce o Proust, pero nunca con Laura Esquivel o Marcial Lafuente.

Mientras vivía y me formaba en España aprendí que no había contradicción en las formas de escribir. El aprendizaje de la tolerancia y la formación con otras lecturas que no se encuentran en una biblioteca cubana debido a la censura, me dieron la pauta de que tenía que escribir, sí, conociendo bien las técnicas literarias, pero guiado por mis entrañas, mis emociones, aquello que me arrancaba una lágrima, un enfado o una sonrisa, y algo menos cerebral.

Abogo por la sencillez, que no quiere decir la simpleza. Para el registro ficcional que busco hay que pretender una escritura cuidada y bien forjada, con personajes complejos y una prosa que obligue a la reflexión más allá del disfrute, pero de la misma forma, sencilla y sin alaracas intelectuales. Si debido esta forma de escribir el registro emocional de los que me leen los lleva a considerarme cursi, será porque lo soy. Pero no pretendo escribir de otra manera, y si lo hiciese (que podría) sería forzar algo de la sutileza emocional que llevo dentro.

Decía Ramón Gómez de la Serna que “la redundancia de lo cursi es lo que mata”. Porque lo verdaderamente paralizante de la creatividad no es el uso sino el abuso de lo cursi, su repetición que lo lleva de lo sensitivo a lo sensiblero. Como él me gustaría tener una habitación cursi donde esté a resguardo de la muerte.

Tengo una mente compleja, o eso creo. Mi instinto para la creatividad, sea como lector o como escritor, es como una ciudad de noche, iluminada por doquier y atravesada por cientos de voces y miradas legítimas que no siempre se cruzan entre sí. Mi forma de transmitir ese mundo enmarañado se somete a un orden sencillo, el orden de las palabras. Hacerlas complejas no ayuda a transmitir ese caos.

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