En 2006, en Cuba, intentaba que una mujer me diera un servicio al que previamente había que inscribirse con un documento de identidad. Al darle mi pasaporte, puso cara de asco y, de forma tajante, me dijo que no podía hacerlo. Tras varios intentos de argumentar de forma razonable el absurdo de no aceptar un pasaporte como documento de identidad, un cubano ajeno al tema intervino para decirme: “es que tú ya no eres cubano”.
La frase me dejó pasmado, desconcertado como un ratón en casa de jirafas. Intentaba comprender si era una forma irónica de quejarse del gobierno, o de darme la razón sin hacerlo explícito o qué se yo cuántas cosas pensé; pero su argumento era literalmente lo que quería decir: yo no era cubano, yo no tenía derecho a ser cubano, por tener la osadía de establecer mi residencia fuera de Cuba.
Un amigo, al cual no he consultado si puedo decir en público su nombre en este contexto, me dijo que el gran problema para la existencia del castrismo por muchos años es que los cubanos tenemos un pequeño dictadorcito dentro. La experiencia histórica ya le daba la razón. Existe cierto funcionamiento instintivo dentro de la sociedad cubana que trabaja sin necesidad de represión directa y que tiene que ver con actitudes innatas de ese pequeño dictador que existe dentro de cada uno.
Una de las preguntas más incómodas de responder por parte de un cubano es: ¿por qué en Cuba no se ven cargas masivas de la policía dando palos a la gente? Esto ha cambiado algo con el acceso de los cubanos a Internet, pero sigue siendo llamativo que se vean casos concretos y no cargas masivas contra una manifestación como se ven en otros países.
La respuesta es obvia y tiene una respuesta sencilla: no existe libertad de manifestación al margen del Estado, pero es más compleja porque, cuando unos pocos intentan hacer uso de ese derecho, hay otros cubanos (a veces policías vestidos de civil, aunque eso es harina de otro costal) que reprimen a los que se atreven a ejercerlo. ¿Por qué?
Por el pequeño dictador que lleva cada cubano dentro, un totalitario impregnado del que es difícil desprenderse. La represión de baja intensidad del estado cubano funciona de forma tan eficaz y lo ha hecho durante tanto tiempo que sólo se necesita manejar ciertos hilos para hacer enfrentar a unos cubanos contra otros e intervenir si fuera necesario para reprimir casos concretos o justificar a los que, por exceso de fanatismo al sistema, pasan del ataque verbal al ataque físico.
El cubano que aún vive en Cuba se enfrenta a diario con la supervivencia al límite y que depende de un cargo o puesto de trabajo que defender, un acceso limitado a la información y una capacidad desmedida del estado para hacerle llegar el mensaje que quiere, dado que no existen otros mensajes posibles. Y los otros mensajes posibles son independientes, furtivos, escasos, y rápidamente fustigados y acallados.
Por eso verás artistas, alguna vez disidentes, que hoy en día son los mayores defensores del sistema, cuando por decoro deberían al menos medir con tacto sus alabanzas; por eso tendrás que la respuesta a toda disidencia, incluso la más nimia y dentro de los parámetros impuestos por el propio sistema, se hace atacando al mensajero, no al argumento que expresa, y comprenderás que un documento que justifica el fusilamiento de personas (¿importa que sean delincuentes o no?) sea firmado por gente que dice defender la libertad y los aspectos fundamentales de la vida humana.
Los cubanos hemos estado tanto tiempo alejados de la realidad, inmersos en una burbuja socio-política que lo invade todo, estamos tan mal acostumbrados a asentir sin polemizar que cuando no nos dan la razón sacamos al pequeño Castrito que todos tenemos dentro y empezamos a atacar al otro con ser imperialista y pagado por la CIA, o cuando menos que sólo sigue medios informativos pagados por ellos.
Si duele ver a un amigo en Cuba defender a la dictadura a capa y espada, y con consignas aprendidas, cuando en privado te cuentan (o te contaron alguna vez) la verdad de lo que creen del sistema, escuece encontrar cubanos exiliados, libres de la mano represora del estado, con suficiente información para contrastar, que aun sueltan las mismas consignas aprendidas cuando alguien expresa una opinión diferente sobre cualquier tema.
Porque esta forma de proceder ha dejado ser sólo política y ya es social, incluso en los cubanos que salimos de Cuba, que muchas veces tenemos que desaprender instintos para dejar de tener al pequeño dictador diciendo lo que debemos y no debemos hacer o pensar. Y cuando ya lo incorporas, después tienes que aprender a no prestar atención al ruido que crean los que aún lo hacen.
Estos cubanos que lo saben todo, que tienen la solución para acabar contra la pobreza en el mundo hasta para el calentamiento global, repiten el mismo patrón frente a una opinión contraria. Saltan a decirte que sigues información tergiversada, que no sabes porque no vives el tema, que eres un impostor por opinar sin saber o te acusan de falta de sentido común, porque el único sentido común válido es el que ellos poseen.
Vamos a verlo desde otra calle, es como si te dijeran que ellos tienen la información verdadera, que ellos sí saben porque son testigos de primera mano, y que ellos tienen el verdadero sentido común que les falta hasta a los más grandes especialistas sobre un tema. Y luego cuando los lees o los escuchas hablar te sueltan las mismas consignas del dedo acusador que aprendieron en su barrio de Cuba.
No tenemos solución, y si la tenemos, soy pesimista.