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Este texto es producto de una reflexión a partir de los comentarios de la filóloga Judith González Ferrán, asesora lingüística en la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA), en la que además se encarga de la estrategia y definición web.
En el programa Por fin no es lunes, de Onda Cero Radio, del 25/11/2023 comentó como mientras hablamos estamos formando parte de una de las maravillas del mundo natural. Todos pertenecemos a una especie dotada de una increíble capacidad, la de poder crear ideas en el cerebro de los demás y hasta de hacerlo con una precisión quirúrgica.
Con solo emitir por la boca estos ruiditos que hemos convenido en llamar palabras, logramos conectar con el cerebro de otras personas. Esta increíble capacidad es el don del lenguaje, algo que hacemos con tanta naturalidad que olvidamos lo brutalmente asombroso que es.
Por eso, no hablaremos ni del español, ni siquiera de las lenguas, hablemos de la capacidad que subyace a todas las lenguas; del lenguaje en sí. Y esto de manera inevitable, nos hace recordar el relato más conocido, aunque no por ello el más correcto, sobre el origen de los idiomas.
Del mito de la torre de Babel siempre hemos extraído, de manera clásica, una moraleja sobre la soberbia: los hombres quisieron construir una torre que llegara al cielo hasta una altura que no estaba destinada a los mortales. Pero en una lectura más filológica de esa historia a Yahweh no le preocupaba ni la torre, ni su altura, lo que hacía que se sintiera amenazado, quizás, fue esa lengua única con la que los hombres podían lograr todo lo que se propusieran.
El Dios creador y todopoderoso del Génesis, no tendría problemas para derrumbar cuantas torres se construyeran con un leve soplido, pero fijaros en que Dios, en esa historia, no toca la torre. Lo que la hace es confundir las lenguas. Así pues, este mito refleja a la perfección la potencia de la capacidad del lenguaje humano, y es que más allá de la Biblia, en cualquier Historia Natural de nuestra especie, el lenguaje siempre figura como uno de nuestros rasgos más prominentes.
Y está tan íntimamente entrelazado con nuestra experiencia, con la experiencia humana, que cuesta separarse de ello para apreciarlo. Nos es casi imposible imaginar la vida sin esta facultad que poseemos.
Si enfocamos a dos personas que estén juntas en cualquier rincón del planeta lo más probable es que estén hablando. Incluso, cuando estamos solos hablamos con nosotros mismos, hablamos con el perro, hablamos con el ficus que tenemos en la esquina del salón. Es uno de nuestros rasgos más fascinantes, pero pensamos poco en ello y, además, cuando lo hacemos, reducimos demasiado su jerarquía.
Creemos que se trata solo de hablar y de escribir bien, y con eso enfocamos una parte ínfima del asunto: los modos y las maneras que ahora se consideran correctos en un determinado momento en una lengua en concreto. Pero hay más.
Como el colegio nos enseña a leer y a escribir damos por sentado que las lenguas se aprenden y que son parte de la cultura y de los estudios humanísticos. Nos acostumbran a hablar de Lengua, como el “Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura.” y no a reflexionar sobre el Lenguaje, es decir “Facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de otros sistemas de signos”.
Pero hay que darse cuenta de que las lenguas son un accidente y el lenguaje una obra maestra de la ingeniería de la naturaleza.
El español, el inglés, el chino, todas las lenguas que conocemos cambiarán, son un accidente; mientras que la capacidad del lenguaje es la constante, y esta constante es una habilidad muy compleja que tiene la maquinaria biológica de nuestro cerebro y que de niños desarrollamos espontáneamente.
Los niños empiezan a hablar sin un esfuerzo consciente, sin tener que estudiar, sin ninguna instrucción formal antes de ir a clase. Es cierto que desde que nacen, por lo general, los niños escuchan a sus padres hablar y que tendemos a ampliar con ello esa lengua simplificada que a veces se denomina Maternés, hecha con vocablos como guagua, ajo, tata, nene; ese tipo de expresiones. Pero la ciencia cognitiva considera hoy que, si en nuestro cerebro no tuviéramos ya al nacer esa capacidad que es el “Don del lenguaje”, difícilmente íbamos a acabar por comprender y emplear toda la complejidad de la gramática de una lengua a base de oír lecciones como ajo.
Para muchos autores lo que hay detrás es algo más, es una especie de instinto de hablar y de entender. Y usamos la palabra “instinto” con total intención, y además en el sentido más animal del término, y como la usan autores como Steven Pinker, que es un lingüista de la Universidad de Harvard, quien considera que las personas acabamos por hablar igual que las arañas acaban por tejer sus telas, porque es parte de nuestro patrimonio biológico. De otra forma, sería imposible explicar lo rápido que los niños se desenvuelven con su lengua materna.
El uso que los niños hacen del lenguaje demuestra que saben cosas que nadie les ha podido enseñar. Por ejemplo, las analogías que a veces crean, las palabras que se inventan, prueban que en su cabeza las leyes de la morfología tienen sentido mucho antes de que ningún niño sepa lo que es la morfología.
La argumentación más conocida de este instinto innato del lenguaje no es la de Pinker, sino la de Noam Chomsky. Para quienes no le situéis, es un filósofo y pensador. De hecho, según el New York Times es el pensador contemporáneo más famoso, y también es un politólogo bastante crítico con las políticas de Estados Unidos.
Chomsky es uno de los mejores gramáticos que hay de hebreo, uno de los lingüistas más famosos del siglo XX, y el primero, además, que desveló esta complejidad de la facultad del lenguaje de la que hablamos.
Antes de Chomsky, un poquito en ese contexto y en ese momento, los acercamientos que había a la facultad del lenguaje estaban dominados por la psicología conductista, y en ella todo se explicaba al final por estímulos y respuestas. Chomsky fue el primero que postuló que este marco teórico era insuficiente y propuso la existencia de una gramática universal, –así la llamó él– una serie de principios que subyacen a todas las lenguas que son innatos a la condición humana, y en los que descansa nuestra capacidad del lenguaje; una especie de gramática mental que nos permite construir y entender las infinitas oraciones posibles en una lengua y hacerlo bien, aunque no tengamos ningún conocimiento teórico sobre esa lengua.
Desde entonces, desde estos trabajos suyos, las ciencias cognitivas han seguido trabajando por ese camino que él desbrozó. Pero en el momento en el que lo dijo por primera vez, esto levantó muchísimas ampollas porque iba de lleno contra todo el modelo estándar que imperaba en las Ciencias Sociales.
Él creó, además, lo que se llama Gramática Generativa, que es un marco teórico (en su momento nuevo) que puso la sintaxis en el centro de los estudios de Lingüística. Es profesor de lingüística del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y es uno de los diez autores más citados en Humanidades. Para que os hagáis una idea, a Chomsky se le ha citado más que a Cicerón, aunque un poquito menos que a Aristóteles o a Platón. Pero, claro Aristóteles nació allá por el 384 antes de Cristo y Noam Chomsky en 1928.
Aportamos estos datos sobre Chomsky porque es bueno conocer y reconocer las aportaciones de los lingüistas al conocimiento general humano y, tal vez es algo que hacemos poco.
Resumiendo, muchas veces nos asombran las curiosidades de una lengua o nos encanta que nos cuenten etimologías raras y sorprendentes, y no está mal, por supuesto, pero es infinitamente más fascinante toda la riqueza y la maquinaria mental que cualquiera de nosotros pone en marcha en su conversación más sencilla y cotidiana. Y si podemos hacer eso es, sobre todo, gracias al lenguaje.
Además, para ver increíblemente multiplicada esta capacidad podemos sumarle al habla, la escritura y la lectura, y entonces ya con este trío podemos salvar todos los obstáculos del espacio, del tiempo, e incluso hasta de nuestro mutuo desconocimiento.