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Cuando en clases de literatura me suelen preguntar temas para escribir una novela soy poco dado a dar respuestas concretas. Escribir ficción implica la conjunción de varias circunstancias entre las cuales, una de las más llamativas es que, como dice Mario Vargas Llosa, los temas son los que te eligen a ti.
Pero muy pocos aceptan que les des un no -o una duda- por respuesta, así que lo que hago es darles una tarea: crea un personaje creíble y dale una obsesión. La propia necesidad de llenar esa obsesión del personaje y crearle obstáculos para evitarle conseguirla, te hará llenar folios. Esto, que volveremos a hablarlo con la novela Frankenstein, es la base de Moby Dick, la novela de Herman Melville.
Pero no nos equivoquemos. La novela Moby Dick pertenece a esa categoría de libros cuyo tema y popularidad desbordan tanto el texto escrito, que muchos creen que conocen su historia sin haber abierto el libro. Y se equivocan. Diré apenas una frase y volveré sobre ella más adelante: si se hiciera una encuesta entre gente de amplia cultura literaria, que sabe de estructuras y técnicas narrativas, sobre cuál consideran que sería la novela más integral y completa jamás escrita, es probable que Moby Dick quede entre las tres primeras, si es que no gana en la lidia.
¿Qué cuenta Moby Dick?
La historia, explicada en una sinopsis, y que probablemente ya conozcas, es bastante simple. Cuenta la búsqueda de una venganza, la de Ahab, capitán del ballenero Pequod, para vengarse de la ballena albina Moby Dick, que en un viaje anterior destruyó el barco de Acab y cortó su pierna por la rodilla. Pero cómo siempre digo, en una historia de ficción, y en no pocos textos de no ficción, lo que importa no es tanto lo que se cuenta, como la forma en la que se cuenta.
Para saber cómo nació Moby Dick hay que conocer la existencia, en la realidad, de un barco estadounidense que se llamó Essex y que naufragó en 1820. Según cuenta la historia, este barco se hundió y los sobrevivientes, en tres botes en medio del Pacífico no lograron sobrevivir a los rigores del mar y el conflicto de enfrentarse a una larga travesía hacia tierra firme o, en su contrario, a los caníbales de unas islas cercanas.
Los ocho hombres que lograron sobrevivir al largo trayecto tras 80 días en altamar contaron que el Essex había sido hundido por una ballena gigante y dos de ellos Owen Chase y Thomas Nickerson, ya en tierra, contaron la historia en dos relatos: Chase lo publicó a sólo unos meses de su terrible travesía marítima y Nickerson lo escribió 50 años más tarde y tan sólo fue descubierto, por casualidad, en un ático 80 años después de su muerte.
El texto de Owen Chase fue leído por un joven Herman Melville, que tuvo la suerte, mientras él mismo viajaba en un barco ballenero, de entrevistarse con el hijo del autor, quien le refrendó la historia vivida por su padre en el barco y le dio más detalles que su padre le había revelado.
Tomó Melville la historia real del Essex y otra, igual de verdadera, que contaban los marineros sobre una ballena, Mocha Dick, un cachalote albino avistado cerca de la isla Mocha, en el sur de Chile y que nada tuvo que ver con el Essex. El autor simplemente unió los dos hechos y su curiosidad y ganas de imaginar parieron Moby Dick, una de las novelas más inevitables de la literatura.
¿Por qué recomendamos con tanto entusiasmo la lectura de Moby Dick?
El primer motivo es para romper el círculo vicioso, que ya mencioné antes con Drácula, de creer que se conoce una obra literaria por haber oído un podcast sobre ella, haber visto algunas de sus versiones en el cine o haber leído una adaptación en cómic. Pero, después debemos asumir que una novela como la escrita por Melville es valiosa no sólo por lo que cuenta sino por la forma en la que lo hace.
Para seguir por lo general, Moby Dickes capaz de aportarnos referencias, información y estudios de temas tan diversos como la biología, las ideologías y los ideales contra el pragmatismo, los procesos y niveles de jerarquía, la obsesión humana, los entresijos políticos, el racismo, la religión, la venganza, la economía en el siglo XIX y el papel de la industria ballenera en ella y un largo etcétera que no abarcaremos en este texto.
Y ya, siendo más concretos, todo este caudal de información y erudita cultura humana es transmitido a través de un lenguaje rico, variado y sencillo, que incluye fragmentos extraordinarios de narrativa científica, monólogos directos e indirectos, diálogos teatrales, reflexiones filosóficas, ironía, épica, y tonos muy eficaces de tragedia y de comedia.
Mucho se comenta de la frase inicial del narrador “Call me Ishmael” en inglés, y que se ha traducido al español a veces como “Llamadme Ismael” y otras veces como “Pueden ustedes llamarme Ismael” y que se ha convertido en una de las citas más conocidas de la literatura en lengua inglesa. Siento algo de antipatía por repetir argumentos, pero es que esa simple referencia determina de tal forma la narración, que no quiero evitar el ingenio literario que conlleva.
Desde el punto de vista narrativo, al decir “Llamadme Ismael” invitan al lector a una relación cercana y personal con el narrador, creando una sensación de familiaridad y confianza. Además, la elección de palabras sencillas y la estructura del párrafo que sigue, sugieren un narrador que es accesible, directo y sencillo y, por último, y no menos importante, despierta nuestra curiosidad: ¿Quién es Ismael? ¿Por qué quiere que lo llamemos así? ¿Por qué no usar su nombre real? ¿Hay algo que ocultar? Esta enigmática apertura incita al lector a continuar leyendo para descubrir más sobre el personaje y su historia.
Otro de los apartados más llamativos de Moby Dick y que trato en el ensayo, Cómo escribir ficción. Aprendiendo con el cine, está en su ingenioso tratamiento del olor. En la novela más que describir, se siente el olor en sus ingeniosos símiles nasales. Pongo algún ejemplo.
…una ballena que ha muerto en el mar sin ser atacada, y ha quedado así a flote como cadáver sin dueño. Ya se puede imaginar qué desagradable olor debe exhalar semejante masa, peor que una ciudad asiría en la epidemia, cuando los vivos no son capaces de enterrar a los fallecidos.[1]
Y más:
…al abrir la sentina y descargar uno de esos cementerios de ballenas, en el muelle de Groenlandia, se exhala un olor semejante al que surge cuando se excava un viejo cementerio urbano para poner los cimientos de un hospital de maternidad.[2]
Y esta genialidad descriptiva:
Yo digo que el movimiento de la cola de un cachalote por encima de la superficie produce un perfume como cuando una dama almizclada agita su vestido en un tibio salón.[3]
Mucho se habla del simbolismo en Moby Dick. Obviemos todo eso, dado que cada lector hará su propia interpretación y asimilación del texto que lee. Pero sí hagamos una simple referencia a lo que brevemente reseñé al comienzo. La obsesión del capitán Ahab, es difícil interpretarla como una simple venganza. Las obsesiones son una fuerza motivadora de gran fortaleza para la literatura. Si creas un personaje medianamente atractivo, le confieres una obsesión lo suficiente poderosa y le creas los obstáculos adecuados para que sea difícil conseguir su objetivo, llenarás páginas y páginas que podrían emocionar a más de un lector.
Esto sucede con el capitán Ahab que, de tan obsesivo, tan vengativo y con tantas ganas pone en conseguirlo que quiere, no podemos evitar que nuestra mente intente buscar más allá de una simple ballena, las causas y el objetivo de semejante obsesión. Algo más allá de un cetáceo mueve semejante ofuscación y a la vez, nos obliga a reflexionar sobre todas las obsesiones posibles en todos los seres humanos.
Para concluir, y regresando a lo que comenté al principio sobre la grandeza y la integralidad de Moby Dick, el novelista D. H. Lawrence, la definió como “uno de los libros más extraños y maravillosos del mundo” y “el libro más grande del mar jamás escrito”. Pero este reconocimiento le llegó tarde y luego de mucho tiempo, porque fue un fracaso de ventas, en el momento de su publicación, y la mofa de muchos de los críticos de su época.
En 2019 se cumplieron 200 años del nacimiento de Herman Melville, y ya entonces recordé que un crítico, en la revista británica Athenaeum, en 1851, dijo de Moby Dick que era:
Una mezcla mal compuesta de imaginación y realidad. Mr. Melville sólo tiene que agradecérselo a sí mismo si el lector aparta conjuntamente sus errores y heroicidades, como ocurre con tantísima basura perteneciente a la peor literatura de la confusión. Más que incapaz de aprender, parece desdeñoso con lo que signifique aprendizaje del arte de escribir.[4]
Si hoy nombramos al crítico posiblemente no sepamos quién es; Melville y, especialmente, Moby Dick, siguen siendo eternos.
[1] Herman Melville, Moby Dick., trad. José María Valverde (Almería, España: Ediciones Perdidas, 2010), 555.
[2] Ibid., 564.
[3] Ibid., 565.
[4] Alfonso Calderón. «El vicio de escribir», en: Mapocho, Revista de humanidades. N.86/2do Semestre de 2019. Ediciones Biblioteca Nacional. Chile, 2019. Pág. 50-51