Amor es tocar a dúo, ¿y qué más?

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Estructurar y concebir una novela que gire en torno al amor es una de las tareas más difíciles para un escritor. El amor, cuando se vive, tiene el poderío de llevarnos a sitios inexplorados, de darnos la fuerza de cien gigantes, de ver un futuro de alegrías y grandes metas por alcanzar; de la misma manera que el desamor nos lleva a la peor de los estados mentales posibles, consume todas nuestras fuerzas y nos roba las ilusiones por devenir.

¿Cómo expresar esta dicotomía entre autoridad y obediencia, entre querer y no poder, entre una reflexión luminosa y la más absoluta oscuridad sin caer en tópicos?

Cada novela que podamos presentar como ejemplo de buena o mala literatura sobre este sentimiento desde La odisea hasta Romance de la niña mala conlleva lo mejor y lo peor de estructurar una ficción sobre algo que todos podemos sentir con un ímpetu extraordinario y escasamente podemos definir con palabras.

En medio de los toques finales de mi novela Un chelo bajo dos lunas aún sentía los sudores de incertidumbre al haber definido personajes que parecieran humanos y, por ende, son contradictorios, de haber creado situaciones de armonía y desencuentro entre dos personajes que se aman, de haber dejado que varias artes, desde la música hasta los libros unan y desunan a los protagonistas.

No he escrito una novela sobre la música ni sobre la literatura, pero la música y la ficción invade cada capítulo. Y sigo reflexionando sobre la verosimilitud de tal o cual capítulo, dudando de mi capacidad para estar en la mente de una mujer mientras tiene sexo, de haber logrado llevar al lector los puntos de concurrencia y desencuentro por detalles sin importancia.

Y sobre todo sigo reflexionando sobre el amor, en esa dificultad de expresar con palabras algo que el ser humano lleva en el fondo de su alma o en la bioquímica de su cerebro. ¿Cómo definir y tratar de revelar con hechos inventados un sentimiento que se resiste a las recetas, incluso en la realidad?

En algún sitio leí que amar es tocar a dúo, y es cierto que algo de caminar juntos existe en querer estar con el otro, algo de componer juntos una sinfonía que tiene principios, pero jamás reglas claras.

Un estudio científico (más estadístico que lo otro) de la universidad de la Florida hizo un seguimiento a varias parejas durante cuatro años desde el matrimonio y llegaron a la conclusión de que aquellos unidos por un amor más fuerte no tenían idea del porqué los unía al otro más allá de un sentimiento positivo que no podían expresar con racionalidad. Lo más curioso del estudio es que aquellos que podían explicarlo desde cierta lógica no duraban demasiado.

No saber por qué se está con la otra persona y a la vez no concebir la vida de otra manera, es una forma de entender el amor. Y si tocar a dúo es importante para llevar el milagro de seguir juntos a pesar de ser dos diferentes en cada etapa de la vida, nunca se debe olvidar que tampoco deben molestar los solos. Los solos son las ejecuciones que permiten mantener el espacio, la personalidad de cada uno y la barrera que, de cuando en cuando, levantamos para evitar que nos intenten cambiar.

Y luego de haber escrito una novela sobre el amor, haber investigado sobre las claves biológico-racionales y sentimentales que lo mueven, de haber vivido yo mismo con intensidad varios amores correspondidos o no, consumados o no, platónicos o concretos, sigo sin comprender muy bien qué une a dos personas más allá de las cosas que apreciamos. Quizás eso es el amor. Querer y no saber por qué.

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