Perdón y reinserción. El sistema penal de casi cualquier país normal tiene previsto que luego del cumplimiento de una condena exista la forma de que el reo vuelva a la vida normal. ¿Pero es tan simple? ¿Estamos preparados para ello? ¿Cómo personas estamos dispuestos a abrir las manos a quien se saltó la ley en el pasado?
Respuestas a estas preguntas las he encontrado en la británica Boy A, una de las películas más inquietantes que he visto entre el año pasado y lo que va de este. De argumento pausado, que nos obliga a prestar atención porque en una frase mínima de un diálogo se nos puede escapar información importante que ayuda a desvelar el desenlace.
Basada en la novela del mismo nombre, y con ciertas veladas referencias a Crimen y Castigo –aunque de otra forma porque aquí no es la culpa quien lleva la voz cantante sino la reinserción– navegamos por parte de la vida de Jack, una vida contradictoria, asumida como parte de una culpa del pasado. Un pasado oscuro del que intenta escapar, pero que está siempre en cada paso, cada decisión, en los más mínimos detalles de la vida presente que brinda importantes argumentos sobre la conducta humana y la búsqueda de la felicidad interior.
Con una caracterización de los personajes impecable, en especial ha sido todo un acierto la forma en que Andrew Garfield se ha metido bajo la piel de Jack, un joven tímido y atractivo del que, como ya pasaba con Raskolnikov, es difícil imaginar algo negativo.
Su contrapartida está en el actor Peter Mullan, que se convierte en el pepito grillo de esta historia, la conciencia activa de Jack, aquella mano ajena que nos alienta a ser mejores aunque sin dejar de ser humanos.
El director John Crowley nos propone una mirada interior, un vistazo a nuestra capacidad para la tolerancia, incluso para aquellos que pretendemos practicarla a toda costa. Porque la tolerancia es algo más que palabras, es algo más que pregonar nuestra capacidad para entender, es asimilar lo extraño, por más que nos disguste, sin luego intentar reprimirlo.
Y es sobre todo una invitación a preguntarnos si en realidad existe la salvación en este mundo, si de verdad podemos presumir de una sociedad preparada para recibirnos si nos equivocamos y también, ¿por qué no?, si estamos obligados a vivir en el pasado, si nuestra vida anterior, sea la que sea, nos define y nos obliga a ser hoy los mismos que antes; si el pasado necesariamente determina nuestra actitud presente. Yo creo que no, pero esta película nos obliga a replantearnos algunas dudas.