«El perfume» y «Crimen y Castigo». El genio orientado a la maldad

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He vuelto a leer la novela de Patrick Süskind, El perfume. No había vuelto sobre ella desde los 22 años. Estudiaba entonces en la universidad, y este libro era la novedad, el nuevo best seller que, como otros tantos que no tuvieran críticas al comunismo, se publicaba en Cuba sin el permiso del autor o editor. Era un libro barato, con una encuadernación muy mala y una portada en colores mates y sucios. Pero obtener un libro entonces, por muy malo que fuera su encuadernación, era un triunfo. Recuerdo las largas colas en la ferias del libro, sentados en el suelo, hablando con otros románticos como yo, que creíamos en el mejoramiento del socialismo y la lucha por un mundo mejor; estábamos pasando hambre y sueño con la intención de llevarnos El nombre de la rosao El libro de los abrazos, además de El perfume.

Esta edición que he leído recién es mucha más bonita, saturada de colores brillantes y probablemente mejor traducida, pero no me provoca esa ilusión de haber obtenido el paraíso. Fui a una librería, saqué de la billetera unos pocos euros ganados como teleoperador y llevarme una bolsa de El Corte Inglés o La casa del Libro con mi trofeo: ¡demasiado fácil! Sin embargo la lectura, con casi el doble de edad que entonces, ha sido más fructífera. En su momento era la supuesta novedad de una novela policial narrada desde el punto de vista del asesino, aunque tampoco era una novedad del todo. Dostoievski ya lo había hecho en Crimen y Castigo, aunque yo no lo sabía. A muchos de los que sí lo sabían se les ha ocurrido comparar ambos asesinos, cuando la realidad es que no se parecen tanto como a primera vista parece. Grenouille y Raskolnikov tienen, es evidente, alguna semejanza; necesitan ser aceptados por un mundo que consideran superior pero alcanzable, sus objetivos se orientan, por los medios que sean necesarios, para encajar en un mundo ajeno a sus orígenes. Sin embargo, Grenouille, el asesino de El perfume, es un hombre que tuvo una niñez ruda, cruel, cargada de duras pruebas para poder salir adelante y no morir en el camino. Raskolnikov tuvo una infancia menos agresiva, aunque parecida en pobreza. Pero más que nada, son dos asesinos que encarnan diferentes posturas ante su macabra labor.

El narrador de El perfume se encarga desde el inicio de darnos pautas de su poca admiración por el ser al que va a presentarnos: lo califica de abominable y nos presenta sus crímenes bajo la luz de un distanciamiento frío que acrecientan su carácter despiadado y premeditado. Como lectores podríamos entender el destino al que se aboca Grenouille por las duras pruebas que el resto de los seres humanos le hicieron pasar y de los cuales, quiere, y termina por vengarse pero, sus crímenes nos llenan de odio hacia él. De la misma forma, los crímenes de Grenouille son parte intrínseca de su vida, no cree que haga nada malvado o insólito. Mata porque lo necesita para conseguir su fragancia, las víctimas no están dispuestas a pasar por el proceso por el que Grenouille consigue su objetivo sin matarlas, así que ejecuta su acto criminal con la frialdad con que nos sentamos a comer un helado, como parte de un acto normal para él.blank

Raskolnikov es, por el contrario, un personaje entrañable. Es imposible odiarlo cuando conocemos cómo hace todo por mantener a su familia. Podemos, eso sí, recriminarlo por haber asesinado a dos ancianas, pero su motivo, si bien no lo justifica, nos lo hace más humano, nos cuesta mucho como lectores tomar parte en su crimen, pero a la vez deseamos que la policía no lo atrape. Pero además Raskolnikov es un asesino casual, bien es cierto que su asesinato es premeditado, pero es un asesino casual. Cree, como Grenouille, que su capacidad y talento están por encima de la sociedad, pero al matar a la vieja usurera y su hermana es consciente de romper las barreras morales de su tiempo, y la culpa en la que su sumerge al ser consciente de ello, lo corroe hasta entregarse por sí sólo ante la policía. Esa culpa por su crimen lo hace mucho más humano que el extraño protagonista de El perfume.

Sí es interesante en ambos libros la reflexión que queda luego de su lectura. ¿En qué momento justo, o por qué motivos, un talento se desvía hacia la maldad? ¿No es curioso?

Recordemos, por ejemplo, al joven Adolf Hitler que fue rechazado por dos veces en la Academia de Bellas Artes de Viena durante la primera mitad del siglo XX, con varios cuadros bastante infantiles y poco trabajados. Su talento, que evidentemente no era para el arte, lo volcó en los discursos políticos y las arengas públicas, dando origen a un movimiento popular que se llamó fascismo; el sistema, que junto al comunismo, ha aportado más víctimas inocentes en la historia de la humanidad.

Fidel Castro, ¿habría sido el mismo ególatra mesiánico y manipulador si hubiera nacido en el seno de una familia donde no se sintiera bastardo, o si no hubiera estudiado en la universidad, o si hubiese sido un abogado competente? No lo sé, seguramente la historia habría ido por otros derroteros, o quizá hubiera aparecido otro dictador cubano con las mismas ansias de poder.

Muchos de los asesinos múltiples –donde incluyo los dictadores– tienen en común una visión del mundo como su campo de acción y el resto de los seres humanos, peones de su juego. Estos psicópatas tienen una fantasía que va desde el juego de rol hasta construir un sistema donde todos sean iguales, lo llamativo es que terminan por confundir su fantasía con la realidad, o lo que es peor, intentan hacer de su fantasía una realidad.

Es eso lo que me estremece al leer El perfume, la profunda conjugación de factores que encamina esa mente genial con un talento fuera de lo normal hacia la maldad haciendo de su fantasía una realidad. Quizás ahí está su gran logro, derivado de Crimen y Castigo, que aún se estudia en las universidades como ejemplo de caracterización de personajes, en la literatura o de mente psicópata en las clases de psicología. Recomiendo la lectura de ambos. No será tiempo perdido.

Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa

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